La educación universitaria vive un renacimiento en su manera de ser. La pandemia del COVID-19 no ha hecho otra cosa que acelerar el proceso de cambio de instituciones centenarias (y otras que no tanto) que, hoy, se enfrentan a una dicotomía: cómo seguir manteniendo su esencia y, a la vez, entender el mundo que las rodea. Es decir, participar de él.
Universidades que se asienten en lo local pero con una vocación global. Las denominadas como civic universities en el mundo anglosajón marcaron el primer salto disruptivo hacia este nuevo escenario. El sistema educativo superior de Japón supuso el segundo: universidades locales con vocación global. El director del Instituto de Estudios de la Ciencia y la Tecnología de Salamanca, Santiago López, docente de la Universidad de Salamanca (USAL), sitúa entre 2009 y 2010 los primeros pasos de la disrupción en las universidades.
“Hay un claro movimiento en las universidades estadounidenses. Empiezan a tener una implicación mucho mayor con su entorno. También pasó en las japonesas”. Remite a nombres como la Universidad de Stanford (California) para explicar las transformaciones en este proceso identitario. Fue una época en la que López describe los campus como “espacios de colaboración totalmente abiertos”, que costaba relacionar con universidad pero que lo eran. Estudiantes de universidades públicas intercambiando ideas con otros de privadas; gente de distintas disciplinas tomando un café…
En otro contexto cultural muy distinto ocurría el segundo proceso disruptivo: las universidades de Japón, pioneras en el uso de los campus virtuales. Estas comenzaron lo que el profesor de la USAL denomina un proceso de “uberización” (en el buen sentido de la palabra).
“Ve al núcleo del negocio y analízalo (en este caso dar información a una persona y certificar que la persona tiene el conocimiento). Ese juego se puede digitalizar, se puede extraer, moldear, y como se puede hacer, se puede escalar. Al poder hacer esto último, se puede universalizar. Y así podemos dar clases, en todo el mundo, a todos los niveles y en todos los idiomas”.
El eco llegó hasta Estados Unidos. “Surgieron los Massive Online Open Course (MOOC) certificados por instituciones punteras como Yale”. El camino hacia la nueva educación universitaria ya se dejaba entrever: una persona podía presentar diez certificados de tantas horas emitidos por universidades de elite a nivel mundial.
Pero a todo esto le faltaba algo, se apresura a añadir López: “no puedes cumplir tal fin si, de esa investigación que estás haciendo, no eres capaz de trasladar ese proceso de investigación a tu docencia”. Tiene que haber, argumenta el profesor, un campus de referencia en el que está la persona que te enseña ese conocimiento con la que poder interactuar. O bien, reafirmar sobre el terreno esos conocimientos, viajando por ejemplo hasta Buenos Aires o México para ver qué ocurre en un poblado o en una excavación.
La disrupción definitiva: Minerva y Singularity
Con el lema “nuestro campus es el mundo”, aparecieron las primeras instituciones que detectaron fallas en el sistema tradicional universitario y comenzaron la revolución desde dentro. 2012 vio la luz de la Red de escuelas Minerva en KGI, creadas para reemplazar el “roto sistema de educación superior tradicional que estaba plagado de problemas”, analiza para Innovaspain el actual CEO de Minerva Project y fundador de Minerva Schools at KGI, Ben Nelson.
Coste desorbitado, deficiente nivel de compromiso y aprendizaje de los estudiantes y descuidar la enseñanza de habilidades soft (blandas) son los problemas que detectaron desde Minerva. El resultado lo resume López en un hecho: “Ahora mismo tiene una presión de entrada superior a Harvard”.
Para entender el éxito hay que radiografiar la metodología de enseñanza. Relegar la memorización en favor del desarrollo de capacidades como el pensamiento crítico y creativo. Potenciar la comunicación eficaz y el trabajo en equipo. Aplicarlas en el mundo. Todo ello proporciona “un conjunto de habilidades prácticas y adaptables”, atestigua el CEO de Minerva.
“El aprendizaje eficaz no consiste en la absorción pasiva de hechos. Sin embargo, la mayoría de las clases de las mejores universidades son grandes conferencias dedicadas a difundir contenidos estáticos. En Minerva, el modelo pedagógico se invierte. Las clases se dedican a discutir, debatir y trabajar en colaboración sobre temas aprendidos en tareas que se realizan fuera del horario de clase”.
Dicha metodología es el resultado de “décadas de investigación cognitiva y conductual en la ciencia del aprendizaje”. La guinda llega con la aplicación los conceptos transmitidos a situaciones prácticas – “y totalmente novedosas”, precisa Nelson. Una “transferencia lejana” del pensamiento aplicado que su CEO describe como el “sello distintivo” de la comprensión profunda.
Innovaspain trató de conocer, sin éxito, la metodología de la Singularity University. También intentó conocerla a través de colaboradores cercanos, sin obtener respuesta.
La encrucijada española en la disrupción universitaria
“Aquí se sabe dónde se quiere ir, pero escalando no como una iniciativa en EEUU, y con un ambiente alrededor que no es el mismo en todos lados. Hay muchos obstáculos para impulsar este tipo de iniciativas”, lamenta López, que pone como ejemplo a la UNIR. “Su campus de Madrid debería ser el referente, como lo es el de Kingston de Minerva. Pero no es posible”. Aventura que si sigue habiendo trabas como las que pone la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE), preferirán irse a Colombia “cansados de que les den permiso para cualquier renovación en la universidad española”.
España cuenta con un sistema universitario accesible a gran parte de la población, gracias también al sistema de becas. Pero, a su vez, se sitúa en lo que el también vicepresidente de la Fundación española por el avance de la Ciencia denomina de una “mediocridad alta”. López mira a Suiza cuando hay que pensar en un sistema educativo a seguir.
