Tecnología, ciencia y artes contra la violencia en El Salvador

En el Colegio Padre Arrupe es tan importante la lectura, como la programación
Fachada del Colegio Padre Arrupe, en Soyapango, El Salvador.

El Salvador, el país centroamericano con casi el mismo número de habitantes que la Comunidad de Madrid (6.4 millones) y casi del mismo tamaño que Badajoz (21.041 km²), tiene una de las tasas de homicidios más altas del mundo, 62 asesinatos por cada 100.000 habitantes. Ocho asesinatos por día.

Las pandillas callejeras conocidas como maras, dedicadas a la extorsión, las drogas y a la prostitución, estructuran la vida de su población. En Soyapango, la tercera ciudad más poblada del país, y la cuarta más peligrosa del mundo, siete de cada diez familias cuenta al menos con un marero, según datos de la policía.

Pero en Soyapango no solo están la Mara Salvatrucha y la Mara Barrio 18. Desde hace más de dos décadas existe un lugar que se ha convertido en una verdadera salida para los jóvenes, el Colegio Padre Arrupe.

En un país en donde solo el 3,8 % de la población llega a la universidad, esta institución española ha logrado que el 100 % de sus graduados curse una carrera. Considerado el segundo mejor del país en 2018, el colegio destaca por una pedagogía fuera de la norma.

En esta institución para niños de 3 a 18 años, además de llevar teatro, plástica y música como asignaturas troncales, los alumnos aprenden a programar desde los ocho años, así como robótica.

“No nos ceñimos a un modelo pedagógico único, hemos construido un método ecléctico”, sostiene el director, Santiago Nogales, desde Soyapango. El colegio, que cuenta con 1.500 alumnos, emplea técnicas como el aula invertida (centrada en el trabajo por proyectos) y utiliza técnicas de distintas corrientes, desde el constructivismo al sistema montessori, e incluso del conductismo. 

En sus aulas las materias no se ven de manera aislada, sino interrelacionada. “Si vamos a abordar el barroco español es muy probable que los niños lo estudien en música, que hagan lo mismo en la clase de plástica y en la clase de teatro”, explica Nogales.

En lo que más inciden los más de 100 profesores que trabajan en el centro es en “hacer a los niños responsables de su proceso de aprendizaje”, insiste el director, quien llegó al país desde España hace 23 años. “La pedagogía del colegio es la del amor”, añade. 

Para muchos, el colegio es “un oasis de paz”, confiesan a Aurora de Rato, presidenta de la Fundación Padre Arrupe y sobrina del fundador del proyecto, el Padre Juan Ricardo Salazar-Simpson, quien fue miembro de la Compañía de Jesús y de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería (ICAI) de Madrid, y emigró hace 27 años a El Salvador con la intención de abrir una escuela de artes y oficios.

Un oasis en el que están a salvo de la violencia aunque al salir de allí corran siempre el riesgo de ser asaltados. “En El Salvador todos somos vulnerables. Todos estamos expuestos a que camino al colegio nos pidan algo”, destaca Nogales.

A diferencia de lo que aprenden los chicos en casa, en donde la presión cotidiana obliga a las familias a pensar en el mañana y les impide gestionar su vida a mediano plazo, en la escuela los niños aprenden a “proyectarse un futuro”, afirma De Rato.

Gabriela Renderos, alumna del primer año de bachillerato contador-comercial, imagina el suyo. A ella le gustaría estudiar una licenciatura en economía y negocios, fuera de su país, como todos en el colegio. “Es uno de mis sueños desde que soy pequeña”, confiesa la joven, y precisa que luego le gustaría volver a su país y “mejorarlo”. Lo que le hacía sufrir cuando entró al colegio, la lectura, se ha convertido en uno de sus grandes placeres.

“Es difícil mantenerse”, señala por su parte Kenya Henríquez, quien terminó hace diez años el bachillerato y estudió Políticas Públicas en la Ciudad de México, y ahora trabaja en una secretaría del Gobierno Federal.

“Para acabar tus estudios era obligatorio el servicio social”, asegura Henríquez. Ella recuerda especialmente un taller de tareas que desarrolló en una escuela para niños sordos. “Aprendí un poco de lengua de señas”, relata.

Destaca también la disciplina y la independencia que le inculcaron. “Si dudas algo ve e investígalo” -le decían-, así como el peso que tenías las artes. “Podías tener 10 en matemáticas pero si ibas mal en música te reprobaban igual”, asegura.

Todas las personas que estudian allí reciben un apoyo en función de su situación socio-económica, aunque nadie paga el valor real de lo que cuesta, afirma el director. Esto permite que “sea verdadera cooperación”, si fuera totalmente gratuito “sería asistencialismo”, remarca. El colegio recibe una donación por parte del gobierno de El Salvador aunque su principal fuente de financiación son los eventos y donaciones privadas.

Por ello la fundación ha organizado un concierto benéfico, el próximo 22 de octubre, en donde la Orquesta Metropolitana de Madrid y el Coro Talía tocarán “Clásicos de Halloween”, bajo la dirección de Silvia Sanz Torre, en el Auditorio Nacional de Música de Madrid.

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