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Adolfo García-Sastre. (Imagen: Mount Sinai Health System).

Hace algo más de un año hablábamos con Adolfo García-Sastre por una razón muy diferente. El virólogo había vuelto a su tierra natal para ser investido doctor Honoris Causa por la Universidad de Burgos. Entre sus méritos para haberse convertido en una referencia científica global destaca la búsqueda de una vacuna universal del virus de la gripe. Y en ello sigue, al frente del Instituto de Salud Global y Patógenos Emergentes del Hospital Monte Sinaí de Nueva York.

 “Quizá esta pandemia haga ver de una vez por todas que son necesarios más recursos financieros dedicados a la investigación. La gripe podría llegar a causar problemas incluso mayores que el coronavirus. El COVID-19 no es tan peligroso como lo fue por ejemplo la Gripe del 18. Hoy conocemos cómo era ese virus (García-Sastre y su equipo lo secuenciaron), y podríamos dar con una vacuna relativamente rápido, pero nadie nos libraría de una primera oleada tal vez peor que la que acabamos de atravesar”.

En paralelo, en su laboratorio trabajan en nuevas terapias contra el SARS-CoV2, tratan de averiguar la biología del virus o experimentan con modelos animales en el camino hacia la vacuna. Admite que en la ciudad de los rascacielos la situación es mejor que semanas atrás, pero llama a la prudencia.

“Las prisas por volver a la normalidad pueden jugar a favor de los rebrotes del virus”. Desde el Monte Sinaí no están asesorando directamente a las autoridades locales o estatales. García-Sastre confía en el buen criterio mostrado hasta ahora por el gobernador Andrew Cumo. “Está rodeado de gente que sabe lo que hace”. Algo muy distinto le transmiten las visionarias ocurrencias del presidente Trump. “Por alguna razón cree tener un poder intuitivo sobre aquello que desconoce”.

La prudencia y la suerte

A la hora de mantener esta entrevista el pasado viernes, se confirma lo esperado: Madrid, Barcelona y varias provincias castellanoleonesas, entran hoy en la Fase 1 de la desescalada. Para García-Sastre es momento de que ciudadanos y administración estén a la altura en un paso delicado. “El contacto social ha de ser mínimo. El virus seguirá entre nosotros hasta que logremos una vacuna, así que hay que extremar la prudencia. Preveo que, en lugares muy afectados, como Madrid, se producirá la suficiente concienciación. Todo lo vivido y el miedo van a influir”.

En cuanto al papel de las autoridades en este nuevo escenario, el virólogo defiende la necesidad de multiplicar los diagnósticos. “Soy consciente de que no se puede hacer un test a todo el mundo, ojalá, pero hay que aislar a contagiados y a su entorno con rapidez”. La tecnología ayuda a cumplir con esta misión. “El seguimiento con GPS de teléfonos móviles es útil para advertir del contacto con infectados, respetando siempre la privacidad”. Además, García-Sastre señala que, dado que el virus pierde potencial al exponerse a las altas temperaturas, las administraciones deberían aprovechar el verano para 'rearmarse' con los recursos necesarios de cara a una más que probable segunda oleada en otoño.    

El investigador añade otros intangibles, como el puro azar, muy a tener en cuenta a la hora de analizar las diferentes evoluciones de la pandemia. “En muchos lugares, la mayor afectación ha sido una cuestión de mala suerte. Es cierto que hay regiones y países (Nueva Zelanda, Australia) que han actuado deprisa. La mayoría no han tenido esa capacidad. Lo idóneo es atacar al principio, cuando los infectados suman un número manejable. Si pasan 1, 2 o 3 meses con el virus circulando sin control, es complicado frenarlo. Pero las casualidades influyen: un concierto, un partido de fútbol... Ahora que sabemos mejor cómo hacerlo, la clave es encontrar los focos para extinguirlos antes de que se propaguen”.

Oleadas y tratamientos

¿Cuántas oleadas más nos esperan? “Depende. A día de hoy, sólo un 5 % de los españoles es inmune al virus. Para subir a un 60 % (y alcanzar la famosa inmunidad de rebaño) habría que pasar por muchas más oleadas, o más virulentas”. García-Sastre ofrece una perspectiva que se aleja del peor de los escenarios. “Lo normal es que no lleguemos a eso y que dentro de un año dispongamos de una vacuna que aporte la inmunidad necesaria. Hasta entonces, las medidas de confinamiento y distanciamiento social no impedirán al 100 % más oleadas, pero harán disminuir notablemente los contagios”.

