Todo cambio basado en conocimiento que genere valor. Esta definición de innovación que adoptamos en Cotec hace casi una década evidencia que el concepto nunca ha sido tan flexible, multidimensional, ni abierto como en la actualidad. Esto ha provocado un desarrollo y presencia de la innovación que ha pasado de estar centrada en el clásico marco de la I+D+I, a irrumpir con fuerza en otros escenarios, donde el fenómeno se despliega de maneras muy diferentes.
La educación no es ajena a este tsunami innovador. Los procesos de cambio y transformación educativa, algunos muy disruptivos en diferentes momentos históricos, siempre han estado ahí, aunque en ocasiones no con la etiqueta de innovación en su descripción. Las innovaciones educativas actuales beben en gran parte de tradiciones que se remontan a un siglo atrás, pero que todavía no han logrado dar respuesta a la demanda permanente de transformar el sistema.
“España ha avanzado de forma significativa en la generación de prácticas innovadoras en sus escuelas, pero tiene una débil estructura institucional que dificulta avanzar hacia el cambio sistémico”
¿Qué ha provocado entonces esta lentitud en los cambios? La innovación educativa presenta una serie de características propias y diferenciales frente a otros ámbitos de la I+D+I: conceptualmente, cuenta con diferentes aproximaciones y, aunque existe un claro impulso en su desarrollo, las iniciativas están dispersas; la falta de sostenibilidad -no hay continuidad en las iniciativas- y de evaluación son dos de sus mayores debilidades; y a ello se une la ausencia de una arquitectura institucional que sistematice, gestione y monitorice los prácticas que tienen lugar en las aulas y centros educativos.
Este contexto permite trazar las líneas de los procesos de transformación educativa en el futuro, una innovación que debería responder a estas premisas:
- Basada en conocimiento, no solo científico y académico, sino también el derivado de los profesionales y agentes educativos (docentes, equipos directivos, administración, familias, comunidad educativa, etcétera).
- Viable y realista: junto con los grandes procesos de innovación, deben articularse iniciativas más aplicadas, que se sostengan desde el convencimiento de que los pequeños cambios, bien organizados y sistematizados, también generan transformación a medio y largo plazo.
- Abierta, colectiva y compartida, que coloque a las alianzas como eje estructural de las iniciativas.
- Reposada sobre una arquitectura institucional, que permita no sólo el soporte a las innovaciones que tienen lugar en los centros educativo y las aulas, sino que reduzca la brecha actual entre la práctica y la administración educativa.
- Inclusiva: de y para todos y todas.
- Centrada no solo en prácticas educativas, sino también en el diseño de políticas públicas. En educación, la innovación suele poner el foco en los elementos que la configuran los procesos pedagógicos -prácticas docentes, aprendizajes, profesorado, centros educativos, experiencias y proyectos, entornos, servicios, productos…-, pero rara vez se analiza desde la perspectiva sistémica. Es necesario dar el salto de los procesos, prácticas o metodologías, para abordar también la innovación del propio sistema educativo.
- Sostenible, es decir orientada a la continuidad de las iniciativas que se impulsan -y que se validan positivamente-. No es necesario que cada nuevo proyecto parta de cero, sino que los resultados previos permitan definir los pasos de futuro y los avances en el proceso.
- Y por último, evaluada y validada, integrando procesos de monitorización de los resultados, generando evidencias que contribuyan a ampliar el cuerpo de conocimiento y ayuden en la toma de decisiones, tanto prácticas como políticas.
España ha avanzado de forma significativa en la generación de prácticas innovadoras en sus escuelas, pero tiene una débil estructura institucional que dificulta avanzar hacia el cambio sistémico. Es necesario evolucionar de la práctica a la estrategia y hacerlo en dos dimensiones: por un lado, articular un sistema de innovación dentro del sistema educativo como elemento transversal del mismo. Y por otro, impulsar la capacidad de innovación de la propia administración educativa, articulando formas disruptivas de estructurar y planificar el sistema educativo, fundamentalmente a través de herramientas de innovación pública.
En definitiva, el reto de los procesos de transformación educativa es transitar de la suma de innovaciones actual a la construcción de un sistema de innovación; de la vocación innovadora de nuestro profesorado -que cada vez es mayor- a un sistema educativo innovador, que recoja, impulse, evalúe y acredite la labor innovadora de centros y docentes. Una innovación que se mueva no a pesar de la administración, sino gracias a ella.