En “Fractus, el ave fénix” (Libros de Cabecera), Rubén Bonet, cofundador y presidente de la compañía tecnológica pone orden a la “trepidante historia de un largo viaje emprendedor”. 25 años y 130 patentes después, el proyecto que comenzó como spin-off de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) se ha convertido, con sus antenas en miniatura y multibanda, en un agente clave para entender la telefonía móvil actual.
La complejidad que ha resuelto Fractus -además de posibilitar que la antena pase del exterior al interior del teléfono- ha sido integrar, en una sola, las diferentes antenas que exigirían las distintas frecuencias en las que emiten los protocolos 3G, 4G, 5G, WiFi, GPS o Bluetooth. “Arrancamos como grupo de investigación; con mucha documentación y muchos papers detrás, pero sin tener muy claro para qué servía la innovación que teníamos entre manos. Resultó clave imaginar el mundo 20 años después, cuando sería necesaria la interacción de terminales multisistema. Una demanda que, en 1999, era inexistente en el mercado”.
Bonet participó la semana pasada en la jornada Innovación y propósito,organizada en Madrid por PONS IP. Lo hizo junto a Carlos Ledó (Veganic) e Iker Marcaide (Matteco). Ingeniero de telecomunicaciones por la UPC, MBA en IESE, el presidente de Fractus echaba la vista atrás para establecer una comparativa entre los comienzos de una iniciativa emprendedora entonces y ahora. Con capital privado y el apoyo público del CDTI arrancaron con la voluntad de “industrializar una tecnología y llevarla al mercado”. “Teníamos ideas, laboratorios y prototipos. Había llegado el momento de hacer productos”.
Telefónica se convirtió en el primer gran cliente de Fractus. Tres años después, el equipo lo integraban 60 personas. “Evangelizamos al mundo de que la mejor manera de desarrollar antenas multisistema era la nuestra, no solo en el campo de los teléfonos móviles”, añadía Bonet.
El gran cambio
Comenzaron a trabajar junto a los grandes fabricantes a escala mundial. Algunos, como Samsung y LG, fueron más allá, y les pidieron que invirtieran en fábricas e infraestructuras de I+D ad hoc para, tiempo después, dejarles en la estacada y optar por otros proveedores que no siempre respetaban las leyes de patentes. “Habíamos acometido grandes desembolsos, desplazamos a trabajadores… El negocio se iba al garete y los inversores entraron en pánico”.
Es en este momento de la cronología de Fractus, bajo la sombra del concurso de acreedores, donde su condición de Ave Fénix cobra máximo sentido. Tratando de mantener el equilibrio entre lo racional y lo emocional, Rubén Bonet explicaba que, a lo largo de 4 años combinaron las demandas por el uso fraudulento de su tecnología con un giro total al modelo de negocio. “Con el esquema industrial, la cuota de mercado llegaba al 5 %. Se nos escapaba un 90 %. De seguir por ese camino, hubiera sido necesario montar fábricas por todo el mundo o comprar otras compañías ya existentes; con más complicaciones relacionadas con el capital, los socios…”
Optaron por licenciar la tecnología made in Fractus y cobrar royalties a quienes quisieran fabricar sus patentes. “Fue una larga batalla. Estaban en juego muchas emociones. Cuando eres una empresa pequeña y tienes que luchar en el mercado, lo emocional es de especial importancia. La razón nos llevó a licenciar. Ganamos mucha cuota de mercado hasta entrar en el círculo virtuoso en que hoy vive la compañía”.
Tener claro tu espacio
Según Bonet, la nueva hoja de ruta les ha enseñado a transferir; a convertir investigación y patentes en dinero. “Es un negocio muy complejo que ahora estamos llevado al mundo del Internet de las Cosas. Se trata de una amplia gama de dispositivos que incorporan antenas multifrecuencia pequeñas. La conectividad ha trascendido la telefonía móvil. Seguimos enorgulleciéndonos de haber desarrollado nuestra tecnología en la universidad, con investigadores, doctores e ingenieros locales”. En este momento, Fractus colabora con la academia a través de dos cátedras impulsadas junto a la UPC y la universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
El directivo admitía que empezar a patentar desde los primeros pasos ha resultado esencial para entender el éxito posterior de la empresa. Además de “compromiso, ilusión y una buena capacidad de negociación”, Rubén Bonet señalaba que “lo principal” es el equipo del que te rodees. También algunas decisiones estratégicas y en cierto modo disruptivas. “Siempre hemos ubicado muy cerca los departamentos de I+D y de producción de prueba intelectual. Si tienes muy claro cuál es tu espacio en el mercado debes insistir y perseverar. Y actuar muy pegado a la industria. No solo se trata de vender. Es preciso aprender, que te cuenten cosas los demás. Asistir a eventos de todo tipo y, con todos los datos que recopilas, preparar un coctel que te ayude a decidir por dónde ir. Hay que dedicar recursos humanos y económicos a estas tareas”.
Bonet reconocía que el relativo relax que puede permitirse ahora llega después de años en los que en varias ocasiones estuvo al límite debido a jornadas de trabajo extenuantes. “Me salvó del deporte de resistencia. Cuando empiezo a correr, pasados 20-25 minutos la información confusa empieza a mezclarse en mi cabeza y a cobrar sentido. Las grandes decisiones que he tomado en Fractus las he visualizado después de media hora de carrera. Otros pasan del ruido a la claridad bailando, pintando o meditando”.