Que un científico explique su campo de estudio diciendo que “el tamaño sí importa” es, además de muy gráfico y divertido, muy raro. Que ese mismo científico se reúna de vez en cuando con un premio Nobel de Física para hablar de trabajo y tomarse unas cervezas, lo es aún más. Y que ese mismo científico sea capaz de explicar sus investigaciones a alguien ajeno al mundo de la ciencia y conseguir que ese alguien los entienda, es casi un milagro. Lo bueno es que los milagros existen. Uno de éstos es Rodolfo Miranda Soriano, y el lugar que acoge su trabajo y a los que quieran conocerle, el Instituto IMDEA Nanociencia.
Y si milagro es el profesor Miranda, director del Instituto IMDEA Nanociencia y catedrático de Física de la Materia Condensada de la Universidad Autónoma de Madrid, milagrosa es también la Nanociencia, el área en la que se ha especializado.
¿Cuándo podemos situar el nacimiento de la Nanociencia? ¿Para qué sirve?
Fue en 1959 cuando Richard Feynman dijo “a mi modo de ver, los principios de la Física no se pronuncian en contra de la posibilidad de maniobrar las cosas átomo a átomo”. Ha pasado poco más de medio siglo, y el tiempo y el microscopio de efecto túnel de Binnig y Rohrer (premios Nobel de Física en 1985) le han dado la razón. La posibilidad se ha convertido en realidad y el hombre puede manejar la materia a escala nanométrica, es decir, en tamaños tan pequeños como la mil millonésima parte de un metro.
En el Instituto IMDEA Nanociencia lo hacemos. Manejamos la materia a esa escala para fabricar imanes que, sin utilizar tierras raras, escasas y monopolizadas en el mercado internacional por China, mueven motos, ayudan a detectar seísmos o hacen más seguras las tarjetas de crédito. Lo hacemos también para desarrollar sistemas de detección y tratamiento de tumores, menos invasivos y más eficientes que los actuales; o para crear reactivos que nos permiten saber en unos minutos si la sangre está infectada por un virus o contiene una sustancia cuyo consumo tienen prohibido los deportistas profesionales. Trabajamos también con células cultivadas, intentando conseguir una regeneración más rápida de tejidos o una mejor integración de implantes. Desarrollamos celdas solares orgánicas y otros dispositivos orgánicos funcionales; nuevos materiales que repelen el agua, la suciedad, las bacterias,…; catalizadores con los que reducir las emisiones contaminantes; nanopartículas que se espera permitan multiplicar la cantidad de petróleo extraído en un yacimiento;… Y la lista sigue.
En IMDEA Nanociencia, además, diseñamos y fabricamos parte de nuestros equipos experimentales e instrumentos, algunos únicos en nuestro país, que preparamos para que resulten útiles en áreas tan diversas como la tecnología Biomédica, la Fotónica, la producción de energía limpia, la gestión del agua o la construcción.
IMDEA Nanociencia fue creada hace menos de una década y presumen de ser uno de los centros de referencia mundial en esta materia. ¿Cómo han conseguido sus investigadores que sus trabajos estén entre los más citados por sus colegas?
La respuesta es fácil: talento, pero esconde una tremenda dificultad. Talento para atraer más talento y para aprovecharlo al máximo. Talento para descubrir las oportunidades que ofrece una ciencia tan joven como imprevisible, para saber elegir y no dejarse abrumar por todas estas oportunidades, dejando todas las puertas abiertas sin morir en el intento de cruzarlas todas a la vez. Y talento para exprimir el inmenso potencial que tiene la colaboración entre disciplinas científicas.
Para atraer talento creó la Comunidad de Madrid la red de Institutos IMDEA de la que IMDEA Nanociencia forma parte. Había que buscar a los mejores, estuvieran donde estuvieran, y convencerles de que en Madrid, en IMDEA Nanociencia, iban a poder trabajar muy bien. Y lo han conseguido. Aquí cada investigador desarrolla sus propios proyectos sin olvidarse de que, cuando es necesario y conveniente, tiene que trabajar codo con codo con otros investigadores del Instituto.
