Carme Torras: “Nos espera un futuro apasionante”

Pionera en sentar las bases de la inteligencia artificial, la última ‘Premio Julio Peláez’ trabaja para mejorar el rendimiento y las prestaciones de la robótica asistencial

El primer gran dilema al que se enfrentó Carme Torras (Barcelona, 1956) fue tener que elegir entre ciencias o letras en el Bachillerato. “¿Cómo podía renunciar tan alegremente a una parte del saber?”, se sigue preguntando. Hoy piensa que esa disyuntiva lastra la enseñanza en España, incluso de manera más acusada que en su época de estudiante.

Flamante ‘Premio Julio Peláez a las Mujeres Pioneras de la Física, la Química y las Matemáticas’, galardón que concede la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, Torras deshizo el nudo en cuanto pudo, años después, matriculándose simultáneamente en Matemáticas en la Universidad de Barcelona y en Filosofía y Letras por la UNED.

Asegura que esa determinación que la ha movido desde entonces se la debe tres personas: “Mi padre, que tenía ideas avanzadas a su tiempo y creía mucho en la mujer; mi tío materno, con quien pasaba las tardes de sábado resolviendo divertimentos matemáticos, y una profesora de bachillerato con gran amplitud de miras. Ellos me animaron a no dar nada por imposible”.

Así que siguió dando pasos de gigante. Pionera en empaparse de las primeras bases de la Inteligencia Artificial, Torras señala la importancia que ha tenido en su carrera posterior la lectura temprana de “Cerebros, máquinas y matemáticas”, de Michael A. Arbib. “Le escribí diciéndole que me encantaría estudiar lo que explicaba en su libro acerca de cómo modelar el cerebro con computadoras. Para mi sorpresa me contestó y me invitó a estudiar el máster de Ciencias de la Computación, con especialización en Brain Theory, en la Universidad de Massachusetts”. La concesión de una beca Fulbright hizo el resto para que saliera “literalmente pitando” rumbo a Estados Unidos.

De vuelta a España –“tenía que priorizar entre lo personal y lo profesional, así que regresé”- Torras hace el doctorado en la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC), y hoy desarrolla su investigación en robótica, neurocomputación e inteligencia artificial como profesora de investigación en el Instituto de Robótica e Informática Industrial, un centro mixto del CSIC y la propia UPC. “Con la robótica he podido aplicar modelos de inspiración biológica a la percepción, planificación, razonamiento, control de movimientos y, sobre todo, al aprendizaje automático implementado en robots”.

El laboratorio de vida asistida que dirige, con dos habitaciones que simulan un dormitorio y un comedor-sala de estar, está equipado con internet de las cosas, inteligencia ambiental, y cuenta con cuatro robots asistenciales, que se “entrenan” para ayudar a las personas con movilidad reducida, a modo de asistente personal robotizado. El objetivo es lograr mediante robótica que las personas con alguna discapacidad puedan ser autónomas, sin necesidad de depender que alguien les cuide.

Actualmente, el principal proyecto que tiene entre menos en el grupo de investigación en Percepción y Manipulación Robotizada es CLOTHILDE, con el que Torras quiere desarrollar una teoría de la manipulación versátil de la tela por parte de robots, llevándola hasta la implementación del prototipo en el laboratorio para tres aplicaciones: reconocer y plegar la ropa, poner una cubierta elástica en un colchón o en un asiento de automóvil, y para ayudar a las personas mayores y discapacitadas a vestirse.

Un momento clave

Con la robótica en el ojo del huracán de debates que van del positivismo a la alarma social, la investigadora señala que, a corto plazo, son tres los retos principales a los que se enfrenta esta tecnología. “En primer lugar la usabilidad; la comunicación persona-máquina ha de ser más fluida y el control último ha de corresponder siempre al humano”. En segundo término, Torras habla de transparencia y de pasar del aprendizaje asociativo “del tipo caja negra” a un funcionamiento “que permita explicar los pasos y criterios que llevan a la toma de decisiones”. En seguridad y ética, llama a establecer protocolos y códigos que garanticen la seguridad física y psíquica de las personas, y a orientar el desarrollo tecnológico hacia el bien social.

En un horizonte más lejano, Torras alude a la relevancia que tendrá la interpretación semántica de las percepciones y comprensión de las situaciones, “para poder razonar y actuar por objetivos”. La profesora considera que el autoconocimiento permitirá a los robots construir un modelo de sus capacidades físicas y cognitivas que, “por ejemplo, los puede inducir a pedir ayuda cuando una tarea esté fuera de su alcance o bien a explorar nuevas acciones y tratar de adquirir los conocimientos necesarios si no encontrara ningún experto a quien consultar”.

Le pedimos opinión en torno a otro de los habituales ‘topicazos’: cómo conciliar las ventajas tecnológicas de la robótica y la IA con la estabilidad laboral. “Mi fórmula es formación junto con concienciación y presión social”, responde Torras, para quien la preocupación por la pérdida de puestos de trabajo no es específica de la robótica y la IA, ya que se remonta a las revoluciones agrícola e industrial y, más recientemente, a la de Internet. “La respuesta estándar es que los trabajadores humanos se librarán de las tareas peligrosas, sucias o monótonas (las infames tres Ds en inglés: dangerous, dirty, dull) para poder llevar a cabo trabajos de un hipotético mayor valor, principalmente en el diseño, programación, comercialización, mantenimiento y uso de estas nuevas tecnologías”

Sin embargo, la experta advierte de que esta corriente positiva esconde un peligro: la fractura tecnológica. “La mayoría de los trabajadores desplazados no podrá optar a los nuevos puestos de trabajo. En los países desarrollados, el cambio de capacitación profesional requerirá el transcurso de al menos una generación y, para las sociedades subdesarrolladas, el vacío económico puede llegar a ser insuperable. El reto es idear y establecer medidas sociales para una distribución más equitativa no sólo de la riqueza (con el establecimiento de una renta básica universal, por ejemplo), sino, sobre todo del trabajo, que es un derecho humano esencial. Que todos trabajemos menos horas, por así decirlo, y se favorezca un ocio de enriquecimiento cultural y cultivo personal. Puede sonar utópico, pero aquí entran en escena la concienciación y la presión social”.

Contraria a algunas posturas extremas, no está a favor de dotar de personalidad jurídica a los robots o de que estos coticen a la Seguridad Social. “No son más que electrodomésticos móviles y versátiles, máquinas al fin y al cabo. Son los beneficios que generan los que han de ser desgravados con impuestos”.

En paralelo a los aspectos legales se mueven las cuestiones éticas. “Es muy importante formar no solo a la opinión pública, sino especialmente a los ingenieros e informáticos que diseñan robots y desarrollan software”. En esta línea, Torras ha puesto su granito de arena y ha creado unos materiales para la impartición de un curso sobre “Ética en Robótica Social e IA” basados en una de sus novelas, La mutación sentimental, que ha sido traducida al inglés por MIT Press con el título The Vestigial Heart.

Pese a todas estas complejidades y definiciones por especificar, Carme Torras se declara optimista. “Creo que nos espera un futuro apasionante, en que veremos que las capacidades tan distintas de personas y robots se complementarán para abordar retos que ahora ni imaginamos”.

Un futuro en el que las mujeres tendrán mucho que decir. Torras colabora en numerosas iniciativas de mentoring, tanto en ámbitos industriales como docentes, para animar a las niñas a estudiar carreras STEAM. “En secundaria o bachillerato las niñas ya tienen los roles demasiado interiorizados. Por eso hemos de incidir en primaria antes de que tengan prejuicios sobre lo que pueden o no hacer”.

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