En un mundo dominado por la tecnología, la educación, al rebufo de las exigencias educativas actuales, no parece cubrir el mínimo indispensable que permita comprender la nueva estructura que nos rodea. Palabras como “programación”, “robótica” o “algoritmos” empiezan a despuntar tímidamente en los colegios, aunque ya haga años que se enseñen en las universidades españolas.
Pero –porque todo siempre un “pero”– no todo el panorama es tan desolador como parece. En Madrid, en el colegio internacional francés Union-Chrétienne de Saint Chaumond, ha cambiado algo. Concretamente, desde hace seis años, cuando un profesor de Física y Química, anteponiéndose a lo que será una dinámica esencial en los próximos años, decidió crear una asignatura opcional llamada Robótica. En esta, sus alumnos aprenderían a programar con plataformas preestablecidas para ello, a montar sus propios robots, a recaudar dinero para ir a competiciones o, simplemente, a comprender qué es lo que rodea a un sector que implica mucho más de lo que es a simple vista. ¿Alumnos? No, no eran alumnos. El colegio Chaumond está formado exclusivamente por chicas, dándole un plus especial al proyecto; una auténtica rara avis en el mundo de la tecnología.
Como colegio francés que es, el Chaumond siempre participa en el Campeonato de Francia, un referente en las competiciones de robótica. Pero también han luchado en el Campeonato de España, ganando incluso algún certamen frente a otros colegios y universidades, o en el Europeo. La sorpresa entre los participantes, comentan, suele ser mayúscula. Niñas de 15 a 16 años quedan por delante de ellos, y los rivales ni siquiera saben por qué. El secreto puede estar, como afirma Leticia Yravedra, jefa de Estudios del centro, en la total libertad que les da el actual responsable del proyecto, el profesor Jean Louis Benavente. “Queremos que sean ellas las que se impliquen, las que busquen financiación, las que quieran competir. Les ayudamos en lo que podemos y en lo que nos piden, siempre dentro de unos límites”.
O quizá sea el descubrimiento de un mundo que para ellas era desconocido, y que se torna apasionante una vez que empiezan a crear algo desde cero. Ni ellas mismas saben explicar el porqué de su elección –no hay que olvidar que todavía es una optativa–. Además, cabe destacar que la asignatura, dos horas en la tarde del viernes, van después de la finalización de las clases, a las tres del mediodía. “Y, aún así, pudiendo tener la tarde libre, escogieron una materia que les roba más tiempo del estrictamente establecido para ello”, apunta Benavente, el profesor”.
Utilizando el sencillo programa Legomindstorm, las chicas del Chaumond han empezado a programar dos robots –llenos de pegatinas de España– que puedan moverse de manera autónoma. Para este año, las alumnas de 4º de la ESO han apostado porque sus dos artefactos consigan llevar diferentes discos –de varios colores, simbolizando átomos– a través de una rampa sin interferencia alguna. Mientras uno va colocando a las “partículas” en distintas partes de la mesa establecida para la competición, de donde luego las cogerá para situarlos en una balanza, el otro estará programado para recoger un disco más pesado que los demás y situarlo en la misma, en un tiempo similar, creando el equilibrio perfecto.
En un principio, son reacias a mostrar lo que llevan trabajado –la primera competición será a finales de abril– al redactor, pero finalmente aceptan. En un momento, las once chicas integrantes del equipo se organizan mientras explican lo que será su proyecto final. La última vez que probaron su trabajo no salió todo lo bien que esperaban; en esta ocasión, al salir todo a pedir de boca, sus caras expresan lo que realmente se espera de su reputación: alegría, orgullo, ilusión, ganas de que todo salga a la perfección.
Sí, el grupo de Robótica del colegio Chaumond podría entenderse como cualquier otro grupo de jóvenes que hacen un proyecto de estas características. “No son más que chicas haciendo un robot”, podría pensarse. Pero ni por asomo hay que catalogarlas de ese modo. Las reacciones de equipos universitarios y profesionales ante el trabajo de estas niñas son merecidos. Porque les ganan en su propio terreno. En Francia, donde compiten algunas de las universidades y escuelas más potentes de este sector, a veces no logran ganarles. Son el equipo más joven y, por supuesto, el único integrado por mujeres. “Cada vez que vamos allí todo el mundo nos pregunta lo mismo: cómo. Yo no puedo explicarlo. Son ellas mismas las que se organizan, salvo momentos puntuales. Yo ya me he acostumbrado”, explica Benavente.
Algunas chicas han encontrado su vocación a través de la Robótica, aunque no quieran dedicarse implícitamente a ello. Unas querían dedicarse a la Medicina y ahora se plantan Biomedicina; otras han descubierto su vocación por la Economía gracias a la autofinanciación del proyecto. Muchas simplemente quieren seguir estudiando lo que ya habían decidido, pero admitiendo el aprendizaje que les ha supuesto trabajar juntas: creación de proyectos, cooperación, competición. Se habla mucho del papel de la mujer en el mundo de la innovación, concretando puestos de trabajos, cuando la solución puede estar, simplemente, en ver qué ramas van escogiendo. “Que los chicos sean más en este tipo de carreras es por moda”, considera una de las alumnas. A lo mejor es cierto, ningún análisis demuestra lo contrario.
Todo el mundo parece asombrarse del trabajo de un grupo compuesto únicamente por mujeres; como se ha citado anteriormente, una rara avis dentro del mundo de la tecnología. Las únicas que no parecen tenerlo en cuenta son las propias alumnas. De un colegio exclusivo de chicas, se lo toman con total normalidad. El redactor intenta, en vano, preguntarles por este hecho. “Sí, se sorprenden, pero bueno” es lo único que se ha podido rescatar de la grabación del reportaje sobre este tema. Ellas van al Campeonato de España, de Francia y al Europeo con el único objetivo de hacerlo lo mejor posible. Los profesionales ganarán, de eso no hay duda, pero si quedan entre las primeras –como suele ocurrir–, mejor que mejor. El hecho de ser ejemplo para otras, desde la juventud, no las responsabiliza. Solo van a los torneos a dar lo mejor de sí. Si dejan huella –un colegio francés lleva siempre una pegatina en sus robots por la ayuda que les dieron en un torneo hace años–, algo más que se llevan en una mochila llena de experiencias. Y quizá sea mejor así.