Cuando nació hace 85 años, el CSIC prestó una especial atención a la agricultura, la pesca y la ganadería, áreas que vertebraban la identidad económica de España. Las cosas han cambiado, y el CSIC mira hacia la IA, la biomedicina o la industria aeroespacial, pero sin dejar de otorgar la relevancia que merece a ese motor que es el sector primario. En la institución pública de investigación más grande del país (cuenta en sus filas con 15.000 trabajadores) entienden que la I+D+i, ahora más que nunca, debe penetrar en todas las áreas de actividad. Y saben que lograrlo implica acelerar y mejorar el proceso de transferencia de conocimiento. Se trata de la vía para que la sociedad en su conjunto se beneficie del conocimiento generado por investigadores e investigadoras que trabajan duro en todo el territorio nacional.
“Los problemas de España y del mundo; los grandes retos a los que nos enfrentamos, encontrarán su solución en la ciencia”. Eloísa del Pino, presidenta del CSIC, se refiere a envejecimiento, salud, escasez de alimentos, cambio climático o materiales críticos para fabricar tecnología”. Hemos hablado con ella tras su participación en el Foro Transfiere, que concluye mañana en FYCMA (Palacio de Ferias y Congresos de Málaga).
Resultados
En la institución están incrementando el esfuerzo en materia de transferencia de manera tangible. El pasado año, el CSIC creó una cuarta vicepresidencia, dedicada a Innovación y Transferencia, y en su red de centros vieron la luz 12 empresas de base tecnológica, 2 por encima de la media respecto a los años precedentes. Del Pino mencionaba un dato que evidencia la fortaleza con la que nacen estas spinoffs: el 88 % sobrevive más allá de los 5 años, un porcentaje inusual en las empresas de nueva creación.
La presidenta del CSIC nos da otra buena noticia: el CSIC se ha convertido en el organismo público de investigación que encabeza la lista de patentes solicitadas en la Oficina Europea de Patentes. “Otras acciones emprendidas también son importantes. Hemos restado burocracia al proceso de creación de empresas y activamos un sistema de incentivos para que los investigadores tengan más fácil llevar a cabo el desarrollo de la transferencia”. Este apoyo extra va de la mano de un presupuesto que dobla su apuesta y se agrupa bajo el paraguas del hub Converge, con el que el CSIC busca multiplicar la efectividad de la transferencia al conectar investigadores con empresas e impulsar la innovación abierta.
De la idea al mercado
El funcionamiento de Converge es bidireccional. “Vamos al principio. Cuando el investigador está en su despacho o en el laboratorio dándole vueltas a algo novedoso, empezamos a ‘tentarle’ con la idea de transferir, no solo con tecnología pura y dura, sino también con nuevas ideas”. En este sentido, Science for Policy es un programa para transferir el conocimiento a los poderes públicos y que la ciencia esté más presente en sus políticas. Y aquí caben muchas cosas: desde combatir sequías e incendios a reducir la desigualdad, proteger a la sociedad contra la desinformación o cuestiones de ciberseguridad…
“Si lo que tienen entre manos es susceptible de trasladarse a la sociedad les acompañamos en todo el proceso. Las ideas incipientes se convierten en spinoffs o son licenciadas a una empresa. Pero antes de que eso ocurra, nos ocupamos de su desarrollo hasta que se traducen en algo ‘transferible’ y hacemos de nexo entre investigadores y empresas”. Eloísa del Pino añade que, en la otra orilla de Converge, el CSIC solicita a empresas de distintos sectores que señalen qué retos tienen que resolver con mayor premura. “Esas demandas se las trasladamos a los a los investigadores para que propongan posibles soluciones”.
Equipos diversos a todos los niveles
¿Cómo influye el relevo generacional en este cambio de perspectiva? Para Eloísa del Pino, la transferencia no entiende de edades. “Una ventaja del CSIC es que los equipos son muy diversos desde todos los puntos de vista. La experiencia de los mayores mezcla bien con las metodologías, el empuje y las ideas que traen bajo el brazo los más jovenes. A todo ello sumamos la diversidad en términos disciplinares. Esto es importantísimo. Los desafíos hay que abordarlos desde distintas áreas científicas. A la hora de luchar contra el cáncer, por ejemplo, no basta con expertos en biomedicina. En el abordaje de la enfermedad, ahora contamos también con personas dedicas a los nuevos materiales, la imagen o las ciencias sociales. No importa de dónde vengan ni su edad o su género, sino resolver juntos los problemas”.
Durante la XIII edición de Transfiere, el CSIC presentará varios de sus prototipos en marcha. Es solo una muestra de todo lo que hacen. A muchos les sorprenderá saber que la tecnología que detecta el gluten en los alimentos es made in CSIC. “En el contexto pandémico, fuimos artífices de los tests serológicos y de las mascarillas, cuya patente facilitamos a la OMS para que pudieran fabricarse en otros países del mundo. Del CSIC han nacido innovaciones para la fabricación aditiva 3D, nuevas variedades vegetales, como la rosa Narcea, más resistente, o tecnologías vinculada a instrumentos PET, claves en la detección temprana del cáncer de mama y pulmón. Trabajamos en todas las áreas del conocimiento humano”, concluye Eloísa del Pino.