A través de la comunidad digital de conocimiento agroalimentario, Plataforma Tierra, Cajamar ha presentado el estudio ‘Sostenibilidad en la producción ganadera’. En él, la compañía ha realizado un repaso exhaustivo sobre trabajos previos de centros tecnológicos, investigadores, empresas y productores de los diferentes subsectores implicados (porcino, bovino, ovino, caprino, avícola y apícola) para reducir el impacto ambiental de las explotaciones ganaderas, minimizar la emisión de gases de efecto invernadero y respetar la biodiversidad del entorno.
Según Roberto García Torrente, director de Desarrollo Sostenible de Cajamar, el continuo y acelerado crecimiento de la población mundial ha provocado que el número de habitantes del planeta haya pasado de los poco más de 3.000 millones de personas del año 1960, a los más de 6.100 millones en 2000 y los 7.772 millones que se alcanzaron en 2020, según el Banco Mundial.
“Este incremento de la población ha ido acompañado de un aumento mucho más que proporcionado de los bienes y servicios que consumimos, lo cual ha sido posible gracias al desarrollo de toda una serie de tecnologías que ha permitido acelerar los procesos de producción y fabricación. Además, la optimización de estos procesos y la mejora generalizada de la capacidad de compra de amplios sectores de la población han llevado a que el consumo per cápita sea actualmente muy superior al que teníamos hace unas pocas décadas”, asegura.
Muchas de esas tecnologías estaban basadas en los combustibles fósiles, como es el caso de los fertilizantes nitrogenados o los polímeros empleados para la fabricación de amplia diversidad de materiales plásticos.
De este modo, el sector agroalimentario tiene un papel clave que jugar en el proceso de descarbonización, ya que supone una parte muy relevante en la emisión de los gases de efecto invernadero. “Asimismo, no podemos olvidarnos de que por el momento proporciona unos bienes imprescindibles para la humanidad, como son los alimentos, que no pueden ser obtenidos mediante procesos de síntesis alternativos”.
Un gran valor económico
Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, España cuenta con 507.000 explotaciones ganaderas activas, de las que unas 368.000 son de producción y reproducción, y 138.600 se clasificaban dentro del grupo de “especiales” -como el porcino, el vacuno, las aves, el ovino, el caprino o los conejos, e incluso hasta las abejas-.
Asimismo, en 2020 el valor económico de la producción ganadera superó los 20.200 millones de euros, lo que representaba el 38,2 % del total de la producción agraria. “Esta actividad es la base para cerca de 7.000 empresas alimentarias, que suministran alimentos a los consumidores, y que son el segundo gran sector exportador agroalimentario español por detrás de frutas y hortalizas”, explica.
Sin embargo, el impacto ambiental de este tipo de producciones se ha situado en el centro del debate público por la repercusión en el entorno de los residuos que se generan en las granjas, como consecuencia del manejo de los animales y de sus deyecciones, “que podrían contaminar aguas y suelos, promover la deforestación en los países de los que procede la soja utilizada como ingrediente de los piensos, o ser responsables de la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a la actividad agroalimentaria”.
Soluciones de Europa para una mayor sostenibilidad
En el contexto de las políticas europeas, como el Pacto Verde, o de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, el sector “lleva tiempo trabajando en su adaptación a los cambios normativos y las demandas de los consumidores sobre sostenibilidad, que exigen la transición hacia un nuevo modelo de producción de alimentos más sostenible y respetuoso con el medioambiente”, aseguran desde Cajamar.
Lo anterior pasa “necesariamente”, apuntan, por la adopción progresiva del paradigma de la economía circular para aumentar la eficiencia de los recursos utilizados, como pastos, forrajes, piensos, energía, agua, alargando su vida útil a través del empleo de los estiércoles como fertilizantes biológicos, con el objetivo de avanzar hacia un impacto neutro en el entorno.
“Todo ello requiere del compromiso del conjunto de los agentes de la cadena de valor ganadera, pero también del desarrollo y adaptación de nuevas tecnologías, que a su vez requieren de una investigación y evaluación previas para su implantación”.