En el Ecuador de la ingeniería

Un equipo de estudiantes del país sudamericano desarrolla un sistema que permite mover una silla de ruedas con la mente a través de una interfaz cerebro-ordenador
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Carlos Abad presenta su prototipo de silla de ruedas en el auditorio de la Universidad de las Américas, en Quito. Imagen: UDLA.

Carlos Abad soñó con un invento desde su infancia. Entonces parecía algo de  ciencia ficción. Pero, muchos años más tarde, encontró la respuesta para conseguir su objetivo: crear una silla de ruedas que se puede controlar con la mente. El ingeniero de 25 años pasaba por un mal momento. No se sentía cómodo en la primera universidad a la que asistió, así que pasaba sus días leyendo sobre los avances en el campo. Fue en ese momento cuando se topó con las interfaces cerebro-ordenador (BCI por sus siglas en inglés), las que harían realidad la aspiración de su niñez. Dio el salto, se cambió de universidad y a la hora de presentar su trabajo de fin de grado aprovechó para revelar el objeto que había imaginado durante tantos años.

Abad forma parte de un equipo de tres estudiantes de la Universidad de las Américas, en Quito (Ecuador), que trabajó un año en el prototipo. El artefacto cuenta con una diadema que se coloca en la cabeza y que transmite las señales que capta del cerebro a un pequeño ordenador en la silla de ruedas. Esto permite que el usuario la mueva solo con pensar en un color, que se asocia a la dirección en la que quiere moverse. Esto podría abrir el camino para garantizar una mayor independencia de las personas parapléjicas o cuadripléjicas, según explica el ingeniero de Telecomunicaciones.

Abad apunta durante una videollamada desde Ecuador que la tecnología no es nueva y que ya se ha puesto en marcha con varias aplicaciones, aunque todavía guarda un potencial que no ha sido explotado en proyectos como este. La particularidad de este invento es que podría reducir los costes de producción de este tipo de artefactos de los miles a los pocos cientos de dólares en el país. Además de que su método de control, con colores, es innovador y amplía las posibilidades de movimiento.

La BCI se vale del mismo principio que un electroencefalograma, con el que los médicos evalúan la actividad cerebral de un paciente. Se trata de sensores capaces de captar las débiles señales que nuestros cerebros emiten y de amplificarlas, para después transmitirlas vía bluetooth. Esto en sí mismo no consigue más que la lectura de las ondas, pero ¿qué pasa si conseguimos formar un patrón? Respuesta sencilla: puede ser la base para cualquier programa computacional.

Los patrones son una necesidad en la programación. De manera sencilla: se trata simplemente de darle instrucciones a una máquina. Si pasa A, reacciona con B. Eso es exactamente lo que el equipo hizo. Con base en una técnica de psicología —diseñada para ayudar a reducir el pánico escénico— se puede entrenar al cerebro para crear los mismos patrones siempre que se recuerde algo. “Imagina que yo te digo que cada vez que te enojes imagines el color rojo. Con el tiempo vamos a lograr que siempre emitas las mismas señales cuando pienses en ese color”, asegura el ingeniero de 25 años.

Esta información pasa al controlador vía bluetooth que garantiza el funcionamiento de este prototipo. Esta pequeña caja, colocada en la parte trasera de la silla, es la que se encarga de convertir la información de los sensores en instrucciones de movimiento. Esta es la pieza más valiosa de su invento, según explica Carlos Abad: “Se puede incorporar a cualquier cosa, como a un Alexa para controlar las luces de tu casa o a la industria. Podrías controlar un brazo mecánico con la mente y evitar poner en riesgo el tuyo en actividades peligrosas”.

Abad cuenta que la creación de su primer prototipo no fue una tarea sencilla. “Importamos los sensores desde China y al principio no lográbamos leer la información que producían”, explica Carlos Abad. “Nos desvelamos durante tres días antes de presentar el proyecto, pero logramos que funcione”, señala. Es además él mismo quien se ha encargado de probar el prototipo, lo que ha requerido que entrene a su cerebro de la forma en que lo haría con un usuario del producto. Ahora, según cuenta el joven ingeniero, han tenido el acercamiento de algunos inversores que podrían garantizar el futuro de su proyecto. Pero sin apresurarse. Ahora que cuentan con un algoritmo estable, las posibilidades son infinitas.

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