“A pesar de todo lo que sabemos, y de lo que nos queda por saber, no estamos en la ruta de lo que es obvio que deberíamos haber hecho”. El pasado viernes, la vicepresidenta cuarta del Gobierno y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, lanzaba esta advertencia desde el Real Jardín Botánico de Madrid.
En este escenario, cien por cien biodiverso, antítesis de la frialdad del webinar y lo telemático, Ribera debatió con el ministro de Ciencia e Innovación, Pedro Duque, y con los investigadores Annie Machordom y Mario Díaz con motivo del Día Mundial del Medioambiente. Charlaron con la mascarilla puesta y desde taburetes correctamente separados, pero transmitieron la voluntad de empezar a ‘desconfinar’ su presencia pública y a ampliar el catálogo de asuntos relevantes con los que lidiar.
“Antes de tomar una decisión, preguntémosle a la ciencia”
Ribera recordaba que la biodiversidad, regida por el delicado equilibrio que la conserva, nos ofrece “infinitos beneficios; desde nuevos servicios hasta vacunas” y que romper esas estructuras, “además de grandes males”, puede originar la pérdida de inimaginables oportunidades. “Lo mínimamente inteligente sería cambiar referencias y pautas de desarrollo. Hemos acumulado suficiente saber como para no apostar por el conocimiento. Y saber es igual de importante que actuar en consecuencia”, añadía la vicepresidenta.
Acciones que desde la administración pública han de consistir, según el ministro Pedro Duque, en poner todos los medios para que la ciencia avance y lograr que la decisión política se base en conocimiento científico. “Hay mucho que mejorar en este punto. No podemos caer en clichés o en conocimientos muy simplificados. Es complejo, pero sirve tener un consejo de ministros en el que hay personas en contacto con la ciencia y la innovación. Antes de tomar una decisión, preguntémosle a la ciencia”.
Reconstruir con nuevos cimientos
Pero el paso previo al conocimiento aplicado no siempre cuenta con el respaldo necesario. Duque repasaba algunas medidas puestas en marcha ya en los primeros meses de su etapa al frente del ministerio, como el Estatuto del Personal Investigador en Formación, llamado a aminorar la histórica precariedad del colectivo en España.
“Tenemos que tomar más decisiones así, cuanto antes mejor”, apuntaba el ministro. “En las últimas semanas, la ciencia y la innovación han recibido un impulso en la mente de mucha gente. Esto nos servirá para llegar antes a los recursos que nos corresponden. Estamos esperanzados en que la reconstrucción del país no se acometa deprisa y corriendo. Primero hay que poner los cimientos, y ahí está la ciencia”, añadía Duque, que ha definido la ciencia básica como el sustrato necesario para el conocimiento posterior. “Necesitamos que cuente con la financiación adecuada y unas buenas condiciones de trabajo”.
Mario Díaz, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales y miembro de la Comisión de Área, SEO, y comité Flora y Fauna, apuntaba que los males de los científicos en España van más allá de las inyecciones de dinero. “En el CSIC hemos identificado una serie de problemas estructurales. El tamaño crítico de la comunidad científica española es pequeño, y encima está atomizada, por eso es tan difícil hacer ciencia multidisciplinar”.
En el caso concreto de la biodiversidad, Díaz destacaba la importancia de un exhaustivo seguimiento de las investigaciones. “Hay quienes opinan que esta parte del proceso no es ciencia”. Un trabajo del que se ocupan en gran medida ONGs y Sociedades Científicas. “Las cosas salen adelante, pero al final siempre nos quedamos un poco atrás respecto a lo deseable. Con algo más de apoyo desde la administración nos luciría mucho más el pelo”, añadía el investigador.
Integrar en una “transición ecológica real”
Para Annie Machordom, investigadora del CSIC en el Departamento de Biodiversidad y Biología Evolutiva del Museo de Ciencias Naturales, el problema de la conservación de la biodiversidad ha alcanzado una dimensión ética. “Hemos llegado hasta aquí a través de tres millones de años de evolución. Necesitamos a todas las especies interconectadas. No es ético destruir el entorno como lo hacemos. Actuamos a una velocidad que no deja a las especies tiempo para evolucionar y reemplazarse”.
Pero, ¿acaso hay quién cree que sobra alguna especie? Mario Díaz repasaba la evolución de la relación del ser humano con el medioambiente desde una perspectiva científico-histórica. Conservación: sin uso primero, con uso después; es decir, la biodiversidad era entendida como útil porque nos provee de servicios ecosistémicos. Nacieron así las teorías que apuntaban que hay especies que no necesitamos.
“Hoy estamos en el punto que plantea el Informe IPBES auspiciado por la ONU”, señalaba el investigador. “Una conservación que integra al ser humano. Y es aquí donde entra en juego una transición ecológica real. No podemos gestionar los recursos en función de nuestra demanda, sino de lo que hay. No debemos ser ajenos a la oferta del planeta”, añadía Díaz.
La Economía Circular abraza esta perspectiva. España acaba de aprobar la estrategia de lo que para Teresa Ribera supone un cambio de paradigma en los sistemas de producción y funcionamiento de la economía. “La Economía Circular está íntimamente relacionada con otros procesos como la bioeconomía o el empleo de nuevos materiales. Aplicarla no es sólo vocación práctica. Muestra cómo resurge con fuerza una visión más ética y moral de la relación del hombre con el ecosistema. La nueva estrategia servirá para reconciliarnos razonablemente con aquello a lo que pertenecemos”.
Educar y emocionar
“Divulgar, conocer, transmitir”. Para Teresa Ribera uno de los pilares para que todas estas cuestiones calen y funcionen es el de la educación colectiva. “Los científicos nos dicen que nos acercamos a la sexta extinción de especies y que no saben qué ocurrirá después. Hacen falta valores que se consoliden y evolucionen para asentar procesos de cambio tan urgentes como los que necesitamos”, apuntaba la ministra.
“Si no educamos y transmitimos esto está perdido”, añadía Annie Machordom. “Lo bueno es que hemos integrado problemas en cuestiones como el uso excesivo de plásticos, el reciclaje o el cuidado de la naturaleza. Como sociedad somos capaces de aprender. Las bases están puestas. Hay una capa grande de conocimiento y la población ha entendido que hay cosas que merece la pena cambiar”.
La vicepresidenta Ribera añadía la importancia de ir más lejos a la hora de conectar con la sociedad a nivel emocional. Es el último escollo para que la voluntad de cambiar cale con un nuevo ímpetu y se aferre a conciencias adormecidas o escépticas. “La administración tiene que encontrar fórmulas asertivas e inclusivas que toquen las emociones de la gente. Hay que conectar con algo más, no con la frialdad de la hoja Excel. Convertir en fácil, atractivo y efectivo el tipo de conocimiento que necesitamos para reaccionar en la buena dirección y consolidar las ganas de seguir aprendiendo”.