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Ester Caffarel-Salvador y el principio del fin de las inyecciones de insulina

El diseño en el MIT de píldoras para el suministro oral del medicamento la convierte en una de las investigadoras jóvenes europeas de mayor proyección
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Ester Caffarel-Salvador. (Imagen: Eric J. Normal).

Antes de recalar en el laboratorio del profesor Robert Langer en el MIT, el camino de Ester Caffarel-Salvador estuvo plagado de paradas enriquecedoras. Licenciada en biotecnología y bioquímica por la Universidad Autónoma de Barcelona, máster en educación por la misma universidad, en 2014 la investigadora se doctoró en Farmacia en la Queen’s University de Belfast. Su investigación en el Reino Unido estuvo centrada en el desarrollo de micro-agujas para monitorizar componentes del organismo como cafeína o glucosa sin necesidad de extraer sangre.

La evolución de aquellos primeros pasos en el laboratorio la han llevado a ser considerada por la edición en español de Technology Review, publicación del MIT, como una de las investigadoras europeas menores de 35 años más prometedoras. La causa de esta distinción es haber diseñado unas pastillas capaces de administrar insulina por vía oral. Este avance evita los procedimientos de inyección invasivos que se utilizan actualmente. 

Tras el doctorado, y sin salir de Belfast, colaboró con empresas como L’Oreal y Lohmann Therapy Systems. Es en 2015 cuando vuela a Boston, donde empieza a trabajar junto a Langer en las pastillas que le han valido el reconocimiento del MIT. “Soy activa y curiosa. Me gustan los retos y ayudar a la gente, por eso mis investigaciones están centradas en las personas”, afirma Caffarel-Salvador, que ha incorporado  aficiones a medida que conocía nuevas culturas. “Me gustan la danza irlandesa, el futbolín o las torres humanas. ¡Ahora me gusta navegar en barcos de vela!”, explica desde la otra orilla del Atlántico.

Nueva vida para los diabéticos

Las aportaciones de Ester Caffarel-Salvador tienen potencial suficiente para mejorar la vida de millones de pacientes en todo el mundo. “A día de hoy, la insulina no puede ser administrada por vía oral porque se degrada en el estómago. Los diabéticos tienen que inyectársela. Además del dolor que causa, es una maniobra que precisa de profesionales de la salud para una correcta administración. Son muchos los enfermos que se provocan lesiones con las agujas. Nos hemos propuesto acabar con estos problemas”, detalla la investigadora.

Como detallan desde Innovators Under 35, Caffarel-Salvador ha logrado superar estas dificultad con sus dispositivos médicos SOMA (por sus siglas en inglés de Self-orienting Milimeter Scale Applicator) y LUMI (por sus siglas en inglés de Luminak Unfolding Microneedle Injector). LUMI permite la administración oral de medicamentos a través de cápsulas compuestas de microagujas disolubles cargadas del fármaco.

Por otro lado, SOMA es su prototipo más desarrollado y se estructura en forma de píldora milimétrica, del tamaño de un guisante, capaz de administrar insulina sin que se degrade. Esta píldora llega al estómago y administra la hormona en la mucosa interna del tracto gastrointestinal, lo que evita que se disperse por el estómago e intestino y previene su degradación. Así, la insulina llega a la sangre en la dosis necesaria.

Su propuesta gana enteros ante el incremento constante del número de diabéticos en las últimas décadas. “La causa principal tiene que ver con la obesidad provocada por malos hábitos alimenticios. La mayoría de los casos de diabetes Tipo 2 podrían prevenirse con la pérdida de peso y otros cambios en el estilo de vida”.

Mucho más que insulina

Actualmente, Cafarell-Salvador y su equipo están centrados en el diseño de pastillas de insulina para tratar la diabetes. Más a largo plazo, las píldoras podrían dosificar cualquier otra proteína que normalmente debe inyectarse. “Por ejemplo los inmunosupresores utilizados en el tratamiento de la artritis reumatoide o la enfermedad inflamatoria intestinal. El dispositivo serviría como plataforma en el suministro de otros fármacos como hormonas, anticuerpos monoclonales, ácidos nucleicos y, posiblemente, vacunas”.

Ester Caffarel-Salvador. (Imagen: Eric J. Normal).

La investigadora de 33 años admite que el éxito del proyecto se debe a la interdisciplinariedad de un equipo conformado por biotecnólogos, médicos e ingenieros químicos, eléctricos y mecánicos. “Estas investigaciones tienen más de un siglo, pero hoy día la diversidad es sinónimo de riqueza. La colaboración entre ámbitos distintos es clave para innovar y superar retos”, apunta Caffarel-Salvador. Esa colaboración la han llevado más allá de las paredes de su laboratorio, y han trabajado con otros departamentos del MIT. 

Ahora se proponen mejorar los prototipos del dispositivo en eficacia y seguridad. Prevén que 2020 será el año en el que expandan y optimicen el proceso de fabricación. “Los primeros estudios en humanos tendrán lugar en 2 o 3 años”, avanza la investigadora.

Llegar al mercado

Con la ciencia y la tecnología definitivamente entrelazadas, la transferencia al mercado de este tipo de soluciones ha ganado velocidad, aunque la rapidez no siempre basta. “Por fortuna, el habitual problema del soporte económico no lo sufrimos en el laboratorio del profesor Langer”, detalla Caffarel Salvador, que percibe que hay otros déficits a resolver. “A menudo, la investigación se focaliza profundamente en un concepto o detalle, o en desarrollar un producto sin pensar en el impacto o posibles beneficios para la sociedad. Creo además que en Europa falta formación relacionada con la transferencia de las nuevas tecnologías de la academia al mercado. En Estados Unidos, enseñan a los niños a ‘venderse’, a presentar sus ideas con impacto y a ser emprendedores”.

En la resolución de estos fallos, Caffarel-Salvador propone celebrar más actividades educativas con la ciudadanía como destinataria. “Cambridge organiza el festival de ciencia. Dos días en los que el MIT, museos de ciencia y otras instituciones abren sus puertas al público y explican los proyectos que investigan. Incluyen talleres para todas las edades. ‘Educan’ a la población y, a la vez, despiertan la curiosidad científica en los más jóvenes”.

Día a día de una investigadora del MIT

“Llego a la oficina entre las ocho y las nueve. La salida depende de los experimentos y eventos varios. Los lunes tenemos la reunión de todo el grupo, el miércoles la específica del proyecto y, un día a la semana, solemos tener un seminario a las 5 de la tarde donde nos sirven la cena”. A esta rutina, Caffarel-Salvador suma la supervisión de dos estudiantes en el laboratorio y la gran cantidad de cursos, seminarios y eventos abiertos a la comunidad que ofrece el MIT. “No hay tiempo para aburrirse”.

La investigadora recuerda que el lema del MIT es ‘Mens et Manus’ (mente y mano), “porque el objetivo es promover la educación para aplicaciones prácticas”. En el laboratorio les invitan a probar cosas nuevas. “Aunque fallemos repetidamente, aprender de los errores y la persistencia son los que llevan a resultados prometedores”.

Pese a todo, hay tiempo para disfrutar de Cambridge y Boston, “ciudades internacionales y muy activas”. Caffarel-Salvador destaca la cantidad de actividades que tienen lugar, sobre todo en verano. “Se vive bien. Un inconveniente son los precios de los alquileres, que están por las nubes, y los salarios en academia no hacen justicia a la experiencia. A menudo no queda otra que comprometer el estilo de vida”, concluye.