La estadounidense Amy Karle explora a través de sus obras de arte lo que significa ser humano. Reconocida en 2019 por la BBC como una de las 100 mujeres más influyentes del mundo, Karle indaga en la relación entre el cuerpo, la ciencia y la tecnología. Como artista y diseñadora se ve a sí misma como una provocadora y futurista, que plantea cómo la tecnología podría mejorar la humanidad.
Los bioartistas como ella “utilizan herramientas y procesos científicos. Trabajan con procesos y medios vivos”, explica una de las mujeres considerada más influyente en la impresión 3D en 2017, según la revista estadounidense All3DP. Estas obras pueden incluir tanto tejidos vivos, como bacterias, sangre, células y otros organismos.
El bioarte es una de las primeras vanguardias del siglo XXI. Se expone tanto en galerías de arte, como en museos, estudios de artistas, o laboratorios. “Todavía es bastante raro en el mundo del arte, muchos museos, coleccionistas y archiveros todavía no tienen protocolos. Todos estamos aprendiendo juntos”, opina Karle.
Esta forma de expresión “cuestiona las aplicaciones emergentes de las ciencias de la vida y la biotecnología. Plantea cuestiones éticas, estimula y desafía el pensamiento científico. Contribuye a las nuevas investigaciones y a los nuevos desarrollos”, subraya.
El cuerpo como obra de arte
La artista creó hace unos años “Relicario Regenerativo”, una mano humana impresa en 3D con un material de hidrogel biodegradable que se desintegra con el tiempo. La escultura está instalada en un biorreactor, con la intención de que las células madre mesenquimales humanas (de un donante adulto) sembradas en ese diseño crezcan eventualmente en tejido y se mineralicen en hueso.
En “Brainsongs”, Karle utilizó un electroencelograma (EEG) para leer diferentes ondas cerebrales que correspondían a distintos sonidos a través de una interfaz digital. “Al aprovechar la tecnología para escuchar mis propias ondas cerebrales, enseñé a mi cerebro a percibir el mundo de manera diferente”, asegura.
“El cuerpo y la tecnología” es una colección de dibujos y grabados hechos con inteligencia artificial, aprendizaje automático, redes neuronales artificiales y a mano. Una obra con la que pretende trascender el ámbito de lo puramente artístico. “El sistema ideal sería aprovechar la IA en el diagnóstico de enfermedades, luego proponer un diseño de piezas de repuesto, y finalmente bioimprimir las piezas de repuesto implantables”.
En una de sus más recientes obras, “El corazón de la evolución?”, expuesta en 2019 en el Museo de Arte Mori de Tokio (Japón), está trabajando en una bioimpresión con células humanas vivas que, de tener éxito, “podría tener profundas implicaciones médicas y científicas”, asegura la artista, así como en la bioimpresión de la vasculatura en general.
La artista ha expuesto esta y muchas más piezas en unos 54 centros alrededor del mundo. En 2019 expuso “La Fabrique Du Vivant” (La fábrica de la vida), en el Centro Pompidou de París (Francia); “The Future and Arts” (El futuro y las artes), en el Museo de Arte Mori; y “The State of Us ” (El estado de nosotros), en el Museo Lowry de Manchester (Inglaterra).
Además de participar como experta en think tanks de todo el mundo, es cofundadora de Conceptual Art Technologies. Por parte de la Incubadora de Artes Americana del Departamento de Estado de los Estados Unidos estuvo a cargo en 2018 de la diplomacia pública, la innovación social y el empoderamiento de la mujer.
El cuerpo de Karle
El interés de la artista por el cuerpo le viene desde muy joven. Nació con una rara alteración, aplasia cutis congénita, por la que le faltaba una gran porción de piel en la cabeza y hueso en el cráneo. “Cuando crecí solo quería ser como los otros niños y hacer lo que ellos hacían. Pero también comprender la fragilidad del cuerpo, la condición humana y el sufrimiento debido a las limitaciones del cuerpo”, relata.
Hija de una bioquímica y farmacóloga, y de un farmacéutico, Karle creció entre el laboratorio y la farmacia. No duda que ellos fueron su fuente de inspiración
Tras varias cirugías, ya de adolescente, los médicos cubrieron su piel. Aunque el punto blando de la parte superior del cráneo todavía lo tiene abierto. De allí su interés por “curar el cuerpo y mejorarlo físicamente (a través de cirugías y avances médicos), vivir a través de sus limitaciones y encontrar la libertad dentro de estas limitaciones”.
Las exploraciones sobre su propio cuerpo no han terminado. Karle se encuentra embarazada de su segundo hijo. Desde que tuvo al primero, le han hecho pruebas para ver si su condición podía ser heredada genéticamente.
El interés por la tecnología también le viene desde niña. “Crecí en Endicott, en Nueva York, la casa de IBM. En las excursiones de la escuela me contaban que cuando fuéramos adultos, los ordenadores serían capaces de resolver muchos de nuestros problemas, y de ayudar realmente a la gente. Seríamos entonces capaces de vivir vidas de ocio, disfrutar de nuestras familias y de la vida. Ahora que soy mayor, hemos desarrollado nuestros ordenadores y nuestra tecnología para hacerlo, pero no la hemos utilizado de esa manera. En todo caso, ahora estamos más esclavizados por nuestra tecnología y tenemos menos tiempo libre debido a ella”, reflexiona.
Karle vive ahora en San Francisco, la tierra de Silicon Valley, un lugar que califica como “el salvaje oeste de los negocios y la invención”. Allí se ha dado cuenta de la profunda penetración de la tecnología en nuestras vidas. “Vivir y trabajar en San Francisco me hace muy consciente de cómo la tecnología puede ser usada para nuestro beneficio o muerte. Esta preocupación y conciencia se muestra en todo el trabajo que hago”, asegura.
La bioingeniería frente a sus dilemas
La bioingeniería y las modificaciones genéticas podrían erradicar deformaciones y enfermedades, pero también son irreversibles y podrían alterar permanentemente nuestra especie. La promesa de bioimprimir y crear piezas de repuesto ofrece esperanza a aquellos que necesitan trasplantes, pero podría conducir a un alargamiento significativo de la vida y de las formas y funciones corporales posthumanas.
Todas estas son preocupaciones éticas que el trabajo le hace plantearse a Karle. “Debemos cuestionarnos en quién queremos convertirnos para determinar cómo crear y aprovechar estas tecnologías para construir un futuro mejor para todos nosotros”, concluye.