Esta vez ha vuelto a su tierra por una razón de peso. A pocas horas de ser investido doctor honoris causa por la Universidad de Burgos, los compromisos ‘institucionales’ ligados al acto oficial (que tuvo lugar el pasado sábado) se mezclan con las reuniones familiares y con las cañas junto a los amigos de siempre. Doctor en Biología por la Universidad de Salamanca, Adolfo García-Sastre vive en Nueva York desde 1991, donde es profesor en el departamento de Microbiología de la Escuela de Medicina del Mount Sinaí y director del Instituto de Salud Global y Patógenos Emergentes dependiente también del histórico centro sanitario.
Experto en virología –su grupo trabaja en una vacuna universal para luchar contra el virus de la gripe- admite que los teléfonos móviles hacen complicado desconectar del todo de la rutina que le espera al otro lado del Atlántico, aunque hay un motivo extra para volver a la invernal primavera neoyorkina (aún peor que la burgalesa si cabe): su hijo les espera allí. Ha viajado a Burgos junto a su mujer, la también bióloga Ana Fernández Sesma, otra figura científica a quien sus avances en la pelea contra el virus dengue le han llevado a ser la mujer con más financiación en Estados Unidos. “Nos casamos antes de mi viaje a Nueva York, donde ella hizo la tesis; me ha apoyado todos estos años e hizo mucho más fácil la adaptación”.
El investigador tuvo claro muy pronto que quería ir a la Universidad, lo de la biología vino después, y el ‘culpable’ fue el profesor Juvenal, del colegio Liceo Castilla, que supo motivarle lo suficiente con sus enseñanzas. Después, en los años de estudiante universitario en Salamanca, vivió con sus compañeros de piso un cruce de disciplinas –habitaban aquella casa matriculados en Filosofía, Filología o Historia- que hoy analizarían las Escuelas de Negocios. “El ambiente era estupendo; imagino que hoy es parecido, aunque entonces se hablaba mucho de política, abundaban las tertulias...”.
No cree que fuera un pionero cuando se marchó a Estados Unidos nada más arrancar los 90. “Ya entonces había muy buenos programas postdoctorales y casi todo el mundo que hacía una tesis pedía una beca para seguir estudiando, sobre todo en EE.UU. y Reino Unido”, explica García-Sastre, que sí admite que lo normal era regresar “como profesor universitario o científico del CSIC”. Él fue el único de sus compañeros becarios que puso rumbo a Manhattan, y allí sigue 28 años después. “Es una ciudad especial, nunca me he sentido extranjero. Paradójicamente, entre gente de todo el mundo es más fácil estar como en casa”.
Reconstruir virus para saber cómo actúan
Le gusta destacar que lo mucho que ha conseguido hasta la fecha no ha sido fruto de una carrera en solitario, sino de un trabajo de equipo pero, ¿cómo resumir casi tres décadas de investigación de tan alto nivel? Le pedimos un ejercicio de síntesis, y el científico explica que entre sus logros es preciso mencionar el desarrollo de nuevas técnicas moleculares en el estudio a fondo de los virus RNA negativos –entre los que se encuentra el de la gripe-, que han permitido introducir mutaciones masivas en los virus y dar lugar a virus ‘manufacturados’. Así estudian de un modo más avanzado sus características e introducen otras nuevas que faciliten mejores vacunas o la detección de agentes para la lucha contra el cáncer. “Son métodos de inducción de enfermedad en los que llevamos trabajando con más intensidad los últimos 10 años”, apunta García-Sastre.
Es una de estas ‘reconstrucciones’ víricas la que le ha reportado una ola de reconocimientos internacionales. La gripe de 1918 causó un número de muertes especialmente elevado; la virulencia de esta pandemia pasó a los libros de Historia, pero en aquellos tiempos aún se desconocía que fue causada por un virus, éste no fue aislado en el laboratorio y con el paso del tiempo cambió. “Con técnicas de manipulación científica hemos logrado secuenciarlo empleando tejidos semipreservados de víctimas del virus. En un laboratorio de alto nivel de biocontención pudimos estudiar las causas que le llevaron a provocar niveles tan altos de enfermedad grave. Es difícil que se vuelvan a dar todas esas motivaciones juntas, pero conocerlo nos posibilita afrontar con más fiabilidad virus parecidos. Era la primera vez que se recuperaba un virus extinguido”.
