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Manuel Baltar, director general de Optimil, en una fotografía cedida por la óptica.

Decir que el COVID-19 ha cambiado al mundo es una obviedad. Ver a más de cinco personas reunidas en un espacio cerrado genera vértigo. Un estornudo, aun a la distancia, despierta un sentimiento de pánico. Y las superficies, en especial los objetos que toca una ingente cantidad de personas al día —ya son pocos los valientes que utilizan los pasamanos del Metro de Madrid—, son algo así como las más puntiagudas de las espinas. Todos estos cambios en el comportamiento colectivo son parte de la nueva normalidad. Pero cuando España entró en su primer estado de alarma en marzo de 2020, Manuel Baltar, CEO de la óptica compostelana Optimil, dio un salto al futuro. Había que evitar que los clientes vieran en la prueba de gafas un acto temerario. Fue así que, una semana después, comenzó a idear una máquina única en su tipo: el Covid-Killer.

El aparato, que desde su lanzamiento el pasado julio ha generado interés en países como Alemania, Estados Unidos y México, es a simple vista una pequeña vitrina acristalada y con un marco blanco. Pero la magia —o más bien, la ciencia— es lo que pasa a su interior, donde se alojan gafas en tres estantes paralelos. Cuando el dependiente coloca los anteojos en la caja suelta una cantidad testada de ozono para desaparecer al enemigo invisible. Posteriormente, la sustancia se estabiliza para convertirse en oxígeno. Sin ningún riesgo. El proceso no pasa de los 10 minutos, según explica Baltar al otro lado del teléfono. “Cuando vimos que el problema [el primer estado de alarma] iba para largo, y que la cosa no iba a quedarse en 14 días, decidimos darle una vuelta a la situación”, reseña el empresario gallego, oriundo de Padrón. 

Si bien está demostrado que los contagios por contacto en superficies es muy menor, la solución sirve como una garantía de seguridad en un mundo que se ha volcado de lleno a las precauciones sanitarias. El aparato puede llegar a albergar de 12 a 60 gafas —el ratio de desinfecciones es de 36 pares en dos minutos y medio—. 

Cuando el proyecto apenas estaba en gestación, en Optimil ya tenían los números a la mano. No eran para nada halagüeños. O se actuaba rápido o entrarían en un serio predicamento. Una persona, de promedio, se prueba entre 12 y 15 gafas antes de decidirse por una. Si se considera una media de 15 a 20 clientes por día, existiría un potencial de 800 lentes potencialmente contaminadas. “¿Entonces, qué hacemos?”, se preguntaron. Según explica Baltar, la disyuntiva se reducía a renovar o morir. Utilizar a un empleado a limpiar era un desperdicio de tiempo: “En total, con estos datos a los que llegamos, se traduciría a 600 minutos de limpieza”. La respuesta al problema era clara. Innovar.

Para abril estuvo listo el primer prototipo, que después pasó a un laboratorio al que contactó la empresa para comenzar las pruebas. Los tests consistieron en probar la efectividad del proceso con materiales infectados con un código genético similar al del COVID-19, y con una carga mucho mayor a la que debería tener una persona infectada. A finales de julio, esta firma ubicada en la capital gallega logró la primera patente mundial de un producto con estas características. Además de registrar el Covid-Killer para ópticas, también se patentaron otros modelos que pueden ser utilizados en el hogar o para zapaterías y el hogar. Aunque, por ahora, Optimil solo ha diseñado los prototipos de estos dos últimos modelos.  

Actualmente, el Covid-Killer es utilizado por poco menos de 100 ópticas en España. Baltar se congratula del interés que ha provocado la herramienta que crearon, tanto fuera como dentro del territorio (hay negociaciones con interesados en Australia). La firma, por el momento, está enfocada en recuperar la inversión distribuyendo los modelos que ya están ensamblados. Y, eso sí, seguir consolidando su negocio de ópticas, con dos décadas de historia como respaldo. 

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