Max Burbuja corre de una extraescolar a otra, sus meriendas son muy sanas y tiene una agenda no muy distinta de la de un ejecutivo. Todo está tan pautado -findes incluidos- que nunca dispone de tiempo libre. Miguel López (‘El Hematocrítico’ en redes sociales), inaugura de la mano de Penguin Kids y el ilustrador Santy Gutiérrez, una colección de la que hoy se publican los dos primeros volúmenes. Profesor de infantil y primaria en un céntrico colegio de A Coruña, López se ha convertido en uno de los autores de mayor éxito de la literatura infantil española con más de 100.000 ejemplares vendidos.
“He querido reflejar la situación de cualquier niño del siglo XXI en primera persona; desde su propia perspectiva”, explica Miguel López a este periódico. “Llevo 20 años observando a mis alumnos. Ahora les son impuestos unos niveles de exigencia y un rimo de vida parecidos a los de los adultos. Max Burbuja no tiene tiempo ni siquiera para perderlo, algo que sí tuvimos los niños de mi generación (nació en el 76); tampoco para pasear, leer, ver la tele o jugar en la calle”.
Padres aficionados a Instagram proponiendo planes sin parar se mezclan con niños agobiados con su propia condición. Todo ello bajo una óptica realista y teñida de altas dosis de humor. “Quiero que el libro lo lean tanto niños como adultos. Cuando he dado a leer los textos; padres, profesores y niños han admitido sentirse identificados. Es buena señal. Espero que los ejemplos de los libros resulten convincentes. En mi caso, soy padre y maestro, pero tiendo a ponerme del lado de los niños”.
El buen momento y los déficits de la literatura infantil
Las nuevas obras de El Hematocrítico llegan en un momento en el que la literatura infantil hace gala de una espectacular buena forma. En una oferta tan atomizada abunda la calidad, pero también un subgénero exitoso en ventas, aunque criticado por voces expertas, que antepone la función educativa al valor literario o prioriza la enseñanza moral a la mera aventura. Max Burbuja recupera el espíritu de la pura diversión.
“No hay muchas historias así para niños y niñas que ronden los 7-8 años. Sí está vigente la fantasía; los dragones y las hadas, pero son pocas las narraciones que les hablen de padres divorciados, de aventuras cotidianas con amigos o situaciones comunes en el colegio”, detalla López. En un ejercicio estilístico que le ha llevado a la comedia de observación, el autor ha reubicado una figura mítica como 'El Pequeño Nicolás', “un tótem de la literatura infantil”, como también lo fue la saga de El Pequeño Vampiro, inspiración confesa para una larga nómina de escritores actuales.
“Mi intención ha sido hacer reír a los niños con historias de niños”, apunta. “Muchos libreros me cuentan que determinados padres buscan en los libros que compran a sus hijos respuestas a un catálogo de emociones. Desde superar la muerte de un ser querido a perderle el miedo a las piscinas”. El Hematocrítico les invita a sumergirse de nuevo en otras aguas, las del placer que le proporcionaba leer los comics de Spiderman o los míticos Don Mickey. “No me gustan los libros con enseñanzas marcadas. Les pido que estén bien escritos y que sean divertidos. Pese a todo, estoy convencido de que muchos autores actuales están capacitados para marcar con una huella similar a la que dejaron London o Verne en sus jóvenes lectores”.
Niños y nuevas jerarquías
El artífice de Max Burbuja no recuerda con especial nitidez a sus padres llevándole a la biblioteca o a librerías, muchas hoy reconvertidas en espacios diseñados para el público infantil. “Es una tendencia que tiene que ver con el cambio del papel del niño en el hogar. Son el epicentro de la familia”. Una nueva jerarquía que afecta a todo lo demás. “Cuando era pequeño, un plan con mis padres en fin de semana podía ser visitar a una tía abuela. Y no nos quejábamos, sino que nos buscábamos la vida para entretenernos. Hoy, desde que se despiertan el sábado, los niños viven una maratón de cuentacuentos, conciertos, cumpleaños…Todo está centrado en ellos, que asumen una responsabilidad que no les corresponde”.
López percibe que el error parte de algunos padres, equivocados al pensar que dedicar el mayor porcentaje de sus vidas a la crianza les hace mejores. “La manera correcta de criar, si la hay, no es estar encima de los hijos. Reivindico el derecho al aburrimiento. Cuántas cosas hemos descubierto a partir de estar tirados en el sofá de casa. Echaban pelis que vimos por casualidad y nos marcaron para siempre, rebuscábamos en las estanterías de nuestros padres o hacíamos manualidades con pinzas. Los niños como Max Burbuja se lo están perdiendo”, añade El Hematocrítico.
Después de los dos primeros volúmenes de Max Burbuja, llegarán, en principio, cuatro más. El tercero se publicará en septiembre y girará en torno a situaciones vividas en el comedor del colegio, “todo un mundo”. Los estragos causados por un virus estomacal y las cruentas ‘guerras’ de abuelos tendrán su espacio en los siguientes títulos. Además, Miguel López publica en breve ‘Menudo Cabritillo’ (Anaya) y ‘Mi Diario de Verano’ (Blackie Books).
La pandemia
El Miguel López profesor admite que el curso que está cerca de acabar “no ha sido la catástrofe” que algunos anunciaron. “Las medidas han sido draconianas. Seguramente se ha hecho lo correcto, pero la realidad escolar se ha convertido en algo muy feo, con los alumnos sin poder socializar o los columpios clausurados. Por fortuna, los niños pueden con todo lo que les echen”.
Más atrás, en pleno confinamiento, El Hematocrítico fue incapaz de escribir una línea de alguno de los muchos libros que tenía pendientes de entregar. “El curioso, cuando al fin tenía todo el tiempo del mundo, mi mente no estaba preparada para la creatividad ni la concentración. Cuando empezó la ‘liberación’ recuperé poco a poco el pulso. Quizá lo más interesante de la pandemia es que es una experiencia que hemos vivido todos”.
Han transcurrido los meses y el colegio ha revalorizado sus funciones como espacio seguro y de igualdad de oportunidades. La experiencia de la educación virtual dejó algunas enseñanzas y muchas dudas. “Hubo familias para las que el confinamiento fue una bendición, ya que pudieron pasar más tiempo juntos y se volcaron. En otros casos, la consecuencia fue una gran frustración, por exceso o carencia de trabajo, a la que sumar el estrés que generaba no desatender la educación de los niños. Y no todo el mundo está preparado para ello o tiene el aguante necesario”, concluye El Hematocrítico.