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Granja experimental de Calidad Pascual en Fuentespina (Burgos)

Pablo Garcinuño

El carácter pionero y la transformación digital, un matrimonio de éxito en la compañía

Fuentespina (Burgos). Estábamos familiarizados a verlas a lo lejos, desde la monotonía de la Nacional I, pero las vacas ganan en las distancias cortas. Es un animal con presencia, sociable y juguetón –como especie gregaria le gusta vivir en comunidad- que se sabe la joya de la corona de la zona.

La granja de Calidad Pascual en la burgalesa Fuentespina, a tiro de piedra de Aranda de Duero, la sede ‘de siempre’ de la compañía, es uno de los emplazamientos oficiales para testar innovaciones que después aplican tanto en las granjas propias como en las que trabajan en exclusiva con ellos a nivel nacional.

La mañana es fría, pero pasado el enésimo temporal de este simulacro de primavera que nos ha tocado en suerte, las vacas agradecen los primeros rayos de sol a una temperatura aceptable y campean a sus anchas por las instalaciones; unas descansan tras el ordeño y otras adelantan la hora del aperitivo. La granja, pese a las inclemencias del particular clima castellano y leonés, parece un buen sitio para vivir.

BASE ESTRATÉGICA
Las pruebas de campo que llevan a cabo en este recinto son una línea más de un plan que busca mantener el pulso de una empresa tradicional en la tormenta perfecta del cambio. Mientras varios operarios trabajan a nuestro alrededor en la limpieza de las instalaciones tras el ordeño de 300 vacas –sobre un total de 750 animales en la granja- y un camión se marcha rugiendo con el depósito lleno de leche fresca, Javier Paniagua, jefe de transformación digital de Calidad Pascual, explica cómo la compañía quiere aprovechar las sinergias entre innovación digital e innovación abierta. En ambas vertientes están volcando esfuerzos notables sin dejar de mirar de frente al intraemprendimiento y a una tercera vía, dotada de las propuestas más disruptivas, para las que existe un área específica, un departamento puesto en marcha en 2015.

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Antes, en 2014, Calidad Pascual lanzaba su proyecto de Estrategia Digital tras dos años de investigación en los que analizaron la solidez de algunas tendencias que podían acabar en falsas promesas. Una vez seguros del impacto que tendría en la compañía la aplicación de determinados avances ya no había vuelta atrás. El empuje tenia carácter trasversal; desde presidencia hasta el último operario se pusieron manos a la obra.

Todo este entramado requiere de una nueva mentalidad pero también de importantes inversiones. Para el responsable de Calidad Pascual, “cuesta poner en valor cómo se hacen las cosas” y explicar por qué en el mercado unos productos son mas caros que otros. “Queremos hacer aún más con nuestro equipo agropecuario sobre todo en lo relacionado con la citada eficiencia productiva, pero las posibilidades son infinitas. No es digitalizar por digitalizar. Con los avances que logramos en esta granja vamos a ver al ganadero y lo primero que pregunta es: ¿Esto qué retorno tiene para mí?”.

BUEN PRODUCTO, MEJOR CONTROL
Los programas de control y calidad en los que se mueve la compañía comenzaron oficialmente en 1998, aunque antes de esa fecha el departamento agro ya “trabajaba” en el campo, tal y como explica María Jesús Fernández, veterinaria de la granja experimental de Fuentespina, que alaba el papel pionero que jugó Tomás Pascual, fundador de la empresa en 1969. “En un tiempo en el que aún andábamos con las cántaras a cuestas, él fue quien introdujo el tanque de frío en todo el país”, recuerda Fernández.

El control de bactereológico de esos tanques o el ordeño automático fueron otras medidas que impulsó el histórico ‘jefe’ de Pascual para higienizar y estandarizar procesos industriales hoy vigentes y para revestir de un plus de profesionalidad al ganadero. “Al principio, el ganadero que tenía el tanque de frío recibía a los demás ganaderos del pueblo y apuntaba en una libreta las aportaciones de cada uno”.

El Programa de Seguridad Alimentaria de Pascual tiene en cuenta 100 parámetros a la hora de certificar que una granja forme parte de la ‘red’ de la empresa. Unas exigencias que en parte tienen su origen en otro hito que la compañía vive a finales de los 90, cuando decide exportar a Estados Unidos, un movimiento estratégico que fue representativo para el sector a escala global.