La universidad en España tiene un punto fuerte, el prestigio del lugar de origen. Y a su vez un obstáculo difícil de salvar: renovar los cimientos para construir un nuevo sistema más cercano al estadounidense. “Las ideas que tiene Manuel Castells, ministro de Universidades, de americanizar la universidad española y volverla como la de Berkeley nada tienen que ver con Podemos, grupo que le dio la cartera de ese ministerio”. Además, López asegura que desde la CRUE también se le “echaron encima” cuando vieron por dónde quería ir Castells.
Aún con todo, uno de los futuros que se han comenzado a intuir es el de las alianzas de las instituciones universitarias con grandes empresas, como Telefónica, Google o el Banco Santander, entre otras muchas alianzas. Debido a la cada vez más limitada financiación, los acuerdos con grandes grupos empresariales posibilitan mantener las universidades y potenciar ciertas investigaciones.
La privada, un paso por delante
Instituciones como UNIR han apostado por seguir el camino de Minerva y Singularity, a pesar de los obstáculos existentes en España. Eva Asensio, vicedecana de la facultad de Empresa y Comunicación de la institución, admite que se necesitan “flexibilizar más” nuevos sistemas de enseñanza como los de suscripción.
“Nos estamos acostumbrando a la personalización en casi todo. Y el sistema educativo no se puede quedar atrás, ni mucho menos. Todo lo que sea flexibilizar redunda en beneficio de las personas y la sociedad en general. Y todas las universidades tenemos un reto. Nosotros en UNIR lo hacemos porque forma parte de nuestro ADN. Deberíamos ser el paradigma de la innovación, y no ir detrás de otros sectores”, defiende.
Asensio adelanta que UNIR se orientará a modelos totalmente híbridos, de carácter internacional y sin descuidar los perfiles de jóvenes y profesionales con una dilatada experiencia. Los pilares para impulsar un aprendizaje personalizado. “Hay que adaptar la educación y la enseñanza a los diferentes niveles y expectativas del mercado laboral. No se puede ofrecer lo mismo a todo el mundo. Ese es el primer error: pensar que todo vale para todos”.
Y apostar por las herramientas tecnológicas de cada rama de conocimiento. “Nuestro nivel de adaptación es muy variado”, señala Asensio. “Por ejemplo, en Psicología se están utilizando casos de simulación con pacientes (que son actores) simulados, y los alumnos en base a esa simulación, tienen que dar un diagnóstico. Incidimos en eso: reproducir entornos reales en el que los alumnos tomen decisiones que vayan a aplicar en su entorno laboral”.
Desde la Universidad Camilo José Cela (UCJC), parte de la Institución Educativa SEK, ya han comenzado esa transición hacia técnicas innovadoras. Como reconoce Carmen Sánchez Ovcharov, decana de la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela, “la educación está en el escenario que le toca vivir en cada momento”. Hoy, dice convencida, es el momento de lo digital.
Una de las apuestas de la UCJC tiene que ver con el bautizado “aula multientorno”. Con lo físico y lo virtual encima de la mesa, se aplican nuevas metodologías como “estancias en el extranjero que extienden el proceso de aprendizaje”, indica Sánchez. A ello se suman aulas virtuales, simuladores o contenidos multimedia, además de vídeos cortos de profesores con sus explicaciones. Se trata, concluye la decana, en “hilar el entorno virtual con el físico”.
A semejanza de las innovadoras estadounidenses, en la UCJC proyectan nuevos tipos de titulaciones con certificaciones modulares. Y que giren en torno a aptitudes para que sus estudiantes se desarrollen “como ciudadanos”. Además, desvela un proyecto “de mayor impacto: personas que cambien el mundo”. Es decir, que adquieran competencias en sostenibilidad económica, medioambiental y social, capaces de relacionarse entre ellos y formar grupos, equipos, organizaciones. Y, en definitiva, “saber cómo funciona eso en el mundo”.
Profesores: piezas clave del puzle disruptivo
Santiago López confiesa que, en su lugar de trabajo, un edificio que llaman el I+D+i, en Salamanca, hay un espacio con un atril: “el de la muerte del profesor”, lo califican. Como profesor, llega y da una clase. La renueva cada cierto tiempo. “Pero mi función como docente clásico se acaba en cuanto uno de mis alumnos se pone un vídeo mío”, sentencia.
Los profesores, prosigue, pensaron en un determinado momento que su trabajo se acababa al estar online todas las clases para sus alumnos. Por eso López vuelve a remitir a Minerva: “hay que entrenar el pensamiento crítico de los alumnos, como hacen allí”. Un rol que pasa a ser el de “facilitadores”, apunta Nelson.
El CEO de Minerva lo ejemplifica con la norma de los cuatro minutos. “Nuestros profesores no pueden hablar más de ese tiempo para que no acaben hablando a los alumnos”. Ya que su papel es el de profundizar en el conocimiento de los resultados del aprendizaje y evaluarlo.
Más cerca, desde la UCJC mencionan también la figura de un profesor “youtuber” que realiza la docencia más allá del aula. Sánchez desgrana este concepto: “Ahora el papel es formar al alumno para que sea capaz de discernir unas formas de informar, o comunicar, de otras. Que el alumno sea el que busque en internet su propia forma de entender y que el profesor le enseñe cómo buscarlo, como comunicarlo o dónde buscar”.
Profesores que ya no necesariamente tienen que estar cerca físicamente de los alumnos. Para la UNIR, es un perfil “mucho más abierto a la innovación y más flexible”. Porque ahora “ya no vale querer dar una clase como siempre”.