En su pueblo -La Cañada, Alicante, 1.200 habitantes- era difícil el acceso directo a referentes e instituciones científicas, pero la vocación de Anabel Sáez vino por otros cauces. Cuando su abuela enfermó de alzhéimer empezó a hacerse preguntas que hoy trata de responder desde el laboratorio. “¿Por qué mi abuela no recuerda nada?” “¿Por qué ella está enferma y las abuelas de mis amigas no?” A una niña ya de por sí curiosa, la vida le puso delante el aprendizaje en primera persona.
Más tarde, mientras estudiaba el doble grado de Biotecnología y Bioquímica en la Universidad Rovira i Virgili (universidad pública de Tarragona), su padre empezó a notar síntomas sospechosos de esclerosis lateral amiotrófica (ELA). “El diagnóstico llegó por descarte ya que aún no existe una prueba específica para concretar la presencia de la enfermedad. La impotencia que sentí fue terrible”. Sin embargo, y aunque su padre falleció hace unos años, la joven se propuso que haría todo lo que estuviera en su mano para luchar contra la ELA.
Con esa intención realizó una estancia en el Karolinska Institutet de Estocolmo (Suecia) y cursó un master de Investigación Farmacológica en la Universidad Autónoma de Madrid. “Sabía que, si hacía una tesis, lo haría centrada en la ELA”. Y en ello está. Una noche leyó una información sobre el trabajo de Óscar Fernández-Capetillo, líder del Grupo de Inestabilidad Genómica en el CNIO, que trabaja en ELA desde 2015. “En ese momento le escribí sin conocerle de nada y tuve la suerte de que me encontró un hueco en el laboratorio en septiembre de 2021. Es una persona brillante de la que no dejo de aprender”. Tanto Anabel Sáez para el desarrollo de su beca como el grupo investigador en su conjunto, cuentan con apoyo financiero de Fundación “la Caixa”.
Las complejidades de la ELA
Pero, ¿por qué el abordaje de la ELA sigue resultando tan difícil? La investigadora percibe que confluyen distintos factores. Pese a que cada vez son más los grupos de investigación dedicados a la enfermedad, considera que aún se trata de patología ‘minoritaria’ en términos numéricos si la comparamos con el cáncer y otras enfermedades. Por ejemplo, no existen centros de investigación específicos dirigidos a la ELA. A visibilizar la enfermedad y a recaudar fondos han ayudado la figura de Stephen Hawking o el reto viral ‘Ice Bucket Challenge’.
“En las enfermedades neurodegenerativas en general, es difícil llevar a cabo un seguimiento profundo y continuado del paciente. Si hablamos de cáncer, es posible extraer biopsias y medir la evolución de la enfermedad en el tiempo. En nuestro caso, podemos tomar una muestra de espina dorsal o de cerebro cuando la persona ha fallecido. Digamos que es la foto final de una ciudad ya devastada. Nos perdemos muchas cosas por el camino”, detalla Sáez.
Tampoco ayuda a la investigación la poca incidencia de la ELA. “Es complicado ‘reclutar’ pacientes para llevar a cabo ensayos clínicos. Requiere de criterios de inclusión muy específicos a nivel de mutación genética y estadio de una enfermedad que, a su vez, es muy heterogénea. No es lo mismo la ELA espinal (síntomas en el sistema motor), que la ELA bulbar, donde fallan funciones como la deglución o la respiración y cuya evolución es más rápida”.
El trabajo del CNIO
Hace dos años, el equipo de Óscar Fernández-Capetillo halló la causa de la muerte neuronal en gran parte de los pacientes con ELA familiar. “El paper que me trajo hasta aquí describía el mecanismo molecular de la mutación más frecuente en ELA, que es la que se produce en el gen C9orf72. A raíz de esta mutación, se producen unas proteínas ricas en arginina que resultan tóxicas para la célula. Este aminoácido altera todas las funciones que permiten a la célula cubrir sus necesidades de ácidos nucleicos hasta que acaba muriendo”.
