Sebastián Benfeld, de 18 años, Tamara Toledo, de 17, y Joel Peña, de 20, han venido desde Chile a Madrid a “alzar la voz de Latinoamérica”. Desde sus respectivos hogares en Concepción, Valparaíso y Chiloé, cada uno lleva una batalla para salvar el planeta. Se conocieron en un campamento de Fridays for Future hace cerca de nueve meses y ahora están en la capital española, en la Cumbre del Clima, donde la mañana de este lunes apareció Greta Thunberg para resaltar la lucha de los indígenas.
“Si Chile despertó, ¿por qué el mundo no puede hacerlo?”, cuestiona Peña, estudiante de turismo. Benfeld y Toledo acaban de terminar el bachillerato, él quiere estudiar administración pública, ella quiere ser profesora de historia. Les preocupa lo que pasa en su país, el único del mundo donde el agua es privada, donde esta “no es vista como un derecho, sino como un bien de consumo”, afirma Toledo. A los tres se les nota una fuerte convicción, su discurso es claro.
Saben bien que la crisis por la que atraviesan no es solo climática, sino social. “Chile es un país que ha despertado -asegura Benfeld- después de 30 años de injusticias nos hemos dado cuenta de lo que está pasado y hemos salido a las calles, juntos”. Ahora le toca despertar a quien pareciera ser inmune a esto, a la “élite”, opina. “El mundo debe tomar a Chile y Latinoamérica como un ejemplo para decir basta”, dice por su parte Peña.
Los jóvenes no solo han venido a transmitir un mensaje, también han venido a observar lo que está sucediendo en esta cumbre. Y lo que ellos observan es que esta es “un espacio muy alejado de la realidad”, según Peña. “No viven la realidad de quien realmente está sufriendo”, agrega.
Mientras que a Toledo no se le nota muy convencida de lo que pueda salir de este encuentro mundial -“las decisiones las toman las mismas personas de siempre”-, Peña destaca la importancia de la presencia de las organizaciones sociales que han venido a hacerse escuchar. “Si los gobiernos y las empresas no están actuando, la gente unida puede lograr grandes cosas”, asegura.
Uruguay
Clara Rivero, de 19 años, forma parte del movimiento desde hace seis meses. Ella ha venido desde Pando, una ciudad ubicada a 30 kilómetros de la capital, a “observar y aprender” en la COP25. Después de meses de intentar reunirse con el gobierno de su país, por fin ha logrado reunirse con la delegación oficial. “Podemos crear una relación de cooperación y no una relación tan antagónica”, destaca la estudiante de relaciones internacionales de la Universidad de la República.
Lo que piden los jóvenes del movimiento en Uruguay, entre otras cosas, es proteger la calidad del agua, del suelo y que se prohíba el uso de ciertos agrotóxicos, como en Europa. Aunque Rivero reconoce que el impacto ambiental no es tan grande en su país como en otros.
Antes de participar en el movimiento, la joven uruguaya ya tenía un estilo de vida coherente con su forma de ver el mundo. Es vegetariana, compra ropa de segunda mano, productos orgánicos y locales. Pero en él sintió que no estaba sola. “Lo bueno de Fridays es que no hay un grupo de adultos, no hay una jerarquía o una dinámica de poder, todos tenemos la misma voz”, afirma.
En la COP25 no ha sentido lo mismo. “A veces siento que somos más bien un accesorio”, señala y critica fuertemente a los políticos: “les deberia dar vergüenza que tengamos que faltar a la facultad para venir a reclamar por nuestro derecho a vivir en un ambiente sano (...) Este problema existe desde antes que nosotros”.
Costa Rica
Sofía Hernández, de 21 años, estudia ciencias políticas en San José y escribe una tesis sobre cambio climático y migraciones. Hernández ha venido como portavoz de la juventud de su país para demandar un “transporte público cero emisiones”, que permita reducir la cantidad de coches en circulación; que se priorice la economía circular de los pequeños y medianos negocios nacionales; que se regulen los monocultivos, así como un plan de reinserción de las personas que dependen de estos para su subsistencia; y que se prohiba el aleteo y la pesca de arrastre, entre otros temas.
México
“Queremos hablar con nuestros representantes directamente y por eso estamos aquí”, asegura Xiye Bastida, de 17 años. La primera protesta de esta mexicana fue el 15 de marzo y fue ella quien la convocó en su colegio en Estados Unidos. Vive allí una parte del año y la otra en México, en la ciudad de Toluca, a unos 60 kilómetros de la capital. A la joven otomí le gustaría que los pueblos indígenas “sean reconocidos”, y nota cierta división de su generación respecto a la de quienes toman las decisiones. “Los jóvenes están diciendo las cosas más directamente que los adultos”, señala.
Canadá
Andreane Moreau y Sandrine Giérula, de 21 años y 20, han venido desde Quebec para denunciar que en su tierra “no se ha parado el extractivismo”. En el país norteamericano se construyen oleoductos de gas y petróleo que “pasan por territorios autóctonos”, señala Giérula, estudiante de derecho internacional. Mientras tanto, Moreau, estudiante de arquitectura, destaca la “incoherencia” que existe entre las palabras y las acciones de su gobierno.
Diálogo entre activistas y representantes
La mañana de este lunes, otros cinco activistas del clima de Costa Rica, México, Noruega, España y Zimbabue se reunieron con representantes de los gobiernos de Chile, Costa Rica, Perú y España, con la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelete, la presidenta de The Elders, Mary Robinson; representantes de UNICEF y del Youth Climate Movement (YOUNGO). Los mandatarios se comprometieron a poner a la infancia en el centro de las políticas para mitigar el cambio climático y firmaron la Declaración sobre los niños, niñas, jóvenes y acción climática, con las prioridades identificadas por estos.