La vida de Aurora Álvarez (Teverga, 1942) cambió radicalmente a raíz de un viaje a la Bretaña francesa. Fue allí donde descubrió el turismo rural o “agroturismo” de la mano de la Asociación de Mujeres Campesinas de Asturias (AMCA). Tenía entonces 52 años. Inspirada por aquel viaje, unos años después, en 1996 , inauguró su primera casa rural, “Aurora I” y un año después abrió “Aurora II”, en el pueblo de Fresnedo.
“Mi marido no tenía mucha fe de que aquí pudiera venir alguien”, recuerda. Pero se equivocó. “Era increíble la gente que venía de toda España: lo mismo de Galicia que del País Vasco, o del sur”, afirma. Aunque este año ha sido distinto. “Ha sido muy difícil”, reconoce. Por este esfuerzo, AMCA le ha concedido el premio de Abuela campesina 2020, un título que distingue a mujeres que trabajaron y lucharon por el desarrollo del medio rural.
Antes de este viaje, Álvarez nunca había salido de Teverga, un concejo de Asturias con 1.554 habitantes, que en los últimos 13 años ha perdido 390 habitantes, 18 en el último año, según datos del INE. Una aldea muy tranquila en medio del bosque, ubicada a unos 800 metros de altitud y a unos 50 kilómetros de Oviedo, en la que se pueden hacer rutas de montaña, tanto a pie como en bici, como la senda del oso, que atraviesa túneles y ríos.
Hija de labradores, desde joven aprendió a valerse por sí misma: tan pronto como salía de la escuela ayudaba a sus padres con la huerta, con las vacas, aprendió a coser, a bordar. Decía que no quería casarse pero “te preparaban para eso”, afirma. Y a los 22 años se casó con Julio García, un agricultor. “¿Te olvidaste de ello?”, bromeaba su madre.
Durante años, ella y su marido se dedicaron a la ganadería. Primero vendían leche para la cooperativa Central Lechera Asturiana, de la cual él era socio y fundador. Más tarde vendieron carne. Durante ese tiempo, además de estas labores, Álvarez se dedicó a la crianza de sus dos hijos, de los que ella se ocupó. “Antes los maridos no cuidaban nada a los hijos. Salían mucho al campo y cuando llegaban a casa los hijos eran de la madre, de la abuela o de quien fuera”, agrega.
Pero un día su Julio enfermó y Álvarez tuvo que idear una solución para poder vivir. “Siempre me gustó hacer algo que no fuera solo la ganadería, porque la vida en los pueblos de montaña es bastante difícil”, asegura. Su esposo le dejó una casa de labranza que había heredado para que ella pudiera emprender un proyecto. Y allí, donde antes se hizo sidra, se criaron gallinas y caballos, abrió dos casas rurales. Primero estrenó “la pequeñina”, con salón sin cocina, un baño y una habitación para dos personas. Un año más tarde abrió una más grande con cocina y dos habitaciones.
Las casas se encuentran en “uno de los mejores sitios de Asturias para comer”, presume Aurora Álvarez, y recomienda el pote tevergano, hecho a base de berzas (un tipo de col típico de la zona) y “muy buen compango”. En la comunidad preferida para hacer una escapada rural, según el último estudio del Observatorio de Turismo Rural.
El turismo rural, una oportunidad
Cuando su marido enfermó y tuvieron que abandonar la ganadería, el turismo rural se convirtió en su principal fuente de ingresos. Años más tarde, su marido falleció. “Después de que murió mi marido me quedó una viudedad de miseria”, se lamenta y calcula que recibe cerca de unos 300 euros.
Como Aurora Álvarez, en España, la mayoría de los propietarios rurales son mujeres: 58 por ciento frente al 42 por ciento, según los últimos datos del Observatorio de Turismo Rural. Solo un 33,4 por ciento de ellas asegura que el alojamiento que administra es su principal fuente de ingresos. Para la presidenta de la Asociación de Mujeres Campesinas de Asturias, Flor Tuñón, Aurora fue pionera del turismo rural. “Yo creo que es una gran luchadora. Las que estamos ahora emprendiendo venimos del aprendizaje de estas mujeres que vieron en el turismo la posibilidad de tener otro apoyo económico aparte de la ganadería. Se empeñaron y lo lograron. Es un valor increíble para las que venimos detrás”, asegura Tuñón.