Una vez descrito el mecanismo molecular, el grupo de investigación busca fármacos o estrategias de modificación genética que alivien la toxicidad de las proteínas ricas en arginina para que las células sean capaces de sobrevivir. En este punto está centrada la tesis de Anabel Sáez.
Además, la investigadora trabaja para superar otra de las barreras pendientes en ELA. “A día de hoy, no disponemos de un buen modelo animal para investigar. Eso explica que proliferen tantos distintos: ningún es del todo válido”. Estos días está centrada en la caracterización de un modelo que, “ojalá”, sirva para probar terapias in vivo y ayude a trasladar a la clínica los avances en el laboratorio.
Una Ley que no se aplica
Mientras la ciencia busca soluciones, Anabel Sáez lanza una llamada para que, de una vez por todas, se desbloquee la conocida como Ley ELA, aprobada en el congreso, pero sin aplicación efectiva. Asociaciones de pacientes y enfermos-activistas como Jordi Sabaté Pons denuncian una situación insostenible. “En los últimos 10 años la investigación ha avanzado mucho, pero desgraciadamente no existe nada que cure la ELA o que alargue la vida de los. Sin embargo, las familias necesitan recursos para que los enfermos estén bien atendidos”.
La investigadora alude a la alta carga asistencial de la ELA, 24/7, ya que los enfermos necesitan cuidados constantes. “Hay que dotarles de ingresos extra y de tiempo para que las familias puedan respirar. Entre otras muchas cosas, la ley debe otorgar con inmediatez la invalidez total de los enfermos de ELA y ayudar a que cuenten desde el principio con la ayuda de fisioterapeutas y otros profesionales”.
A nivel terapéutico, en este momento las opciones disponibles contribuyen fundamentalmente a controlar y paliar los síntomas. “Debemos ser realistas, pero sin perder el optimismo”. A ello ayudan investigaciones como la de Ana Martínez, del CSIC, que ha patentado una molécula contra la ELA, cuya implementación aún se hará esperar. También es importante el trabajo de Rubèn López Vales, catedrático del Departamento de Biología Celular, Fisiología e Inmunología, e investigador del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) o Carmen M. Fernández-Martos, investigadora principal del laboratorio de Neurometabolismo del Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo.
@bioindignada
Cansada de que bulos y fake news campen a sus anchas por medios de comunicación y redes sociales, Anabel Saéz aporta “su granito de arena” en favor de formar ciudadanos más críticos desde la evidencia científica. Su perfil @bioindignada acumula miles de seguidores en Instagram y TikTok. “Aporto claves para que puedan descubrir si están siendo engañados o manipulados antes de que sea demasiado tarde. Si al menos genero dudas me daré por satisfecha”.
Opina que la brecha entre investigación y sociedad sigue abierta. “Los científicos nos centramos en investigar, pero la ciencia no está terminada hasta que no es comunicada y llega a la sociedad que es la que hace posible con sus impuestos. Debemos comunicar más y mejor. Por otro lado, la ciudadanía no está lo formada que debería a nivel de ciencia básica”.
Al igual que otros investigadores como Luis Paz-Ares, jefe del Servicio de Oncología Médica en el Hospital 12 de Octubre de Madrid, Anabel Sáez llama a incorporar estos temas a los planes educativos desde edades tempranas. “No podemos digerir tanta sobreinformación. Necesitamos fomentar el pensamiento critico desde el colegio o el problema se hará cada vez más grande”.
El futuro
“Querría liderar mi propio grupo de investigación dedicado a la ELA, pero llegar a investigadora principal es todo un sacrificio”. Sáez habla de un sistema en el que priman la precariedad y la inestabilidad de los contratos temporales. “No sabes qué sucederá mañana lleva a que gente muy válida se quede por el camino y opte por la estabilidad laboral de otras industrias, como la farmacéutica. Es una pena que tanto talento se pierda”.
De vuelta al presente, la investigadora apuesta por aportar lo máximo para entender la enfermedad. “Ayudar a los pacientes sería un sueño cumplido. Desde mi posición, seguiré defendiendo los derechos de los enfermos y sus familias, y daré visibilidad a la ELA y a la ciencia en general. La comunicación me apasiona”.