Technology Review, la revista editada por el Massachusetts Institute of Technology, destaca en su edición online las 50 primeras empresas por su condición de “inteligentes”, es decir, aquellas que suman más méritos en la conjunción tecnología e innovación en el mundo. Todas las elegidas seguro que merecen ser citadas pero, independientemente de ello, destaca que, sobre este medio centenar elegido por los editores solo hay seis europeas.
La mayoría, hasta 32, son de los Estados Unidos. Que USA tenga más del 60% y Europa solo un 10,25% de estas empresas en una diferencia que no se corresponde con la tradición investigadora europea en todos los ámbitos, y esto es sumamente grave. De las seis que aparecen dos son las clásicas Nestlé (Suiza) y Bosh (Alemania), las únicas que son continentales, junto a Sonnen, también alemana. La otras tres son del Reino Unido.
Interpretar estos datos es fácil. Demuestra que la brecha existe y que Europa tiene que reaccionar de alguna manera para evitar quedarse en la cola porque, no solo es que estemos a gran distancia de los Estados Unidos en esta materia, es que Asia tiene una representación igual y, además más diversificada por presencia de empresas de Corea del Sur, Japón, China e Israel. Once empresas entre las 50 seleccionadas.
Nos separan muchas cosas que ya se han dicho hasta la saciedad, pero no está demás repetirlas cuando nos topamos con la realidad. Nos separa la educación, la visión del riesgo y la estructura administrativa. La burocratización de Europa es preocupante y no parece que haya mucho interés en poner un límite. Están bien los programas que se están llevado a cabo, pero quedarán en la nada si junto a eso no hay una política y una estrategia a disminuir el entramado legislativo que coarta buena parte de la capacidad innovadora de los europeos.
Ante la evidencia de que algo falla la mejor manera de solucionarlo es reconocer que hay un problema y grave y eso mismo debe actuar como catalizador de un acuerdo global que faciliten las iniciativas europeas. De tanto repetir aquello del Viejo Continente hemos llegado a ser viejos de verdad y hay que cambiar la mentalidad para sortear esta situación.
Esta es la auténtica encrucijada de Europa. Una más, pero también una menos porque estas situaciones son oportunidades. Ya estamos viendo como no hay forma de que arranque la economía en el conjunto de la Unión Europea y la principal razón es la resistencia al cambio que ofrece la sociedad en su conjunto. Es la primera vez en siglos que Europa concibe el cambio como un riesgo y no como un síntoma más de la evolución hacia un mundo mejor. Mal futuro tendremos si no cambiamos “el chip”, como se suele decir en el lenguaje normal y, por cierto, nunca mejor dicho.