Hoy en día “hay muchas mujeres que están al frente de sus ganaderías, de sus actividades económicas, que son titulares. Antiguamente eran solamente los hombres”, añade Tuñón. La organización que preside nació hace más de 30 años con el objetivo de hacer visible el trabajo de las mujeres en el medio rural. “Nosotras, las agricultoras y ganaderas, no dejamos de producir alimentos para la ciudad y para todo el mundo a pesar del virus”, señala.
Aunque Tuñón reconoce que ha habido muchas mejoras en materia de igualdad en el medio rural, advierte que “siempre hay que estar ahí en la lucha” y que “no se puede uno dormir”. Siete millones de mujeres viven en el entorno rural en todo el país. Y, a pesar de que más de un tercio de quienes trabajan en las explotaciones agrarias son mujeres, en la mayoría de los casos son los hombres los que figuran como titulares. Ellas aparecen simplemente como cónyuge en la categoría de “ayuda familiar”.
Con el objetivo de paliar esta situación de desigualdad e invisibilización del trabajo de las mujeres rurales en el sector agrario, en 2012 entró en vigor una ley de titularidad compartida, que permite que ambos cónyuges sean reconocidos como titulares de sus empresas y que, por tanto, ambos coticen. Sin embargo, hasta la fecha solo 756 mujeres en todo el país se han dado de alta en este régimen, ocho en Asturias. Ellas siguen representando solo un 37 por ciento de las subvenciones de la PAC (Política Agrícola Común), un conjunto de ayudas de la Unión Europea que se les conceden a los países miembro para apoyar la renta de los agricultores.
Una vida de trabajo
Aurora trabajó casi 50 años, desde que se casó y comenzó con la ganadería, hasta que se jubiló a los 65 años. Pero solo cotizó 18 años. “No teníamos dinero para cotizar los dos, entonces cotizaba el marido solo”, precisa. “Lo que sacábamos era para el gasto de la casa, si había que hacer alguna obra, para criar a los hijos, comprar ropa, comestible”, describe.
Su vida era un no parar. “La mujer era la que que trabajaba en la casa, afuera, con los niños... Y después todavía tejíamos, hacíamos jerseys y chaquetas para los chiquillos y cosíamos. ¡No sé cómo trabajábamos tanto ”, exclama. En su opinión, todavía falta mucho por andar para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres. “Si haces lo mismo que un hombre, ¿por qué no vas a tener el mismo salario y los mismos derechos?”, cuestiona.
Antídoto contra la despoblación
Para Lidia Díaz, presidenta Asociación Española Contra la Despoblación (AECD), es necesario reconocer la importancia del papel de las mujeres en la economía del medio rural. “Trabajan de esposas, de madres, de hijas y a la vez como ganaderas, agricultoras. Hacen una multifunción que no es reconocida”, asegura. Una falta de reconocimiento que, según Díaz, es mucho mayor en este medio porque hay menos servicios que en las ciudades y porque “sigue habiendo un concepto muy masculinizado del medio rural”.
Asimismo, en su opinión, el turismo rural “sí que puede paliar la despoblación”. Pero para ello tendría que dejar de ser estacional. Tanto Tuñón como Díaz destacan las oportunidades que existen en el medio rural. “Yo creo que no nos damos cuenta de los nichos de trabajo que se pueden realizar”, dice Tuñón.
Sin embargo, todas coinciden en el gran problema que supone su lento proceso de digitalización. “La red es imprescindible y sin eso da igual que vivas en el medio rural con el urbano, como no tengas conexión, no puedes trabajar”, enfatiza Tuñón. Según Álvarez, la falta de internet “limita mucho”, lo sabe ella que se vale del portal escapada rural para anunciar sus casas. Según el último estudio de Cobertura de Banda Ancha publicado por el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital, solo el 1,3 por ciento en Asturias tiene acceso a internet de al menos 30 Mbps (Megabites por segundo) de velocidad. “Por eso ahora la juventud no se quiere quedar en la agraria”, concluye Aurora Álvarez.