Olga del Orden

Porqué y para qué de las acreditaciones internacionales

Por Olga del Orden, directora de evaluación del aprendizaje de Deusto Business School

La primavera suele ser la época en la que muchos estudiantes se lanzan a la búsqueda de un programa de posgrado con el que completar sus estudios universitarios y lograr una mejor incorporación al mercado laboral. En el mundo de la formación en gestión y dirección de empresas, la variedad de la oferta es amplia y, en no pocas ocasiones, la elección se hace muy complicada. Además de aspectos como la preferencia por un área de estudio, las salidas profesionales que pueden aportar los nuevos estudios o la posibilidad de contar con experiencias profesionales previas a la inserción laboral, el prestigio de las instituciones formadoras y el hecho de que cuenten con acreditaciones nacionales e internacionales son aspectos que pesan en esa difícil elección.

Llegados a este punto, nos vamos a centrar en el último de los aspectos, el relativo a las acreditaciones. ¿Cómo surgen? ¿qué papel desempeñan en el amplio mundo del mercado de la formación? ¿cuáles son las acreditaciones de mayor reputación a nivel internacional?

Comenzaremos por su origen. Aunque los primeros procesos de acreditación datan de comienzos del S.XIX, podemos considerar que es en los inicios del S.XX cuando, en EE. UU., despierta de manera especial el interés por medir la calidad de la formación universitaria. La escasa normalización en la enseñanza universitaria norteamericana y la carencia de instituciones oficiales que se dedican a evaluar el buen desempeño de las instituciones formadoras son los detonantes principales.

Más allá de sus comienzos, en la segunda mitad del S.XX, el importante impulso a la economía de mercado, y, derivado de ello, el boom de la demanda de formación en gestión empresarial suponen, ya centrados en el ámbito de los negocios, un gran incremento de la oferta de formación en gestión empresarial, a la vez que el pleno reconocimiento de esta disciplina en el mundo académico. Cada vez son más las instituciones que ofrecen formación y cada vez más difícil poder distinguir entre las instituciones buenas y las no tan buenas. En este contexto, surge la necesidad de marcar distancias entre las instituciones de formación y de ofrecer al consumidor de formación herramientas para poder elegir con criterio entre tan amplia oferta. Las acreditadoras, tanto de índole público como privado, tienen el terreno abonado para adquirir verdadero protagonismo.  

La obtención de la acreditación o acreditaciones nacionales o internaciones se constituye en el instrumento necesario para que las instituciones formadoras puedan acreditar su nivel de calidad, diferenciarse de la competencia y ganar reputación ante los consumidores de formación. Lograr una acreditación no es tarea fácil y no está al alcance de todas las instituciones; supone dedicar mucho tiempo y esfuerzo a adaptarse a los estándares de calidad marcados por las acreditadoras y, qué duda cabe, cuanto más internacional y reputada es la acreditación, más complicado se hace el proceso y difícil su logro. Además, la acreditación se revisa periódicamente y puede perderse, por lo que exige una apuesta clara por la mejora continua y la búsqueda de la excelencia. Su importancia crece y pasa a convertirse en un medio de promoción de la calidad en la formación, más allá de quedarse en un simple instrumento de medición de esta. Por otra parte, desde el punto de vista de los consumidores de formación, a estos les ofrece una herramienta para valorar la calidad de los programas de formación y elegir con criterio. La calidad en formación, contrariamente a lo que sucede en otro tipo de servicios, nos es fácil de percibir a través de la información que se recibe previo a realizarla y, ni tan siguiera, en el momento de recibirla; la calidad de la formación es algo que se aprecia mucho más tarde, con el desempeño y proyección que logra el egresado en su carrera profesional.

Parece evidente, pues, el papel que pueden llegar a desempeñar las acreditadoras, pero ¿cómo medir la calidad de una institución formadora? ¿qué se entiende por calidad en el mundo de la formación? ¿cómo se establecen los estándares de calidad por las acreditadoras? El tema no parece estar del todo claro. Para comenzar, no es fácil encontrar una única definición de calidad en el mundo de la formación y, mucho menos, tratar de recogerla en unos estándares que siempre serán considerados subjetivos por ser definidos bajo el criterio de quien los estable. Por otro lago, ¿cómo hacer para que los estándares de calidad, en lugar de servir de guía en la consecución de la excelencia, terminen homogeneizando a las instituciones formadoras y haciéndolas perder su propia idiosincrasia?

Más allá de disquisiciones académicas, hay cierto consenso en considerar de calidad aquella formación que le permite a la persona egresada el mejor y más exitoso futuro desempeño profesional en un mundo cada vez más complejo y cambiante. Parece evidente que no se trata sólo de ofrecer el mejor programa de asignaturas, los mejores conocimientos, sino de formar en competencias, de capacitar para ser un buen profesional, para desenvolverse con eficacia y eficiencia en un mundo exigente y en continua evolución.

Es por ello por lo que, aunque los estándares de calidad de las acreditadoras difieren de unas a otras, tienen en común que, más allá de centrarse exclusivamente en los programas formativos, suelen valoran otros aspectos como la proyección laboral que se observa en los egresados o la valoración que el mundo empresarial hace de ellos una vez en el mercado laboral. La misión de cada acreditadora, así como su propia definición de calidad, determinan las diferencias ciertamente existentes en los estándares que utilizan para sus evaluaciones y en cómo llevan a cabo el proceso de evaluación. Es importante señalar que, con el tiempo y para evitar que la adaptación a dichos estándares genere la pérdida del propio carácter y singularidad de las instituciones formadoras (algo que se les ha achacado con frecuencia), las acreditadoras han ido introduciendo una mayor flexibilización en su aplicación, tratando de conservar la esencia de la norma, pero atendiendo, cada vez más, al contexto y particularidad de cada institución evaluada.