“Construimos tres granjas a medida”, explica Fernández, que cuenta cómo los inspectores norteamericanos –era requisito estar certificado por el PMO de EE.UU– no se preocupaban tanto de la analítica de la leche, “un eslabón más de la cadena”, como de cerciorarse de que el ciclo completo de producción y ‘manipulación’ se llevaba a cabo en unas condiciones concretas y con unos métodos y herramientas determinados.

El control máximo del proceso fue por tanto la clave para recibir luz verde desde el otro lado del Atlántico en 1998. Fernández nos muestra el documento oficial que lo ratifica y explica cómo hoy siguen en la misma línea con una sistematización a rajatabla sobre “qué come la vaca, quién produce esa comida, cómo se ordeña, por dónde pasa la leche, cómo la recogemos y, por supuesto, analíticas para que el examen tenga en cuenta parámetros físico-químicos e higiénico sanitarios”

Dejamos atrás las instalaciones más amplias de la granja, donde se encuentran las vacas productivas, para llegar al área de preparto, la zona de mayor tránsito de las instalaciones, una ubicación que no es casual ya que permite que cualquier empleado pueda vigilar si un animal va a parir, aunque sólo en algunos casos es necesario atender los partos.

En un terreno anexo, a lo largo y ancho de una amplia explanada se extiende la guardería, donde los terneros pasan en casetas individuales sus tres primeros meses de vida antes de incorporarse a las rutinas del resto de la granja. Una parcela de lujo limpia, desinfectada, con una cómoda cama de paja y donde se les alimenta (los dos primeros días con calostro, después con leche). Con mes y medio, ya vacunados, se les empareja con otras crías en los llamados iglús, así arranca el proceso de socialización entre iguales.

HACER MÁS CON MENOS
La media de producción en la granja experimental de Fuentespina es de 41,8 litros por vaca y día. “Hace un año estábamos en 36 litros, hace diez, en 30 y hace 15, en 28 litros”, afirma Carlos Romero, técnico del Programa de Eficiencia Productiva, una iniciativa cuyo lema es que ‘se puede mejorar incluso lo bueno’. “Llevamos tres meses consecutivos batiendo el récord de producción de la granja”, añade con orgullo.

Pero, ¿cómo se consigue esa mejora continua? El secreto está en los datos, no solo los que se generan en la explotación burgalesa, sino también en lo que obtienen mensualmente de los 160 ganaderos que participan voluntariamente en el programa (suponen el 60 por ciento de la recogida total de Pascual en volumen de litros). Todos ellos reciben dos informes trimestrales: uno de su propia evolución y otro en comparación con el resto de granjas. En el caso de Fuentespina, cada animal lleva un pequeño podómetro en una de sus patas traseras que se encarga de ‘chivar’ todo aquello relevante sobre sus rutinas para poder anticiparse a un problema y actuar.

En esos estudios se incluyen 72 indicadores agrupados en siete áreas: la producción por vaca, la calidad, la productividad de la mano de obra, la alimentación, la reproducción, el bienestar animal y el medio ambiente. “Hemos aprendido que lo importante no es que seas muy bueno en algo; lo importante es ser bueno en todos los campos y tener un equilibrio”, apunta Romero.

El Programa de Eficiencia Productiva se puso en marcha hace una década y desde entonces han pasado por él más de 250 ganaderos. “Eso genera una base de datos importantísima”, añade el técnico. El reto está en convertir todas esas cifras en recomendaciones que permitan que una explotación sea “más sostenible y eficiente”. “Y es que los profesionales más eficientes también están generando un menor impacto medioambiental”.

Puede tratarse, por ejemplo, de un nuevo sistema de procesamiento del silo de maíz que haga que la ración sea más digestible. Esa mejora, simple a primera vista, llegaría a suponer un importantísimo ahorro de costes y de residuos en una explotación de grandes dimensiones a lo largo de un año.

Con todo este trabajo de mejora es lógico que desde Calidad Pascual se hagan continuos esfuerzos porque los ganaderos que les abastecen, unos 340 de manera directa, continúen con ellos el mayor tiempo posible. La media de permanencia supera los 15 años.

ALGORITMO EN CONSTRUCCIÓN
A partir de los datos obtenidos en el Programa de Eficiencia Productiva, se ha planteado el diseño de algoritmos inteligentes, en colaboración con la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas de la Universidad Politécnica de Madrid. “Pusimos una serie de requisitos, como que no dependiera de las condiciones de mercado (los precio de la leche, la alimentación, la carne, etc.)”, explica el técnico del programa.

