Doctor en Ciencias Ambientales por la Universidad Autónoma de Barcelona, a Álvaro Fernández-Llamazares, que en la actualidad es investigador postdoctoral en la Universidad de Helsinki, le gusta definirse como etnoecólogo. Su actual línea de investigación examina las relaciones entre diversidad biológica y cultural, y pone de manifiesto “el importante papel” que juegan los pueblos indígenas y las comunidades locales en la conservación de la biodiversidad.
Ha desarrollado su trabajo con comunidades localizadas fundamentalmente en la Amazonia boliviana, en Kenia y en Madagascar. En este momento, investiga la efectividad de los territorios indígenas de toda la cuenca amazónica en inhibir la deforestación y conservar biodiversidad que no se encuentra representada en las redes nacionales de áreas protegidas. “Intento conectar los discursos globales de sostenibilidad con las realidades y prioridades locales de estos pueblos”, explica.
Es también uno de los investigadores españoles que ha contribuido a la elaboración del Informe Global IPBES (IPBES Global Assessment) de la ONU, que por primera vez aborda el estado de la biodiversidad del planeta de manera tan ambiciosa. En concreto se ha centrado en el capítulo 6 que, a grandes rasgos, atiende al abanico de opciones políticas para abordar “la alarmante pérdida de biodiversidad” que atraviesa el planeta.
Fernández-Llamazares ha evaluado los factores que explican que unas áreas protegidas sean más efectivas que otras, y las formas de gobernanza que permiten fortalecer las contribuciones de los pueblos indígenas y las comunidades locales a la conservación de la biodiversidad. Además, considera “todo un honor” haber participado en el desarrollo de los análisis geoespaciales que concluyeron que en torno a un 35% de las zonas naturales que quedan en la Tierra coinciden con territorios habitados por pueblos indígenas.
Sus investigaciones previas concluyen que estos grupos sociales han sabido, en muchos casos, desarrollar medidas eficaces para mantener la riqueza natural de sus territorios. Es por ello que la naturaleza está deteriorándose de forma menos rápida en territorios indígenas que fuera de ellos, según concluye el propio Informe de IPBES. Es de hecho una cuestión de supervivencia y sustento. “Se basan en conocimientos transmitidos de generación en generación durante miles de años, lo que explica su adaptación exitosa a las condiciones ecológicas de cada lugar”. Un buen número de las prácticas culturales de estos pueblos son, según el investigador, no sólo compatibles con la biodiversidad, “sino que en muchos casos la promueven y protegen de manera proactiva”.
En el lado menos luminoso, estos territorios se enfrentan a un doble problema: por una parte, están sometidos a las presiones del desarrollo –“sobre todo la expansión de las ‘fronteras’ extractivas hacia zona cada vez más remotas”- y, en paralelo, la voz de sus reivindicaciones y soluciones no es transmitida por el altavoz adecuado. “Tenemos que crear espacios en los que líderes y representantes indígenas puedan participar activamente en procesos intergubernamentales y de las grandes convenciones ambientales. Necesitamos su sensatez ante tanta demagogia y populismo barato”.
Para incrementar esa participación, cuentan ahora con las tesis del informe IPBES, pero también con un coraje milenario. “Muchos grupos están luchando contra el desalojo de sus tierras y la destrucción de la naturaleza, a la que están conectados espiritualmente. Tienen la rotunda determinación de proteger el territorio. La humanidad les debe mucho”, declara el investigador.
Pero, ¿cómo aplicar a gran escala esta filosofía en un mundo deshumanizado y de voracidad global? “Hay muchos matices. No todos los pueblos indígenas son iguales, y también aquí las generalizaciones pueden ser peligrosas. A grandes rasgos, podemos aprender mucho de sus cosmovisiones, del uso moderado de los recursos, de sus valores de justicia social y respeto por la biodiversidad. En general, tienen un concepto del bienestar no tan ligado al consumo como el nuestro. Se puede ser feliz con mucho menos, por tópico que parezca”, afirma.
“Lo bueno”, añade Fernández-Llamazares sobre el reto de conectar prioridades globales con realidades locales- “ de vivir en un mundo interconectado donde las fronteras entre lo local y lo global son cada vez más difusas es que cada vez tenemos un mayor conocimiento de lo distante y lo distinto”. Y expone varios éxitos protagonizados por comunidades indígenas que sí han logrado que sus reivindicaciones adquieran la dimensión adecuada para traducirse en cambios.
Es el caso de la lucha de los Sioux contra la ‘Dakota Access Pipeline’en Estados Unidoso las protestas de miles indígenas ante la construcción la carretera del TIPNIS en el corazón de la Amazonía boliviana, que han dejado de ser conflictos de carácter local para convertirse en asuntos de calado internacional con la correspondiente atención mediática. El investigador cree que ya no hay marcha atrás y que, de manera paulatina, estos grupos adquirirán un papel cada vez más central en los foros mundiales de gobernanza ambiental.
