Innovar no siempre es crear algo nuevo. Muchas veces basta con retomar las cosas que se hacían bien y quedaron en desuso. Marcos Sánchez lo supo desde que entró en la universidad para estudiar Arquitectura. De familia de albañiles, y con lazos de sangre con el pueblo mixteco, una etnia indígena del sureño estado mexicano de Oaxaca, el empresario había tenido contacto temprano con algo que le fascinaba: las construcciones hechas a base de tierra. En sus clases topó con pared cuando sus profesores, indignados, le decían que tenía prohibido usar ese material por “arcaico” y “descontinuado”. Él no lo veía así: “Hay que aprovechar la sabiduría de nuestros pueblos, que han hecho así las cosas por siglos”, argumentaba. Pronto la vida le daría la razón.
Marcos, hoy con 46 años, se tuvo que buscar la vida. Cuando salió de la universidad, en 1998, emprendió una gira por Oaxaca. Estaba convencido de que sus profesores estaban en un error. O dicho de otra forma, sabía que él estaba en lo correcto. Lo que necesitaba era visitar todas las comunidades posibles, ver su arquitectura, aprender sus métodos y absorber todo como una esponja. Originalmente, el viaje estaba planeado para tres meses. Pero fue mucho más que eso. “Al final tardé unos diez años”, cuenta el empresario mexicano al otro lado del teléfono.
Su taller se inició en 1999, pero fue difícil al principio. Como se lo habían advertido sus maestros, nadie quería contratar sus servicios como arquitecto de construcciones a base de tierra. Hasta hoy Sánchez no comprende esa resistencia que hubo en un principio: “En Oaxaca existen los cuatro sistemas de construcción por tierra registrados en el mundo. Hay motivos de sobra para levantar casas con cualquiera de esas técnicas”, cuenta. El empresario se refiere al adobe (masa de barro), el bahareque (palos amarrados y recubiertos con lodo), el tapial (paredes hechas de tierra amasada) y el cob (tierra cruda, que a diferencia del adobe no necesita un molde).
Retomar la tradición en el siglo XXI
El éxito tardó. Primero, Sánchez tuvo una travesía en el desierto de unos seis años, según recuerda. Su nivel de frustración era alto, especialmente porque en sus viajes por el estado, reconocido mundialmente por su patrimonio cultural e histórico, se dio cuenta de que la región tenía mucho que ofrecer arquitectónicamente: “Todo el mundo habla de Oaxaca como la cultura, la comida, las lenguas [se hablan más de 11], los trajes típicos... pero también está la arquitectura".
Lo que faltaba para que el negocio fuese viento en popa era convencer a sus compatriotas de que ni el cemento ni las pinturas químicas son las únicas opciones para construir y colorear una casa. Y que todo lo necesario está debajo de nuestros pies. "A nadie le interesaba esto de construir con tierra, pero si te das cuenta, en México hay más construcciones de adobe que de hormigón”, se queja Sánchez. Mientras hacía la labor de convencimiento, el empresario oaxaqueño se acercó a las ONG y asociaciones de ayuda humanitaria, como algo secundario a su trabajo.
A los voluntarios les sirvió mucho la presencia de Marcos. Ya conocía bien al estado, algo que no cualquiera puede presumir. Es la región con más municipios en México (570). Sánchez iba acompañado de personas con distintos oficios: médicos, dentistas, veterinarios, estilistas… “Vi a la gente ayudando a la comunidad. Todos con distintas profesiones y pensé: ‘¿Yo como arquitecto qué estoy haciendo?”. La respuesta la encontró de golpe. Un vecino se le acercó y le dijo que se había colapsado la construcción donde tenía a su burro. Fue así como todo comenzó.
Ante la falta de demanda, su firma abrió una red de voluntarios, dedicada a construir en las regiones marginadas del estado, y un taller para que la gente interesada pueda aprender arquitectura con tierra. La labor social de su firma fue reconocida hace unos cinco años por la Bienal de Arte de Venecia, una de las exposiciones de arquitectura más importantes del planeta.
Con una nueva línea de pintura a base de tierra (se llama Cotierr), el taller de Marcos Sánchez también ha llamado la atención de la prensa local. Pero el empresario oaxaqueño no pierde el piso. Al contrario, solo reafirma la misma creencia que ha llevado consigo desde antes de la universidad: “La construcción con cemento es exclusiva, más cara [y contaminante]. La nuestra, la de tierra, es inclusiva”.