El congreso ