Este curso escolar quedará grabado para siempre en la memoria de niños y jóvenes y de sus padres. Nuestros hijos se levantaron del pupitre el pasado 13 de marzo y, salvo contadas excepciones, no volverán a llenar las aulas de vida hasta principios de septiembre. Seis meses sin clases presenciales, una situación que no se había dado nunca, ni siquiera en las épocas más amargas de nuestra historia.
Éste es probablemente uno de los periodos más duros, marcados por la pérdida de vidas humanas y por la incertidumbre de cuándo tendremos una vacuna o, al menos, un tratamiento para el temido virus. Así, al menos, lo hemos vivido quienes tenemos edad de ser padres. Nuestros hijos nos han sorprendido en muchas ocasiones por su resiliencia, su capacidad de asimilar cambios, su disciplina a la hora de quedarse en casa e incluso su felicidad de ver a sus progenitores pasando más tiempo con ellos. Nos han dado una lección de vida y de cómo ver el lado bueno de las cosas.
Superado el pico de la pandemia –o, al menos, de este brote–, aplanada la curva, a nadie se le escapa que realidad que viene será muy diferente. En el ámbito educativo, si ya sabemos que el curso escolar no se retomará, ahora queda configurar cómo será el siguiente curso, cuántos alumnos podrán ir a las clases –parece claro que las ratios actuales son inasumibles– y si habrá nuevos periodos de confinamiento.
La transformación digital de los centros y la necesidad de que estudiantes y docentes estén preparados en todo momento para continuar su actividad sin interrupciones ya sea en el aula como en sus respectivos domicilios exige un cambio de mentalidad, una adaptación tecnológica y proveer de dispositivos a aquellas familias más necesitadas. Ningún alumno se puede quedar atrás.
El ministro de Universidades, Manuel Castells, refería días atrás que muchos estudiantes habían regresado apresuradamente a sus lugares de procedencia con motivo de la pandemia y que ahora, cuando encaran el proceso de evaluación, no tenían acceso a sus apuntes para prepararlo. Esto no puede volver a suceder.
Ahora mismo, nuestra sociedad está centrada en aquello que es urgente e importante: curar a nuestros enfermos, frenar el virus, proteger al personal sanitario, proveernos de equipamientos de protección… Pero en una segunda fase, tenemos que abordar algo que también es importante y comienza a ser urgente: la garantía de la continuidad de la educación en cualquier circunstancia.
Creo que las compañías tecnológicas podemos ser las grandes aliadas de la educación ante la etapa que se avecina. Nuestras soluciones pueden ser una vacuna para proteger a la educación de futuros confinamientos y también una medicina para que la educación post-COVID salga más reforzada aún si cabe. Demos certeza a la educación y cumplamos así nuestro deber con la sociedad.