Así como es posible estudiar la vida que hubo en el suelo de Marte desde el desierto de Atacama, también es posible hacerlo desde el área central de la cordillera de los Andes. Allí existe una región altiplánica conocida como La Puna, que abarca territorios del norte de Argentina, oeste de Bolivia, norte de Chile, así como centro y sur de Perú.
En la zona argentina es posible encontrar diferentes ambientes extremos como el Salar de Antofalla, un gran desierto de sal de más de 150 kilómetros de longitud, prácticamente deshabitado, o el Volcán Galán, la caldera volcánica más grande del mundo —su boca mide 45 kilómetros de norte a sur y 24 de este a oeste—, con paredes que alcanzan los cinco kilómetros de altitud.
A esos lugares se desplazaron en enero un equipo de científicos del Centro de Astrobiología (CAB, CSIC-INTA), junto con investigadores del Laboratorio de Investigaciones Microbiológicas de Lagunas Andinas (LIMLA) del CONICET argentino.
“No es tan fácil ir a Marte como usar lugares terrestres para hacer similitudes con lo que pudo haber sido el planeta rojo. Este lugar de La Puna argentina tiene un montón de ambientes extremos en los que hay muchos microorganismos adaptados a condiciones que son muy duras para la vida”, explica Daniel Carrizo, líder del proyecto.
El investigador uruguayo añade que estos ambientes son parecidos también a lo que fue al principio la Tierra, con lo que también permite entender el origen de la vida.
“Hasta ahora esa zona solo había sido investigada desde un punto de vista microbiológico”, comenta Carrizo. En 2009, él se informó de la presencia de microbialitos (estructuras microbianas asociadas a la precipitación de minerales), que no se habían encontrado antes en este tipo de ambientes.
“Los lugares muestreados están ubicados entre los 3.000 y 4.500 metros sobre el nivel del mar, por lo tanto, además de tener una gran exposición a la radiación ultravioleta, se caracterizan por ser hipersalinos, con un alto contenido en elementos tóxicos (como arsénico), grandes variaciones de temperatura y poca presión de oxígeno”, agrega Carrizo.
En su opinión, el ambiente que encuentran en La Puna es “más diverso” que el de Atacama. Allí encuentran, por ejemplo, los ojos de campo, unas pequeñas lagunas, de unos diez metros de diámetro, unas rosas, otras, azules. “La población bacteriana es la que le da el color”, detalla el investigador.
El equipo de Carrizo, del que forman parte las investigadoras Olga Prieto-Ballesteros, Laura Sánchez-García y Victoria Muñoz-Iglesias, analizará durante unos seis meses en el laboratorio las muestras desde un punto de vista astrobiológico (tanto biogeoquímica, como mineralógica). El grupo argentino, liderado por María Eugenia Farías, hará el análisis metagenómico de las comunidades de microorganismos.
“Nosotros lo que analizamos son biomarcadores, qué moléculas orgánicas tienen estos organismos. Me pueden dar información del organismo que allí ha vivido”, añade Carrizo. Estos biomarcadores permitirían, en caso de ir a Marte y encontrar restos, poderlos comparar con los de la Tierra. “Podemos tener pistas de lo que pudo haber en Marte. Eso es lo que a nosotros nos interesa, no tanto lo que esté vivo, sino lo que puede sobrevivir durante un tiempo”, subraya.