Ya se pueden sacar las primeras conclusiones de la terrible pandemia del COVID-19 y no todas son negativas. Podemos valorar, como señala el presidente de la Conferencia de Consejos Sociales de las universidades españolas (CCS), Antonio Abril Abadín, “que se ha constatado una alta valoración social de nuestro sistema sanitario”, el cual “tiene detrás un proceso de ciencia, investigación, transferencia e inversión” que lo sostiene.
En la declaración institucional que la CCS ha realizada ante el impacto del coronavirus en España se ahondaba en esta misma idea: “Ahora somos más conscientes que nunca de que la ciencia y la investigación no solo crean riqueza y bienestar, sino que además salvan vidas humanas”. Lo cual no sé si dice mucho a favor de nosotros. ¿Hemos tenido que sufrir una pandemia para tener claro algo tan básico? ¿Ocurre lo mismo en otros países?
No apostamos por la educación
“Yo creo que la alta consideración de la salud es un elemento común en toda la civilización moderna, pero en la valoración que se hace en España de la educación y de sus derivados inherentes –como son la cultura, la ciencia, la investigación, las universidades, la transferencia de resultados, la colaboración público privada entre el sector educativo y el sector productivo, etc.–, estamos muy por debajo de otros países cercanos y comparables”, critica Abril.
Prueba de ello es que el gasto público en educación representa hoy en en nuestro país el 4,24 por ciento del PIB, “el porcentaje más bajo desde el año 2006”. Y, dentro de la Unión Europea de los 28, solo cinco países se colocan por debajo en inversión educativa.
“La responsabilidad es de todos”. Por eso el presidente de la Conferencia cree que estamos ante un problema de carácter cultural. “Este país no apuesta por la educación –se lamenta–. Esto es un hecho evidente y lógicamente pagamos las consecuencias porque la educación es cara pero la falta de educación es infinitamente mucho más cara”.
Falta transferencia
Antonio Abril Abadín advierte de que hay muchas cosas que tenemos que mejorar. Por ejemplo, impulsar la colaboración público-privada, más concretamente la conexión universidad-empresa. También en este caso hay un problema cultural que él sitúa en el sistema de autogestión de las universidades, un tipo de gobierno que viene de los años ochenta, que “ha aislado en sí mismas” a estos centros del saber y que “ha creado excesiva distancia con la sociedad”.
“No es que le esté echando la culpa a las universidades; yo siempre digo que son mucho más víctimas que culpables de la situación”, puntualiza. De aquí se deriva el actual problema de transferencia que sufrimos. En el ámbito de la educación superior se hace “mucha y buena investigación, pero no somos capaces de trasladarla al sector productivo, es decir, en convertirla en puestos de trabajo, en desarrollo económico y social, y en riqueza”.
El máximo representante de la CCS pone un ejemplo claro en este sentido. “Hasta noviembre del año 2018 no teníamos un reconocimiento de los méritos académicos derivados de la transferencia de resultados en todas las áreas de conocimiento, con lo cual los investigadores se han dirigido mucho más a la publicación”. Y también asegura que tiene su parte de culpa el sector productivo, debido a el predominio de la mano de obra de baja cualificación y a una escasa vocación innovadora.
Cierre del curso universitario
En su declaración, la CCS –que aglutina a los consejos sociales de las universidades públicas y a los consejos y patronatos de universidades privadas– valora el esfuerzo de las universidades para continuar su actividad docente e investigadora en un entorno de graves dificultades.
Queda por resolver cómo se va a cerrar el curso, teniendo en cuenta siempre, afirma Abril Abadín, “los criterios de mérito”, es decir, que “no se le puede reconocer unos conocimientos a quien no ha acreditado tenerlos”. Si los exámenes no se pueden hacer de forma presencial, habrá que hacerlos de manera virtual, aunque haya que posponer la fecha de evaluación.
“A partir de aquí compartimos un criterio que ha expresado el Ministerio en el sentido de que cada universidad es distinta y, dentro de sus peculiaridades, tiene que adaptar las medidas adecuadas a sus capacidades”, añade.
Con cierto optimismo
Esta situación “nos ha pillado con el pie cambiado a todos” y, en este sentido, “tampoco se podía pedir a las universidades que estuvieran preparadas para esto”. Pero, dentro de esa apuesta por sacar conclusiones correctas de la desgracia de la pandemia, el presidente de la Conferencia cree que “es una buena oportunidad para acelerar los procesos de enseñanza online, que cada vez van a tener más protagonismo en el ámbito de la enseñanza pública universitaria, como ya lo tiene en el ámbito de la enseñanza privada”.
Lo que nos preguntamos todos es si esta crisis nos hará mejores o caeremos en los mismos errores. “Soy optimista porque creo que es imposible no sacar conclusiones de aquí –afirma Antonio Abril Abadín–. Vamos a ver hasta qué nivel somos capaces de generar un cambio positivo”. En todo caso, es algo que “depende de nosotros”. “En nuestra manos está hacer una ciencia excelente y tener una universidad excelente porque tenemos las personas y su talento, lo que nos falla es el sistema”.