Los procesos de acreditación son largos (dependiendo de la acreditación incluso de más de 5 años) y muy costosos tanto en tiempo como en recursos humanos y económicos. Exigen gran dedicación, y por largo tiempo, tanto de los responsables de la gestión de las instituciones bajo evaluación, como del profesorado y de representantes de los diferentes grupos de interés (alumnado, empresas contratantes, etc).

En general, el proceso suele comenzar con la elaboración de un informe de autoevaluación, por parte de la institución que opta a la acreditación, respecto a los estándares de calidad a los que ha de adaptarse. Con ese informe la institución evaluadora valora la situación de partida de la institución y las posibilidades con las que esta cuenta de, en el plazo límite establecido por normal, adaptarse a la totalidad de los estándares. Lograda la valoración positiva, se abre un período, más o menos largo según el tipo de acreditación, para presentar el informe final con el que optar a la acreditación. Al informe final le sigue una visita a la institución de un tribunal, establecido por la acreditadora, que se reúne con diferentes grupos de interés (grupo gestor, profesorado, alumnado, empresas, etc) para recabar más información de la ya indicada en el informe o de aclarar temas que este estime oportuno. Las instituciones formadoras suelen contar con una persona de apoyo designada por la acreditadora que sirve de guía y orientadora en todo el proceso.

Aunque no faltan quienes dudan de si estos procesos son ciertamente un medio para el logro de la calidad en la formación o, más bien, un instrumento que otorga buena reputación por el simple hecho de contar con él, es un hecho que se trata de procesos duros que implican, ya en sí mismos, cierto recorrido en la senda de la mejora continua y de la calidad por parte de las instituciones que los emprenden y, muy especialmente, de las que lo consiguen.

Las tres acreditaciones con mayor reputación y reconocimiento a nivel internacional en el mundo de la formación en gestión empresarial son la otorgada por la AACSB, la acreditación EQUIS y la acreditación AMBA. Las escuelas de negocios con las tres acreditaciones cuentan con lo que, en el mundo de las escuelas de negocios, se denomina la Triple Corona.

La Association to Advance collegiate Shools of Business (AACSB) es una organización profesional estadounidense que fue fundada en Florida en 1916 con el claro objetivo de acreditar escuelas de negocios. En la actualidad, tiene entre sus propósitos contribuir a la generación de los futuros grandes líderes. A finales de abril de 2023, alrededor de 980 son las escuelas de negocios que cuentan con esta acreditación en todo el mundo; un escaso 6% del total de las escuelas existentes. En España, cuentan con esta acreditación 8 escuelas de negocios.

EQUIS (European Quiality Improvement System) fue creada en 1997 con la idea de ofrecer, en el ámbito europeo, una acreditación semejante a la norteamericana AACSB. Esta acreditación es otorgada por la EFMD, Fundación europea para la gestión de la calidad, que se constituyó en 1989 con el propósito de promover la competitividad de la economía europea. Su sede está en Bruselas. Al igual que la anterior, evalúa la calidad general de las escuelas de negocio en favor de un incremento de los estándares en la educación en gestión. Se caracteriza por hacer un énfasis especial en el grado de internacionalización de las escuelas de negocios, aspecto no considerado estrictamente necesario en las otras dos acreditaciones (AACSB y AMBA). Esta acreditación ha sido conseguida, hasta la fecha, por 6 escuelas de negocios españolas.

AMBA, fundada en 1967, es la asociación de MBAs con sede en Londres que otorga la tercera acreditación de mayor reconocimiento internacional en el mundo de las escuelas de negocio. Esta acreditación pone el foco exclusivamente en la evaluación de los programas de formación generalista en gestión de empresas, MBA, y en las instituciones que los ofrecen. Esto es, esta acreditación no evalúa programas grado. En este caso, son 7 las escuelas de negocios españolas que han logrado para sus programas MBA la acreditación AMBA.

En España, hasta el momento, un total de 12 instituciones académicas están acreditadas internacionalmente (8 por AACSB, 6 por la EFMD y 7 por AMBA); de estas, 5 cuentan con dos acreditaciones (2 AACSB-AMBA, 2 EQUIS-AMBA, 1 AACSB-EQUIS) y sólo 2 con la triple corona. Sin duda alguna, este número se verá incrementado en el futuro.

Más allá de las acreditaciones internacionales comentadas, en el ámbito europeo, la preocupación por la calidad en la formación se ha hecho notar, muy especialmente, desde finales del siglo pasado. Así, en junio de 1999, la declaración de Bolonia estableció las bases para la creación de un espacio europeo de educación superior que velara por la calidad de la enseñanza y por la compatibilidad y comparabilidad de los sistemas de educación de los países miembros.

Como consecuencia de la declaración de Bolonia, España diseñó una nueva normativa educativa que buscaba mejorar la calidad docente, investigadora y de gestión, y que daba entrada a los procesos de evaluación, certificación y acreditación de los programas formativos a nivel universitario en nuestro país. Fue entonces cuando surgieron los cargos de responsable de calidad y se crearon las unidades técnicas de calidad.   

Y es que contar con formación de calidad es esencial para un país. Evaluarla y perseguir que así sea no sólo importa al que ha de realizar una elección en un momento determinado, sino, a toda la sociedad en su conjunto ya que contará con un mañana más o menos prometedor según hayan sido formados sus futuros profesionales en instituciones de mayor o menor calidad. 

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