Los institutos IMDEA se crearon también para aprovechar al máximo el talento atraído. Desde el primer momento en IMDEA Nanociencia se buscó crear un entorno de trabajo óptimo, que respetase las diferencias de formación, especialización, cultura, experiencia profesional y de cualquier otra índole entre los investigadores. Como cantaba Serrat, “contra gustos, no hay disputas” y cada uno puede adaptar sus horarios y formas de trabajo siempre y cuando no moleste al resto y obtenga buenos resultados. A este “variopinto” personal investigador, se suma un personal de apoyo a la investigación y de gestión de la ciencia con un nivel profesional tan excelente como el de los propios científicos.
Talento se necesita también para saber descubrir y elegir las oportunidades que ofrece la Nanociencia y para resistir la tentación de escoger el camino más fácil y llamativo o la de intentar abarcarlo todo. La Nanociencia desde sus primeros pasos ha despertado muchas esperanzas en múltiples áreas. Revolucionar la Medicina, fabricar nuevos materiales que detectan enfermedades o se reparan solos, obtener una energía totalmente limpia, barata e inacabable,… todo esto y mucho más estaba y está al alcance de la Nanociencia. Lo difícil es saber cuándo y a qué coste, si hablamos de un futuro cercano o si tenemos que esperar todavía muchos años. Y en esta sucesión de posibilidades prácticamente infinitas, ¡qué difícil es mantener los pies en la tierra! ¡Que difícil no aprovecharse de los que necesitan ya la cura de su cáncer o el coche que evite su accidente! ¡Qué complicado elegir en qué concentrarse! Nosotros hemos tenido el talento suficiente para saber elegir en qué podíamos ser más fuertes, en qué merecía la pena concentrar recursos, sin cerrar definitivamente ninguna puerta.
Y, por último, talento se necesita para saber que la Nanociencia da lo mejor de sí cuando colabora con la Biología, la Medicina, la Química, o la Ingeniería. Por eso los equipos de investigación del Instituto cuentan con físicos, químicos, biólogos, médicos, ingenieros… que son capaces de plantear el problema que la ciencia debe resolver porque la sociedad necesita que se resuelva, buscar entre todos posibles soluciones, probarlas y, voilà, dar con aquella que va a mejorar nuestra vida. Gracias a esta colaboración entre disciplinas científicas, hemos conseguido reducir el tiempo que transcurre entre hacer la prueba en el laboratorio y el momento en el que ésta se transforma en un producto o servicio que podemos encontrar en el mercado.
Aunque IMDEA Nanociencia es aún muy joven, ¿está satisfecho con el camino recorrido? ¿Cuál cree que es la clave de su éxito?
El trabajo conjunto de todos, el talento de investigadores y personal de apoyo, está dando magníficos resultados, que se pueden calificar y cuantificar. Pocos centros de investigación en España están entre los más citados en su disciplina, pocos los que obtienen fondos de proyectos de investigación que les permiten alcanzar porcentajes de autofinanciación superiores al 60 por ciento, realmente excepcionales en el mundo científico nacional y mundial, y menos aún los que tienen entre su cartera de proyectos algunos que podrían cambiar radicalmente lo que hasta ahora hacemos para diagnosticar y tratar tumores, extraer petróleo, detectar virus o sustancias prohibidas en la sangre, o tener en nuestro bolsillo tarjetas prácticamente “induplicables”.
Y estoy convencido de que la historia de IMDEA Nanociencia no ha hecho más que empezar. Podemos esperar de este instituto lo mismo que de la Nanociencia en general. Uniendo talento venido de cualquier parte del mundo y formado en cualquier disciplina científica, estamos mucho más cerca de conseguir hacer la vida de todos más larga, sana, cómoda y segura. No siempre saldrá todo bien a la primera, ¡así es la ciencia! pero tirar la toalla no es una opción.
¿Qué futuro le espera a la Nanociencia?
Escribía hace ya algunos años Burton G. Malkiel, especialista en mercados financieros, que éstos son impredecibles, que todas las teorías, y han sido muchas, que han intentado adivinar su futuro, han fracasado, pero que de todos estos intentos había quedado algo bueno: a base de estudiarlos, los conocemos mucho mejor. Lo mismo cabe decir de la Nanociencia. No podemos predecir si en el futuro, gracias a ella, el mundo que conocemos hoy se parecerá en algo al actual. Lo que sí podemos asegurar es que, gracias a ella, sabemos hoy mucho más sobre él.