El virólogo burgalés también prevé que algunos tratamientos hagan más ‘dulce’ la espera de la anhelada vacuna. “No evitarán por completo la mortalidad, aunque sí la reducirán. Es probable que sean tratamientos profilácticos, es decir, que disminuyan la posibilidad de contagio. En este último aspecto, comprobar su efectividad es una labor compleja, ya que supone suministrárselos a un amplio número de contagiados. Hay que calcular cómo de grande ha de ser un grupo para que tengan efecto. Algo parecido ocurre con la vacuna. En cualquier caso, por costosos que sean estos estudios, siempre merecerá la pena intentarlo”.

Una alternativa antes de la vacuna perfecta

García-Sastre detalla los motivos que le llevan a pensar que la vacuna llegará más pronto que tarde. “Hay varias en fase de ensayos clínicos y en distinto países que, a su vez, han aplicado diferentes estrategias. Ahora lo importante es saber que no causan efectos adversos y que son inmunogénicas y por tanto producen anticuerpos en sangre capaces de neutralizar al virus. Esto ya ha ocurrido (la farmacéutica Moderna anunció resultados prometedores con pacientes sanos hace unos días) y nada me lleva a pensar que no haya otras que también funcionen”.  

En todo caso, el investigador opina que la primera vacuna que se distribuya no será la vacuna ideal para acabar con el COVID-19, pero supondrá un avance determinante en la lucha contra la enfermedad. “Por el momento bastará aunque no impida completamente la infección pero sí reduzca tanto las opciones de que una persona enferme de gravedad como el tiempo que pasa infectada”.

Pese a lo prometedor de estos pasos adelante, García-Sastre coincide con el resto de la comunidad científica al hablar de las incógnitas que aún esconde el virus, o más exactamente las patologías que provoca. “Hay ciertos detalles que son muy intrigantes. Al principio, creímos que sus efectos estarían próximos a los de una neumonía severa derivada de la gripe. Sin embargo, hemos comprobado cómo el coronavirus puede llevar a una pérdida de oxígeno en sangre, incluso si el pulmón no está inflamado, así como a trombosis. Una vez sepamos qué hace el virus en estos casos graves, será más fácil dar con un tratamiento certero”.

Mayores, niños, animales

En un contexto ideal, la vacuna del COVID-19 se produciría rápidamente para todo el mundo. “La realidad nos dice que tendremos que priorizar”. El investigador apunta que los mayores no serán necesariamente quienes reciban las primeras dosis. “Ocurre como con la vacuna de la gripe. Es menos efectiva en este colectivo porque su sistema inmune está más deteriorado. Si la inmunidad que produce la vacuna es pobre, será mejor suministrársela antes a los grupos que vayan a estar en contacto con ellos -empleados de residencias, cuidadores- y al personal sanitario, próximo muchas veces a enfermos inmunodeprimidos”, afirma García-Sastre.

El virólogo recuerda que no existen evidencias científicas de porcentajes de población inmunes ‘en origen’ al SARS-CoV2. Y en una nueva advertencia, pone el foco en los niños. “Hay que tener mucho cuidado. Son el vector principal de transmisión de virus respiratorios, fundamentalmente por cuestiones sociales: en las guarderías y colegios el contacto entre ellos es constante y después vuelven a casa. Habrá que vigilar mucho sus movimientos. Las escuelas no pueden estar cerradas eternamente, pero creo que son los espacios en los que conviene planificar mejor la reapertura y establecer pautas muy claras de detección de infectados. Las instituciones educativas tienen que estar bien preparadas”.

Menos inquietudes le provoca la transmisión del virus de animales a humanos. “Será un número muy reducido de casos, poco determinante en la propagación del virus. Es cierto que visones o gatos son susceptible de contagiarse, pero sobre todo entre ellos. El peligro puede estar en una granja, donde muchos animales se contagien entre sí. Los gatos son animales de poco contacto, aunque también habrá que vigilar las comunidades urbanas, formadas por grupos más amplios”, concluye García-Sastre.  

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