Dentro del sector financiero, quienes consigan integrar «lo nuevo» dentro de «lo existente» serán quienes tengan éxito en un futuro. Esta fue una de las principales recomendaciones durante el último Foro de Davos, en este caso, por parte de la consultora Oliver Wyman, en cuanto a uno de los grandes retos que tiene ahora la banca para ganar en competitividad, tamaño y, lo más importante, salir adelante en la digitalización del entorno bancario.
Este contexto de transformación digital ha traído consigo una actualización también en la regulación, que ha pasado de rígida y limitante a configurarse de forma más abierta, incluyente y transparente. Las nuevas directivas de medios de pago (PSD y PSD2) tienen como principal objetivo apoyar la digitalización de procesos, así como disminuir las barreras de entrada para otras empresas no bancarias con ofertas de servicios financieros similares, pero con un fuerte componente tecnológico. Se ha generado así una amplia gama de oportunidades en cuanto a desarrollo e implementación de soluciones colaborativas, que se traduce en una mejora de métodos de pago, mayor transparencia en inversiones, gestión inteligente de activos, optimización de productos y otras facilidades para el usuario.
En España, a pesar de tener una fuerte concentración bancaria, las entidades están apostando cada vez más por disminuir sus activos fijos y sus costes de operación a través de un incremento en su oferta online. Esta disrupción digital en los servicios bancarios se distribuye no obstante de forma desigual, con algunas partes del mercado metidas de lleno en la innovación y otras no tanto. Aun así, es innegable que aquellas empresas que han apostado por liberarse de la infraestructura heredada y adquirir mayores capacidades digitales están ganando una notable tracción. Al fin y al cabo, la banca tradicional cuenta con importantes recursos, una base sólida de clientes, así como reconocimiento y confianza por parte de estos.
Los negocios nativos digitales, como las fintech, carecen en principio de estas ventajas, pero en contraposición ofrecen otros aspectos favorables. A destacar, sus productos y servicios de nueva generación, tipo plug n’ play, que requieren un mínimo esfuerzo de integración e inversión por parte de las entidades tradicionales, con un foco muy directo en enriquecer la experiencia de usuario.
Dejando a un lado esta comparativa, y con la mirada puesta en una colaboración entre las dos partes, existen otras formas de generar valor añadido a los usuarios. Al unir lo mejor de cada uno de estos dos mundos dentro del ámbito financiero, se consigue, por ejemplo, reducir costes y esfuerzos de backoffice en adquisición de nuevos clientes, poner en marcha en tiempo récord nuevas aplicaciones y funcionalidades, así como, obtener una mayor vinculación de clientes con procesos fáciles, transparentes y adaptados a las demandas de los usuarios.
La colaboración entre banca tradicional y las fintech conforma, por tanto, un escenario win-win para ambas bajo ecosistemas abiertos que concentran la oferta y la demanda del desarrollo de aplicaciones y servicios online, y en donde las necesidades de cada una de estas partes quedan satisfechas. Apoyar la integración de las innovaciones de la disrupción digital en la estructura tradicional de la banca, ya sea de forma colaborativa o por innovación interna, tiene repercusiones importantes, sobre todo, a la hora de desbloquear el potencial económico de los consumidores y ofrecer propuestas más enriquecedoras al cliente a través de un solo clic.