Abengoa vs. Gonvarri, dos formas de hacer empresa

Abengoa

Abengoa, la multinacional andaluza, fundada por Javier Benjumea Puigcerver, Marqués de La Puebla de Cazalla, hace casi 75 años, ha dejado de ser coto de la aristocrática familia sevillana como consecuencia de una imposible situación financiera, propiciada por una gestión más que discutible. Hasta hace pocos días, la solución pasaba por la entrada en el capital del grupo empresarial Gestamp, cuyo origen hay que buscarlo en Gonvarri, empresa creada en 1958 por el burgalés Francisco Riberas Pampliega junto con tres socios y una aportación de 5.000 pesetas (30 euros), cuyo principal activo era un pequeño almacén de chapa.

Sin embargo, Gonvarri, que había anunciado una inyección de dinero fresco de 350 millones de euros en total (86% capitalización) parece haber optado por retirarse, al no haber alcanzado un acuerdo con los acreedores para el cierre de un paquete de financiación de entre 1.000 y 1.500 millones de euros. La deuda neta de Abengoa en la actualidad alcanza los 7.600 millones de euros, de los que 5.700 millones corresponden a deuda corporativa.

Con independencia de que la retirada de Gonvarri sea estratégica y no definitiva, ya que ha comunicado que, en caso de producirse un cambio en la negativa de la banca a aceptar sus condiciones, podría dar marcha atrás en esta decisión, la solución planteada para la multinacional andaluza suponía confrontar dos empresas, dos culturas y dos formas de entender el mundo empresarial.

Dos acrónimos convertidos en emblemas de multinacionales que se cruzaban tras una larga trayectoria empresarial. La primera, Abengoa, con sede en Sevilla, cuyo nombre responde a los apellidos de sus fundadores: Abaurre, Benjumea, Gallego, Ortueta, Abaurre. Por su parte, la marca Gonvarri responde al mismo modelo de formar una marca (Gonvarri) con las iniciales de sus fundadores: González del Castillo, Varela, Ruiz y Riberas. Es lo único que unía a los dos grupos.

El primero, es el reflejo un estrepitoso fracaso empresarial que le llevó a acumular una deuda de 13.445 millones de euros en 2014, lo que suponía cinco veces el beneficio bruto de explotación (ebitda). Y lo más grave, el no reconocimiento de esa realidad deudora y tratar de maquillar sus cuentas, lo que le valió a la empresa de la familia Benjumea el mayor varapalo recibido por una empresa del Ibex, lo que solo pudo ser reconducido tras un humillante y obligado examen de conciencia, acto de contrición o arrepentimiento de los pecados y firme propósito de enmienda. La broma le salió cara a la compañía andaluza que vio cómo, en dos días, se volatilizaba la mitad de su valor en Bolsa, lo que demostraba que al mercado le rebosaban las dudas sobre su situación financiera presente y futura tras el intento de colocar sus bonos verdes como deuda sin recurso y reducir, así, artificialmente, su endeudamiento global.

Fue la agencia de calificación Fitch la que denunció el intento de engaño – discrepancia de criterios- sobre si los pasivos de determinados proyectos de la compañía deberían computar como deuda con recurso a la matriz, a la vez que ponía de relieve que el apalancamiento de Abengoa era el doble de lo que habían anunciado sus gestores, hasta el punto de que la ratio entre deuda y capacidad de generación de recursos es de 4 veces, frente a las 2,1 que dice la empresa.

Pero no solo ha sido el problema de la deuda la que se ha llevado por delante a Abengoa, sino un modelo de gestión basado en conexiones con el poder político que, a la postre, se ha demostrado insuficiente. Solo así cabe interpretar el desenlace, pese a que Abengoa y empresas del grupo pasaron, de ser gobernadas solo por Javier y Felipe Benjumea (hijos del fundador), y sus primos Joaquín Abaurre y José Luis Aya, a dar cobijo y asiento en sus consejos de administración a relevantes personajes como a Carlos de Borbón- Dos Sicilias, primo del rey Juan Carlos; Alberto Aza, exjefe de la Casa Real; Ricardo Hausmann, ex ministro venezolano con Carlos Andrés Pérez; José Borrell, ex ministro socialista de Obras Públicas,Transportes y Medio Ambiente; Fernando Solís Martínez-Campos, conde Torralva; José Luis Méndez, director general de Caixa Galicia y consejero de Unión Fenosa; Ignacio Polanco, presidente del grupo Prisa; José Terceiro Lomba, catedrático de Economía y consejero de Prisa; Carlos Sebastián, hermano del ex jefe de la Oficina Económica de Moncloa y ex ministro de Industria, Miguel Sebastián; Ricardo Martínez Rico, ex secretario de Estado de Presupuesto con Aznar y ex socio de Cristóbal Montoro; Javier Salas Collantes, expresidente del INI y consejero de Red Eléctrica Española, o Cándido Velázquez, ex presidente de Telefónica y amigo de Felipe Gonzalez. Esta plantilla de consejeros solo se entiende si se tiene en consideración que buena parte del negocio de los Benjumea en España procede de los Presupuestos Generales del Estado.

