Del turismo se sabe que ha sido uno de los sectores más golpeados por la pandemia de COVID-19, que en 2020 registró el número de viajeros extranjeros más bajo desde hace medio siglo, y que el 12 % del PIB de España dependió de él en 2019.
Pero desde que comenzó la crisis sanitaria mundial hace un año, se ha hablado menos de qué es lo que realmente hablamos cuando hablamos de turismo. Para Antonio Miguel Nogués, uno de los especialistas españoles más reconocidos en socioantropología del turismo y autor de numerosas publicaciones sobre esta temática, el turismo no es sino “otro de los nombres del poder”.
El turismo “es otro de los mecanismos que crea distinciones, les pone nombre y las utiliza de base para repartir presupuestos y, por eso mismo, es también otra forma de crear desigualdades. Porque en definitiva, al privilegiar unos destinos frente a otros o un tipo de recursos turísticos, tangibles o intangibles, frente a otros, se generan desigualdades”, asegura el profesor titular del Departamento de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Miguel Hernández.
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Se trata de una práctica social que “afecta ámbitos más cotidianos como el mundo laboral (empleo precario y de baja cualificación), que alienta una dependencia económica y mantiene un sistema de monocultivo que dificulta sobremanera la innovación y el desarrollo en otros ámbitos empresariales, por ejemplo”, detalla.
También influye, según Nogués, “en el mundo de las representaciones identitarias y simbólicas, haciendo que incluso los propios vecinos que viven en destinos turísticos consolidados terminen asimilando y percibiendo su propia identidad a través del imaginario turístico creado por la industria para despertar deseos y necesidades”.
Y es que, para Nogués, el turismo no solo ha conseguido “gestionar bienes de carácter material, sino sueños e ilusiones”. “Lejos de ser una actividad lúdica e inofensiva, es una de las manifestaciones más sofisticadas del entramado de relaciones de poder que producen y reproducen el actual orden de palabras y cosas”, subraya.
Además, según el profesor, el turismo “sirve como marcador de estatus social”. “Hay destinos que resultan más prestigiosos que otros. Las personas, por lo habitual, solo presumimos de vacaciones cuando vamos a lugares a los que nuestras amistades, nuestro grupo social, le concede algún tipo de valor”, explica.
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A esto hay que sumar el efecto de las redes sociales que, según Nogués, funcionan como altavoces o amplificadores de esta realidad: “Ahora no solamente se puede enterar mi círculo de amigos -de que viajé a las islas Seychelles, por ejemplo-. Sino el mundo entero”.
Por todo esto, para el especialista es muy difícil encontrar una modalidad que permita hacer un viaje que sea realmente sostenible y social al mismo tiempo: el turismo tiene una fuerte “capacidad de adaptación a la adversidad”.
“Es una cuestión de cantidad… El problema no es que vayamos a ver el románico palentino usted y yo, es que vayan dos millones de personas”, enfatiza.