Uno de los principales retos a los que nos enfrentamos en nuestro país es el de modificar y adaptar nuestro modelo de crecimiento, evolucionando hacia un mayor equilibrio entre sectores, mediante la apuesta por algunos que resultan de gran importancia. Entre todos ellos, la industria tiene una relevancia fundamental. Y es que, si bien es cierto que en España y según el INE los sectores que más peso tienen son el de los servicios (75,4 %), la construcción (6,6 %) y la agricultura (4,2 %), la industria con un 13,8 %, tiene mucho que aportar.
De hecho, su peso en el PIB podría elevarse hasta el 18 % en un plazo de diez años si se aplican las recetas de sostenibilidad, digitalización, competitividad y desarrollo de infraestructuras más inteligentes y eficientes, como propone por ejemplo el informe Claves e inversiones estratégicas para una España 5.0, elaborado por PwC con el patrocinio de Siemens. Una perspectiva que tal y como recientemente decía Reyes Maroto, ministra de Industria, Comercio y Turismo, es avalada por datos como el Indicador de Clima Industrial en España (ICI) —el cual ha alcanzado cifras récord en los últimos veinte años— y que indica que la actividad industrial se está recuperando y tiene buenas perspectivas para los próximos meses. Y lo que es más importante de todo, se ha recuperado y crece la importancia de la industria en la percepción social colectiva. Sin duda, es el primer input del proceso de mejora que debemos llevar a cabo para reforzarlas, tratando de acercarme al propio lenguaje industrial.
Lograr este cambio en la industria requiere de dos herramientas principales:
Tras tomar conciencia de su importancia socialmente, hay que trasladar esa percepción al ámbito académico y profesional para que nuestro talento decida dedicarse a actividades industriales, y que cada vez sean más las personas que opten por la industria como medio de vida, estudiando previamente FP o carreras relacionadas, principalmente las llamadas STEM. La industria debe valorarse, profesional y también académicamente, por eso, en este camino es imprescindible juntar estos dos mundos, como ya se está avanzando también en el ámbito de la FP, mediante la creciente implantación del modelo dual en la Ley recientemente aprobada por el gobierno.
"La industria necesita apoyo financiero y regulatorio para ayudarla a crecer y a ser más competitiva"
Otra herramienta fundamental es el apoyo financiero y regulatorio para ayudarla a crecer y ser más competitiva, adaptándose al nuevo contexto como sector en general, y a las empresas dedicadas a la actividad industrial en particular. Igualmente, en la actual situación de crisis de suministro de materias y energía, hay que hacer un especial esfuerzo en mitigar los costes, especialmente para las empresas con menor posibilidad de ofrecer garantías, ya que en el sector industrial la productividad aumenta con el tamaño.
La importancia de estas actuaciones es fundamental, como así lo manifiesta la OCDE en su informe International Compendium of Entrepreneurship Policies: los beneficios de apuntalar sectores como el industrial incrementan la competencia, aumentan nuevas oportunidades y alternativas de empleo y sirven para apoyar la transición de regiones en declive económico.
Además, y siguiendo con recomendaciones de ámbito europeo como la del Green Deal o Pacto Verde —que refleja el compromiso de la UE de convertirse en el primer bloque climáticamente neutro de aquí a 2050—, los Estados miembros debemos contribuir a esta transición en estos sectores desplegando medidas de financiación, capacitación y apoyo a promotores de proyectos e inversiones. Y esto, las Administraciones Públicas tanto europeas como españolas lo tenemos más claro que nunca.
Basta ver el reciente PERTE sobre microchips y semiconductores que ya está desplegando una inversión pública de más de 11.000 millones de euros o el resto de los nueve proyectos estratégicos (PERTE) aprobados hasta el momento, en áreas como el vehículo eléctrico, el sector aeroespacial, la gestión y digitalización del agua, el sector naval, la agroindustria, la medicina de vanguardia, las energías renovables, la generación y almacenamiento de hidrógeno verde y la lengua española. Todos ellos movilizarán más de 56.000 millones de euros, de los que 19.000 millones serán fondos públicos.
No menos importante es también el Programa de Impulso de Competitividad y Sostenibilidad Industrial del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo que —integrado en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (PRTR)— cuenta con una línea de financiación en forma de préstamos y subvenciones a proyectos estratégicos para la transición industrial, destinada a empresas que respondan a los retos de la próxima década y que, sin duda, harán de espejo ante el mundo del talento que ya tenemos y que tanto puede aportar a nivel global.
En la misma línea, EOI cuenta con el Programa de Emprendimiento Industrial dirigido a start-ups y proyectos emprendedores innovadores de reciente creación en el ámbito del emprendimiento industrial.
Las oportunidades que tiene la industria en toda Europa y en nuestro país son enormes. El nuevo contexto de digitalización y transición ecológica, junto con el rápido desarrollo de materiales y tecnologías de todo tipo, también de producción, hacen que la competitividad se centre mucho más en el conocimiento y el buen hacer que en la mano de obra barata, como sucedió durante un tiempo.
De hecho, informes como el HSF Research y KMPG International ya lo señalan. Según dicha investigación, justo antes de la pandemia, las tecnologías emergentes como robotización y automatización de procesos, la inteligencia artificial (IA) o la analítica de datos eran importantes en beneficios concretos: aumentar ingresos, reducir costes o mejorar la toma de decisiones, por ejemplo. Apenas año y medio después ya son directamente “esenciales para la supervivencia de las empresas” a cada vez más corto plazo.
“La competitividad debe sustentarse en el conocimiento y en el buen hacer”
Y en todo este contexto, la combinación de industria y emprendimiento cobra si cabe mayor importancia, a través de la colaboración entre ambos mediante la llamada innovación abierta, de cuyo rápido avance somos testigos directos —y actores en la medida de lo posible— en ENISA. Esta colaboración será aún mayor en los próximos tiempos, ya que las grandes cantidades de dinero público puestas en juego en toda Europa y en España mediante programas como los anteriormente citados, requieren de grandes empresas para ser canalizadas, pero deben llegar a todo el tejido productivo, y necesitan una velocidad de implementación y de innovación que no siempre pueden ofrecer en comparación con las start-ups.
No digo nada nuevo resaltando que el mundo se seguirá enfrentando a las consecuencias del impacto de la COVID-19, así como a la incertidumbre de la guerra actual en Ucrania. Sin embargo, estoy seguro de que en este contexto la transición hacia nuevos modelos industriales, basados también en la economía circular, impactarán en toda la sociedad siendo fundamentales para nuestro futuro.
Necesitaremos nuevas tecnologías, procesos, materiales, servicios y modelos empresariales, así como un cambio integral en el comportamiento de las consumidoras y consumidores. Y todo eso sugiere una gran cantidad de oportunidades y nuevos nichos de mercado que posibiliten la creación de start-ups cada vez mejores y más competitivas que, además, ayuden a resolver los retos de nuestro tiempo.
No es la primera vez que vivimos una crisis y una revolución tecnológica, y como la historia ya ha demostrado en otras ocasiones, sus consecuencias futuras no están escritas. En ese futuro hay muchos factores, decisiones y actuaciones, y entre todas ellas, no debemos perder de vista la importancia de la innovación como elemento central, y de la industria y el emprendimiento como casos particulares, para que en este caso, España consiga ser un mejor país.