Los Benjumea, no entienden de signo político, cuando a sus negocios se refiere, y prueba de ello es la distinguida lista de consejeros que ficharon y que complementaban con fichajes de “relevantes” profesionales entre los que se pueden encontrar a Paula Chaves, hija menor del que fuera presidente del PSOE y de la Junta de Andalucía o a Fernando Martínez Salcedo, responsable de la Agrupación de Interés Económico, que aglutinaba a las empresas municipales de Sevilla y que, una vez dejado su puesto, se hizo cargo de la secretaría general de Sostenibilidad de Abengoa.

Hoy, todo ello ha llevado a certificar el final de la última multinacional andaluza fundada en aquella Sevilla por el patriarca de los Benjumea, del que Antonio Burgos llegó a hacer un retrato inolvidable del que sobresale un párrafo: “Hacerse ingeniero en aquella Sevilla campera de sillones de mimbre del Mercantil con tratantes de Sierpes era tan insólito como hacerse perito agrícola en Neguri. Javier Benjumea, de los Benjumea de toda la vida, de Benjumea Burín y del conde de Guadalhorce, tú sabes, no sólo se hizo ingeniero, sino ingeniero industrial en una Sevilla que no tenía más chimeneas que la de la fábrica de tornillos”.

Es a ese Benjumea, al que le fue a rendir visita el recién elegido secretario general del PSOE en el Congreso de Suresnes, Felipe Gonzalez. Cuentan los cronistas de la época que aquella visita casi reverencial al hombre que puso en pie Abengoa en 1941, describe muy bien el peso que la compañía -la única de origen local, tras la venta, en 1991, de Cruzcampo al grupo británico Guinness- tiene en Sevilla, una Sevilla que hoy está desolada y cuyo sentimiento lo reflejaba Carlos Herrera en su programa de la Cope con una excesiva ración de glosa almibarada hacia Abengoa. Bien es cierto, que el empalagoso discurso de Herrera era equilibrado con el duro alegato de Jimenez Losantos en su programa de esRadio con referencia directa a sus permanentes demonios. Los Benjumea son así: no dejan indiferentes a casi nadie. Mientras tanto, Felipe Benjumea se llevó 11 millones de euros como compensación por dejar exhaustas las arcas de la empresa y abandonar la presidencia de Abengoa.

El modelo Benjumea se ha derrumbado y emerge, como alternativa, en el caso de que se llegue a un acuerdo definitivo con los bancos acreedores, el del grupo Gestamp, nacido formalmente en 1997 con algunos “pequeños desarrollos que se fabricaban en las instalaciones de Gonvarri y un volumen de facturación que no superaba los 200 millones”. Hoy, cuenta con 36.000 empleados repartidos en 130 plantas de 25 países y una facturación de 9.000 millones de euros en 2014. El grupo tiene como buque insignia a Gestamp Automoción, el fabricante de componentes metálicos y dos filiales corporativas como la empresa de acero Gonvarri Steel Industries y la división de energías verdes Gestamp Renewables.

Es el resultado de un proyecto alumbrado por Francisco Riberas Pampliega (Rabé de las Calzadas, Burgos, 1932-2010), un auténtico emprendedor hecho a sí mismo, que, desde los escalones más primarios del mundo de la empresa, fue capaz de crear un imperio del que no resulta fácil seguir su trayectoria a través de los medios de comunicación, pero del que todos resaltan su “extraordinaria discreción” y su “austeridad franciscana”.

Hoy, son sus dos hijos, Francisco y Jon, los que están al frente de la corporación con la misma filosofía que les enseñó su padre: “sin ruido” y con “humildad” como señas de identidad y por ello, el actual máximo responsable del grupo, Francisco, suele repetir que son “un grupo familiar cuyos principios están heredados de mi padre y se mantienen intocables”.

Es el mismo que suele decir que “el espíritu de la empresa no se ve ni se escribe, pero impregna todas las actuaciones”, y que “los buenos proyectos no surgen de ideas brillantes, sino del trabajo que hay detrás”.

Esta política empresarial permitió a Gestamp lograr sus mejores resultados durante la crisis y así lo reconocía hace unos años Jon: “Antes de la crisis nos acusaban de ser demasiado tradicionales, incluso de destructores de valor, por no endeudarnos. Ahora nos llaman estrategas. Ni una cosa ni otra. Somos gestores prudentes, con balances sólidos para apuntalar nuestro crecimiento”.

Gestamp es proveedor de los grandes fabricantes mundiales de automoción, tiene una posición estratégica, gracias a su implantación en los principales centros de producción del sector al que atiende, y apuesta decididamente por la investigación (innovación y formación) de productos y tecnología. A esto añade una buena base financiera, reforzada tras su alianza con ArcelorMittal, que posee un tercio de las acciones de Gestamp Automoción y Gonvarri.

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