Se habla mucho, casi a diario, del avance imparable de las nuevas tecnologías y de sus ventajas. Sin embargo, hay un aspecto en el que muy pocas veces se pone el foco: cómo se desarrollan estas tecnologías, si son accesibles para todas las personas, incluidos los discapacitados. La respuesta es muchas veces un no rotundo y por eso, organizaciones como la Fundación ONCE han dado la voz de alarma, para evitar que se acabe generando un colectivo de “parias de la tecnología”. Por ello hemos hablado con Alberto Durán, vicepresidente ejecutivo de la Fundación ONCE.
Según ha dicho en diversas ocasiones, los avances en las nuevas tecnologías a veces se dejan fuera a los discapacitados que se pueden acabar convirtiendo en meros espectadores. ¿En qué sentido?
Cuando la tecnología se diseña pensando en un porcentaje de la población que no es toda o pensando que todos somos iguales, pues al final nos dejamos fuera una parte de la población. Eso tiene dos consecuencias: la primera, una muy grave, y es que hay gente que se queda fuera y, por lo tanto, también sus derechos de desarrollo personal, de acceso a la información, a la educación, al transporte o a la relación con la administración. Por lo tanto, hay una especie de parias de la tecnología.
Y luego tenemos otro elemento. Como son espectadores y no participan, eso tiene un coste social porque al final hay que financiar clases pasivas que se quedan fuera del mercado laboral y de formarse. Al final tenemos más costes y personas a las cuales estamos conculcando sus derechos.
¿Hay alguna tecnología en concreto que se pueda poner como ejemplo paradigmático en este sentido?
Por ejemplo, uno de los elementos preocupantes lo constituyen todas las plataformas de educación online o las plataformas, que son muy positivas, por las cuales en los colegios se genera una comunicación entre padres, profesores, alumnos… con actividades extraescolares, documentación complementaria, etc. Como esas plataformas no sean accesibles hay niños que se pierden parte de la película.
Si un niño se nos descuelga y es una plataforma instaurada en la que alguien se ha gastado mucho dinero, luego hay mucha resistencia a gastarse otra vez el dinero en hacer otra plataforma, pero buena. Entonces, aquí tenemos que ser solidarios y estar todos atentos (mundo educativo, padres, etc) para que estas cosas se hagan bien.
Otro caso puede ser el acceso a la cultura, a los medios de comunicación o el acceso a la información pública de cualquier tipo.
También habla de un concepto como es el del consumidor con discapacidad. Que se le tenga en cuenta es uno de sus objetivos…
¿Por qué los discapacitados no somos tenidos en cuenta a veces en los desarrollos? Porque somos invisibles, no estamos en la calle, aunque España es un caso atípico porque gracias a la ONCE los discapacitados están en la calle. Pero aún hay mucha gente que no puede salir de su casa porque tiene barreras y si sale no puede entrar; hay gente que no tiene un acceso bueno a la universidad aunque hemos mejorado...
Consecuencia: es un problema invisible y un problema invisible no se resuelve. Por eso no se piensa en que haya consumidores con discapacidad y, cuando las grandes empresas generan productos y servicios, no están pensando en este colectivo. Así que nos quedamos fuera.
Claro, este colectivo es muy importante, es el 15%. Y luego están las personas mayores, que crecen muchísimo y en el año 2050 estarán por encima del 30% en Europa. Entonces, son situaciones que también económicamente, para ser sostenibles, tienen que hacerse pensando en todos. Quizás hay una dificultad mayor al principio, pero las cosas bien diseñadas de origen no son más caras. El problema es hacerlas dos veces.
¿Cómo se puede tender puentes entre los discapacitados y quienes generan esta innovación?
Esto es parte de lo que nosotros, y algunas entidades más, podemos hacer. Quien tiene conocimiento de nuestro colectivo, quien sabe dónde está cada uno, cómo preguntarles, cómo ordenarlo y, por otro lado, quien sabe de un producto o un servicio concreto, pues vamos a ponernos en común. Por ejemplo, si uno sabe de telefonía y otro de accesibilidad, que hablen de herramientas que hagan que la telefonía sea accesible. Y así en cualquier sector. Eso es lo que nosotros hacemos, de intermediarios, y generalmente los resultados son positivos. A veces no con un 100% de efectividad, pero es mucho más que si esa interacción no se da.
¿Y en España, cómo estamos en ese sentido de incluir al colectivo de los discapacitados dentro de esta innovación tecnológica constante en la que vivimos?
Tenemos la ventaja de una organización fuerte como la ONCE que da visibilidad a esta necesidad, que hace que en España el problema de la invisibilidad no sea tanto. Pero todavía las personas con discapacidad participan poco en la sociedad, tenemos mucho paro, muy baja tasa laboral… Eso significa que tenemos todavía poca autonomía, muy baja autoestima, que por lo tanto a veces no somos consumidores en el pleno sentido de la palabra y, por lo tanto, que todavía no estamos ahí. Esto está cambiando y cada día que pasa estamos mejor. Pero siempre podemos enfocar las cosas mirando dónde estábamos o mirando dónde tendríamos que estar.
Todavía nos queda muchísimo. Sobre todo en cuestiones que no son tanto de dinero como de concepto y que son difíciles a veces de mover; inercias que son difíciles de cambiar. Por eso otro de nuestros trabajos es la necesidad de trabajar muy en contacto con los desarrolladores, con los ingenieros, con los arquitectos, con los colegios profesionales… Esto a veces no se estudia en las facultades, allí no se habla de accesibilidad y esto es un elemento que tiene su ciencia y su metodología. No es algo difícil pero es algo que si no lo has aprendido no lo sabes y si crees que lo conoces te vas a equivocar. Y tu equivocación va a tener consecuencias en gente que se va a sentir excluida ante desarrollos o tecnologías que se ponen en marcha.