Por Mauricio Mesquita - Esta columna fue originalmente publicada en el blog Más allá de las fronteras del Banco Interamericano de Desarrollo BID.
Cuando uno reflexiona acerca de la política comercial brasileña, la primera pregunta que viene a la mente generalmente es: ¿Por qué Brasil está demorando tanto en abrir su economía? ¿Por qué está tan rezagado?
Después de todo, Brasil todavía tiene uno de los niveles más altos de aranceles de importación del mundo, muy pocos acuerdos comerciales en su haber y recientemente puso marcha atrás a la liberalización de su comercio —que fue una de las últimas en iniciarse en la región (si no en el mundo)— a pesar de que estaba muy lejos de terminar el trabajo. Desde 2004, hemos visto que por la puerta trasera se aumentaba la protección por medio de impuestos, normas de contenido nacional, licencias de importación, y cuanta medida se nos ocurra.
Claramente, el problema no es la falta de evidencia empírica y teórica. La teoría económica ha dejado muy en claro cuáles son los beneficios del comercio, al menos desde que Adam Smith escribió su tratado en el siglo XVIII. Los desarrollos posteriores de la teoría moderna del comercio también explicaron cómo este puede estar al servicio del crecimiento. Y no es mera teoría. El mundo de la posguerra acumula un sinnúmero de pruebas empíricas que apoyan esta hipótesis; la más obvia de todas es el desempeño de Asia Oriental, del que China es el ejemplo más reciente y flagrante. Desde luego que nadie puede decir que esos países hayan sido modelos de libre comercio ni que el comercio explique todos los logros que alcanzaron. Aun así, sería imposible dar cuenta del éxito de China, —o, si vamos al caso, de Corea o Japón— sin hacer referencia al comercio.
Sin embargo, los brasileños se resistieron. Se resistieron a aprender hasta de su propia y reveladora experiencia.
En efecto, el ya casi mítico (para los brasileños) régimen de sustitución de importaciones, que terminó dándole a Brasil un grado de apertura similar al de la antigua Unión Soviética, trajo aparejadas décadas de alto crecimiento, pero todo terminó en décadas de estancamiento y una industria que aún hasta nuestros días tiene que luchar para ponerse al día con la frontera tecnológica. El último retroceso de la política comercial también terminó en lágrimas, con Brasil sumido, desde 2010, en su peor recesión desde la Gran Depresión.
Para ser justos, debemos reconocer que la historia colonial de Brasil fue traumática. Después de todo, la economía en su conjunto dependía de la exportación de unos pocos productos básicos (generalmente una sola mercancía), que se podía vender a un solo comprador con prerrogativas que le permitían fijar precios. Incluso después de la independencia, el país tuvo que soportar una economía mundial muy volátil, marcada por dos guerras mundiales y la Gran Depresión. Esto podría hacer un poco menos inexplicable la historia de Brasil en relación con el comercio, pero todo esto ocurrió a principios del siglo pasado y este tipo de experiencia fue compartida por muchos países de América Latina e, incluso, de Asia que, sin embargo, hicieron evolucionar sus políticas y su actitud ante el comercio en beneficio propio.
Independientemente de las profundas raíces sociológicas y políticas de la resistencia brasileña, la buena noticia es que hay indicios de que esta actitud finalmente está cambiando; hoy el sector privado y el gobierno hacen referencia a la necesidad de abrirse, de firmar nuevos acuerdos con América Latina, Unión Europea y Estados Unidos, de reformar el sesgo proteccionista del MERCOSUR, de unirse a las cadenas globales de valor, etc.
Dado el clima político actual en EE. UU. y Europa, puede que este no sea el mejor momento para convertirse al libre comercio, pero tratándose de Brasil, es mejor ahora que nunca. Ya es hora de que el país se mueva más allá de la liberalización comercial y se centre en cómo mejorar las bases del crecimiento a partir de los cimientos de la educación, la ciencia y la tecnología y la infraestructura. Ya no corre el argumento de la industria naciente de Friedrich List o Alexander Hamilton. ¡Brasil está a punto de conmemorar los 200 años de su independencia!