La inteligencia artificial (IA) de esta década genera –como mínimo– dos sentimientos. Por un lado, la esperanza de un mundo en que las máquinas son de inmensa utilidad para el ser humano; por otro, el miedo a que los peores presagios que tantas veces se han dado en el cine de ciencia ficción se cumplan. Estamos ante la que probablemente es la tecnología que avanza a mayor velocidad dentro de la revolución tecnológica y la que en más sectores está presente. O dicho de otro modo: no se va a librar nadie de la IA.
La educación es una de las profesiones en las que el impacto está siendo imparable. Trasciende incluso a hallazgos como Chat GPT, tan brillante como inquietante para el mundo docente, como han abordado diferentes expertos del ámbito académico y tecnológico en la jornada 'Inteligencia artificial en la universidad: retos y oportunidades', organizada por Cuatrecasas y la Fundación CYD. El debate ha dado para reflexionar sobre el impacto de la inteligencia artificial en las metodologías docentes, los aspectos regulatorios y éticos, y cómo formarse de cara a un mercado laboral cada vez más cambiante, pero también para alertar de algunos riesgos.
Es prioritario bajar al mundo de los mortales a la IA. Si no, aunque suene un tanto a Blade Runner, corremos el riesgo de que la denominada inteligencia artificial generativa se haga con el control. "La IA es la tecnología definitiva", asegura Juan Romo, exrector de la Universidad Carlos III de Madrid y expresidente de CRUE Universidades Españolas. Su amplia experiencia en el mundo académico, que ha viajado entre lo analógico y lo digital, le hace observar la realidad con cierta cautela. "¿Sabremos controlar a la IA? Es una de las grandes dudas que tengo. Aún estamos a tiempo de que se regule".
En la última semana, la Unión Europea ha acelerado la puesta en marcha de la Ley de Inteligencia Artificial, con la que espera allanar el camino a normas globales para una tecnología que se utiliza desde chatbots como ChatGPT u OpenAI, hasta procedimientos quirúrgicos y detección de fraudes en los bancos. Y por supuesto en la Universidad. "La educación puede ser la gran beneficiada de la innovación tecnológica. Es el paso definitivo para avanzar hacia una educación personalizada", destaca Romo.
Idoia Salazar, presidenta y fundadora del Observatorio del Impacto Ético y Social de la Inteligencia Artificial (OdiseIA), sostiene que "para utilizar bien la inteligencia artificial primero hay que explicarla bien". Esta reflexión, que parece de perogrullo, no se cumple siempre. De hecho, casi nunca. "Hemos entrado en una era en la que la IA va a transformar nuestra sociedad. Hace falta formación y una estrategia para saber aplicarla bien".
Salazar se muestra preocupada por la cesión de inteligencia a las máquinas. "No tenemos que ceder nuestra inteligencia a la IA. El humano es la verdadera máquina pensante. Las decisiones que tomemos ahora marcarán el futuro". Lo cierto es que desde que Internet se coló en la rutina de los ciudadanos, a comienzos de este siglo, la cesión de inteligencia ha estado presente. "Si consideramos a la IA como la búsqueda de inteligencia a donde nuestro cerebro no puede llegar, entonces llevamos más de 20 años cediendo parte de nuestra capacidad de razonar", explica Alejandro Romero, cofundador y director de operaciones de Constella Inteligence.
Romero divide esta situación en tres etapas: del 2000 al 2010 con Internet; del 2010 al 2020 con las redes sociales; y de 2020 en adelante con la IA. En cuanto a la educación, se muestra pesimista. "La Universidad española tiene problemas estructurales. La IA es una gran oportunidad para acabar con ellos. Pero el capital humano tiene que primar por encima de la tecnología". Romero compara la situación actual de la IA en la educación a la de la ciberseguridad, la especialidad de su compañía. "No hay nuevos profesionales. Y los que salen son contratados por compañías que quieren hacer el mal y que les pagan mejor. No podemos permitir que suceda lo mismo en el ámbito educativo".
Crisis social
El debate en torno a la ética en la inteligencia artificial es sinónimo de la crisis social actual, según la opinión de Àngels Fitó, rectora de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). "Estamos en un momento de disrupción tan grande que está en cuestión todo el modelo educativo". La IA no se dirige solo a estudiantes y a profesores. Enfocarlo así sería un error, considera la rectora. "Aquí conviven personales, ilusiones y objetivos. Educar es acoger, y, por tanto, personalizar".
La IA ya toma decisiones por sí misma. Algo impensable años atrás. El jefe (el hombre) está siendo adelantado por el pupilo (la IA). ¿Cómo es esto posible, si cualquier tecnología depende la creación humana? "No se está capacitando a todo el mundo. Y menos en el mundo académico. Mientras la pandemia ha dado un empujón a la tecnología, los riesgos de la IA han ido en aumento: desinformación, qué aprenden los estudiantes, el sesgo de los algoritmos... La IA generativa está generando incomodidad porque es capaz de generar un discurso. Igual que los humanos", indida Fitó.
Desde una gran compañía tecnológica como Microsoft, los toros también se ven a veces desde la barrera. "Es evidente que hay más ventajas que contras", afirma Francisco J. García Calvo, director de Educación de Microsoft para España. "Se está produciendo una velocidad sin precedentes en el aprendizaje gracias a la IA. La capacidad de generar contenido y de almacenar datos es espectacular". Ante este cóctel de sentimientos que genera la IA, una tecnología aparentemente capaz de conseguirlo todo, cabe preguntarse, incluso con cierto recelo, si a partir de ahora todo es programable. Todo menos una cosa: la emoción humana.