En este sentido, el Informe IPBES enfatiza en la necesidad de afrontar los retos del planeta con acciones globales y con colaboración institucional a múltiples escalas. “Hasta ahora, la descoordinación ha sido el gran lastre para el futuro de la biodiversidad, que no conoce fronteras y que no debería ser un campo de batalla ideológico. Más que nunca hay que apostar por la cooperación internacional y el multilateralismo”.
Medidas
Suponiendo que esos lazos se estrechen, algunas medidas no pueden esperar. “Urge eliminar los subsidios a empresas que destrozan el medio ambiente, sustituyéndolos por incentivos que fomenten la sostenibilidad a largo plazo”. El investigador afirma rotundo que “el planeta no está en venta. No podemos legitimar con instrumentos económicos a los que destruyen la naturaleza”, aunque apunta que es “primordial que la transición hacia la sostenibilidad sea una transición justa, y que haya medidas sociales compensatorias que faciliten el cambio sin castigar a ciertos sectores de nuestra sociedad”.
Los políticos, por su parte, “deben acabar con el cortoplacismo, empezar a pensar en las generaciones futuras y blindar la política ambiental con pactos internacionales apoyados por todas las fuerzas políticas de cada país”. Todo ello, según Fernández-Llamazares, sin desatender lo logrado sobre el terreno. “Hay que seguir inundando las calles y sumar voces para dejar bien claro que estamos hartos de las excusas de los políticos. Tenemos que liderar esta revolución, tomar el control y remar juntos para que todas estas nobles aspiraciones se conviertan en realidades duraderas”.
El investigador opina que la tecnología puede ser otro agente catalizador de ese viento a favor. “Hay que apostar por la innovación sostenible, invertir en tecnologías verdes y seguir investigando formas de desembasurar el mundo y convertir los residuos en recursos, en línea con el paradigma de la economía circular”.
Buenas señales (y algunas cautelas) desde España
Aunque admite que por su actual ocupación está más al tanto de la política ambiental amazónica que de la que afecta a la Península ibérica, sí percibe que en España existe una creciente sensibilidad a distintos niveles. Destaca el anteproyecto de Ley del Cambio Climático y Transición Energética, la derogación del impuesto al Sol o la apuesta pública y privada por las renovables y la descarbonización.
El investigador suma a esta lista otras medidas en materia de conservación como la declaración del Corredor de Migración de Cetáceos del Mediterráneo como área protegida (se prevé que pronto ocurra lo mismo con el Parque Nacional de la Sierra de las Nieves) o la buena salud del lince ibérico. “España tiene una gran responsabilidad ambiental al ser uno de los países de la UE con mayor biodiversidad”.
Sin embargo, advierte de que muchas de nuestras áreas protegidas (España es el país europeo con más superficie así catalogada) no gozan de los niveles de conservación que deberían. “Lamentablemente, algunas son meros ‘parques de papel’ que figuran en leyes y decretos pero que a veces quedan relativamente desprotegidos ante amenazas como la especulación urbanística”. Fernández-Llamazares recuerda también que tenemos uno de los porcentajes más bajos del PIB dedicado a fiscalidad medioambiental o un trágico historial de desastres naturales como el del Prestige, Aznalcóllar o los incendios forestales… “Tenemos mucho trabajo por delante”.
El investigador se muestra crítico ante la falta de atención de la clase política española respecto a muchas de estas cuestiones. “En las últimas elecciones presidenciales en Finlandia, los candidatos expusieron públicamente sus políticas y compromisos en materia de cambio climático y medioambiente. En España, la política ambiental, ¡no digamos ya la biodiversidad!, está del todo ausente en las campañas electorales. Los políticos nórdicos han identificado antes a una masa crítica de ciudadanas y ciudadanos para los que afrontar esta crisis debe ser la gran prioridad política de nuestro tiempo”.
Futuro y optimismo
“Sería una terrible irresponsabilidad caer en la apatía y el pesimismo”. Pese a que el escenario que tenemos por delante “no es muy alentador”, el científico llama a “mantener el optimismo a flote y ser proactivos”. Confía en que si la restauración de la catedral de Notre Dame movió lo que movió en un par de días, estamos en condiciones de cumplir con los ODS marcados en la Agenda 2030 aunque “nos tenemos que poner desde ya, sin mirar en otra dirección”. En un mundo en el que “nadie quiere ver a sus hijos crecer sin esperanza”, ensalza la figura de la joven activista Greta Thunberg.
“Tal vez sea ingenuo, pero creo que esta inercia no es irreversible”, añade Fernández-Llamazares, para quien el Informe IPBES ha llegado “en un momento idóneo, en el que grandes movilizaciones ecologistas son portada en periódicos de todo el mundo. Hay una confluencia de intereses nunca vista”.
A mantener viva la llama ayudan las huelgas climáticas, movimientos como ‘Extinction Rebellion’ y ‘Juventud por el Clima’. “También influyen manifiestos firmados por miles de científicos, el tan comentado ‘Global Deal for Nature’ o el incremento del voto a los partidos verdes en las últimas Elecciones Europeas. La gente está convencida de que un cambio en nuestro modelo de desarrollo no sólo es posible sino, ante todo, necesario”.