En esta vuelta tan inusual a las aulas, justo cuando España registra un pico de contagios de coronavirus, el profesor Antoni Hernández-Fernández (Barcelona, 1974) recomienda regresar con un poco de rock y con mucha creatividad. Él, al menos, se siente listo para “darlo todo como siempre”.
Para este profesor de secundaria y del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Politécnica de Cataluña (ICE-UPC), con más de 20 años de experiencia, la presencialidad es clave. “El aula es un ambiente ideal”, sostiene. Claro, esto si en ella los alumnos pueden mantener la distancia mínima de 1,5 metros y si llevan mascarilla.
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En opinión de este profesor, que también da clases de formación profesional en la Escuela de Arte y Diseño de Terrassa, la educación en línea durante el confinamiento puso en evidencia que el gran problema no era el acceso a internet o a un ordenador. Esas son cuestiones “necesarias pero no suficientes”.
El gran problema es el contexto. “Se puede dar clase en línea siempre y cuando el alumno tenga un contexto adecuado para el aprendizaje”, enfatiza. Cuando algunos alumnos suyos tuvieron problemas con sus ordenadores lo que hicieron fue conectarse con el móvil. En cambio vio situaciones cuya solución iba más allá de estas cuestiones técnicas. El profesor contó el caso de dos alumnas del ciclo formativo, de entre 18 y 20 años, que no pudieron seguir con las clases. Una se tuvo que ocupar de sus abuelos y la otra tuvo que ponerse a trabajar. Tenían internet, no el contexto adecuado.
Por ello, frente a situaciones como estas, el aula es, para él, el espacio en el que “los profesores pueden controlar que se dé un clima pedagógico favorable, un entorno seguro y unas condiciones básicas para la educación”, enfatiza.
El aula es “un santuario”, “el único lugar que les garantiza tener alguna oportunidad a medio plazo”, según él. Ya que, a pesar de que el vínculo emocional se puede mantener en línea, la presencialidad permite paliar dos de los mayores inconvenientes de la enseñanza a distancia: la falta de autodisciplina, cuando no hay unos horarios establecidos, y el encuentro socializador con los compañeros de clase.
Por otra parte, Hernández-Fernández no cree que la mascarilla se convierta en un obstáculo —de paso, recomienda a los profesoras las FFP2 porque permiten vocalizar—. Simplemente habrá que reinventar la forma de enseñar. “Las miradas van a valer mucho, los gestos con los brazos”, asegura el físico, lingüista y doctor en Ciencias Cognitivas por la Universidad de Barcelona (UB).
“La palabra es nuestra fuerza”, advierte y considera que la comunicación puede ser estrictamente verbal y funcionar. Los profesores podrán jugar con palabras que permitan “darles serenidad a los chavales”. Y, desde su perspectiva, todo esto solo es posible en el aula.
La distancia obligatoria entre cada alumno tampoco es un obstáculo, solo “hay que saber jugar con ella”. Pero reconoce que en su centro de trabajo sí cuenta con espacios ventilados en los que es posible mantenerla distancias, y el máximo de alumnos, lo que no está sucediendo en todo el país. En Girona, por ejemplo, seis hoteles han puesto a disposición del departamento de Educación entre 250 y 300 plazas en salas de conferencias y reuniones para convertirlas en aulas de escuela.
Y es que España está en desventaja en comparación con los otros países, con respecto al número de alumnos por clase, según el último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) publicado este martes. El organismo advierte de que la tardía apertura de las escuelas ha agrandado la brecha de España con los países desarrollados.
Para los demás profesores que, como él, han reiniciado o están por hacerlo, propone empezar el año escolar con cuatro elementos pedagógicos cruciales: acceso, contexto y creatividad (ACDC). Y por qué no, al ritmo de Highway to Hell.