Más pandemias, más control
Ante el alarmismo que de cuando en cuando sobrevuela la actualidad vociferando predicciones apocalípticas relacionadas con epidemias aniquiladoras, el investigador aporta una necesaria dosis de realismo. Reconoce que las pandemias provocadas por virus que causan enfermedad ocurren cada vez con mayor frecuencia. “Si tomamos como ejemplo el ébola (sobre el que anuncia que están cerca de focalizar en los murciélagos su transmisión a humanos), años atrás los brotes tenían lugar de forma aislada tras el contacto entre humanos y animales en pequeños núcleos de población, que vivían una tragedia, pero la cosa no iba a más”, detalla García-Sastre, para quien la globalización, el aumento de la población y la extensión del terreno agrícola a zonas antes deshabitadas han traído de la mano que el virus pase con más asiduidad de animales a humanos. “La mayoría no producen enfermedad, pero algunos sí. Es lo que ocurrió con el VIH o el zika, y aunque la preocupación es normal, y no tenemos la capacidad para predecir el próximo brote, lo cierto es que ahora sabemos mejor cómo manejar estas situaciones y obtener vacunas”.
Locura ‘antivacuna’
¿Qué nos espera entonces? Si tiramos de nuevo de rigor, el científico matiza que, pese a la tendencia antropomórfica que nos lleva a pensar que los virus aprenden, lo que experimentan en realidad es una evolución. “Se trata de adaptaciones producidas por mutaciones, muchas de las cuales no son favorables para el virus, pero otras, en el contexto adecuado se transmiten a nuevos virus, y la sensación es que se hacen más listos, pero no es así”.
Si al rigor le añadimos la evidencia científica, los argumentos de los ‘antivacunas’ no deberían tener ningún recorrido. “Es una pena que piensen así, pero también un grave problema para la salud de sus hijos y para la de sus compañeros y amigos. Las vacunas han acabado con la enfermedad en los últimos 100 años –viruela, polio, sarampión-; patologías que causaban estragos y muerte. No sólo piensan que las vacunas no funcionan, sino que no vacunarse es mejor para la salud. La información falsa que circula en Internet y las redes no ayuda… Sólo podemos divulgar e insistir con nuestro mensaje: lo que hacen es un acto de irresponsabilidad ante una evidencia científica”.
Ciencia y tecnología, un matrimonio bien avenido que necesita un buen padrino
En su materia de trabajo, las ciencias de la vida, percibe que la tecnología y la ciencia se benefician mutuamente, con un flujo positivo que circula en ambas direcciones. “He participado en dos revoluciones tecnológicas: en los 80 la de las técnicas de biología molecular que permitieron estudiar las proteínas de manera más sencilla y, de forma más reciente, la de la genómica, la proteómica y los datos; obtener mucha información a la vez que es analizada de manera global. Ahora podemos secuenciar el genoma completo de una persona en un día, y una década atrás tardábamos un año en secuenciar un gen”, detalla García-Sastre, para quien la tecnología ha avanzado más rápido que los descubrimientos científicos que posibilita. “La ciencia vive un momento importante, pero recibe menos inversión por lo que la tecnología no es explotada en el laboratorio como debería, al menos en España”.
En esta línea, y aunque cree que las alianza público-privadas de apoyo a la investigación son positivas -Estados Unidos tiene una larga tradición de filántropos aún vigente- el burgalés considera “imprescindible” una política pública que garantice la estabilidad de la ciencia y provocar que “gente tan bien formada y preparada” sepa si podrá seguir investigando. “Hay que impedir que se pierda el potencial humano llamado a hacer los grandes descubrimientos de los próximos años. Cerebros que no se fugan, es más grave; se van para siempre, abandonan la carrera científica”.
Estas dificultades le llevan a sincerarse también con los más jóvenes cuando dudan acerca de orientar sus estudios hacia el ámbito científico. García-Sastre prefiere ofrecerles una visión realista para que tengan todas las cartas sobre la mesa antes de tomar la decisión. “Hay gente que pasa por mi laboratorio y piensa “esto no es para mí”: todo el día trabajando y sin nada asegurado, pidiendo financiación, etc. Antes no era así, pero hoy, en Estados Unidos, donde el principal financiador de la ciencia aún es el Gobierno y donde en teoría estamos mejor, la estabilidad del investigador llega a los 45 años. Sin garantías es difícil transmitir ilusión a los más jóvenes… Les diría eso sí que es una trabajo maravilloso, donde descubrirán cosas y donde también, como en todo oficio, se toparán con frustraciones. Se trata de no añadir a estas dificultades preocupaciones económicas”.