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Así se ha creado una herramienta de simulación, actualmente en fase de validación y mejora, que permite estimar con fiabilidad parámetros de eficiencia y rentabilidad; incluso se pueden predecir y comparar distintos supuestos (por ejemplo, beneficio y coste de introducir un robot de ordeño en una explotación). Las comparaciones del algoritmo con los resultados de años anteriores han alcanzado una fiabilidad absoluta en el 87 por ciento de los ganaderos, así que todo parece indicar que se avanza por el buen camino.

BUENAS PRÁCTICAS MEDIOAMBIENTALES
Junto con el Programa de Eficiencia Productiva, Calidad Pascual cuenta con el Plan de Gestión Ambiental del Aprovechamiento. También en este caso se apuesta por “un modelo productivo de leche altamente eficiente”, aprovechando las nuevas tecnologías y la información. “Hoy tenemos muchísimos más datos que hace años, pero ahora hay que procesarlos para convertirlos en conocimiento”, afirma Rubén García, técnico del Sistema de Gestión y Medio Ambiente.

Y es que los objetivos van cambiando, tal y como relata este profesional. A mediados del siglo pasado, el reto alimentario era abastecer de alimentos a una población empobrecida. Años después los esfuerzos se centraron en garantizar la seguridad alimentaria y mejorar la calidad. “Hoy en día nos encontramos ante una población que crece y que demanda más alimentos, con lo que tenemos que ser capaces de producir más pero gastando menos recursos e impactando menos”.

De izquierda a derecha, Carlos Romero, Javier Paniagua, María Jesús Fernández y Rubén García.

En 2008 incorporaron estos criterios ambientales, proponiendo medidas que los ganaderos pueden aplicar en sus explotaciones de forma voluntaria. Pero seis años después rediseñaron todo el programa al empezar a trabajar con la Fundación Global Nature con el fin de obtener “un enfoque más amplio”.

“El resultado fue un conjunto de 30 buenas prácticas que fueron seleccionadas de distintos estándares de otros países –explica Rubén García-. No se trataba de inventar nada, sino de empezar a rodar con lo que ya se hacía en otras partes del mundo; la parte innovadora fue que esos estándares se han ido adaptando a nuestros ganaderos”.

Mejorar la gestión del agua, la gestión del paisaje y la biodiversidad del entorno, la gestión de la energía, la autosuficiencia alimentaria, la agricultura sostenible, y la gestión de los residuos son los pilares básicos del plan.

“Ahora tenemos información muy individualizada de cada granja y podemos hacer un plan muy bueno para cada una”, añade. Esto pasaría por avanzar en el desarrollo de “una herramienta informática-matemática que incluya todo y que incluso permita predecir escenarios”. Y en ello están trabajando, convencidos de que la carrera que han emprendido no tendrá final. Tras un reto conseguido siempre se encuentra la siguiente meta por alcanzar.

LA RELACIÓN CON LOS EMPRENDEDORES
En paralelo al resto de iniciativas, y en un afán colaborativo que trajera nuevas alegrías, nació Pascual Startup, para definir de forma concreta “cómo nos relacionamos con compañías que nos interesen en la búsqueda de productos novedosos y en la interacción con el medio ambiente, con la agricultura o con las tendencias en digitalización”, explica Javier Paniagua.
El vínculo con el mundo emprendedor es sólido y sigue unos parámetros definidos. “A muchas startups se las lleva la corriente del inversor y el objetivo se centra solo en la cuenta de resultados. Lo que a nosotros nos interesa es dotar de músculo a este tipo de empresas (colaboran con más de 20), que generen tejido empresarial y empleo, no pegar un ‘pelotazo’”, comenta Paniagua. Pascual Startup, a diferencia de otras incubadoras, no tiene un periodo concreto en el que la compañía ‘madre’ y las pequeñas trabajen codo con codo. “Estamos con ellos el tiempo que haga falta”, añade el directivo, que no tiene dudas sobre el talento del emprendedor español, pero que sí detecta como frenos la falta de cultura inversora y el miedo al fracaso.
Para tratar de paliar estos déficits, Calidad Pascual forma parte de MIDE, una alianza entre administración pública, empresa privada, venture capital y emprendedores para, aplicando una metodología del MIT, desarrollar tejido emprendedor sostenido más allá de programas temporales. De momento se ha puesto en marcha en Madrid con la vista puesta en otras regiones. 

Nota: Las fotografías de este reportaje han sido facilitadas por Calidad Pascual.