La institución Enaire ha participado esta semana en un simulacro para testear la capacidad de respuesta de los aviones españoles ante una posible erupción del volcán islandés Bárðarbunga. Por supuesto, todavía no se puede medir con exactitud esta eventual erupción, pero España (como otros tantos países europeos) no ha querido dejar escapar la oportunidad de comprobar y arreglar los fallos que tengan sus aeronaves.
El problema de una erupción volcánica, explican desde Enaire, son las grandes cantidades de ceniza que pueden ser expulsadas a la atmósfera, alcanzando gran altura y flotando a la deriva con el viento. “Las cenizas no aparecen en los radares meteorológicos y de control aéreo por el reducido tamaño de sus partículas, que constituyen una grave amenaza para la seguridad de la aviación”, aseguran los técnicos, que ya sufrieron hace unos años (2010) este problema con el volcán islandés Eyjafjallajökull. De graves dimensiones, causó “un trastorno sin precedentes en el tráfico aéreo”. De hecho, afectó a 25 países, causó 2.500 millones de euros de pérdidas, supuso la cancelación de 100.000 vuelos y dejó en tierra a 10 millones de pasajeros.
Pero creen que no volverá a ocurrir (o al menos de forma tan grave). Para ello, el Centro de Supervisión de la Red Enaire, los responsables de la afluencia y los controladores aéreos, han monitorizado “permanentemente, en tiempo real”, las evoluciones de la nube (simulada) de cenizas volcánicas desde Islandia hacia el norte de Europa y el mar Báltico, con ligera afección al espacio aéreo español.
Tras estas pruebas, el VOLCEX (Volcanic Exercises), en el que participan autoridades aeronáuticas de países como Francia, Reino Unido o la propia España, probará los procedimientos y planes de contingencia adoptados a nivel europeo y nacional para minimizar el impacto de las nubes de cenizas procedentes de una erupción volcánica en el tráfico aéreo. De aquí “a un tiempo” se mostrarán los resultados.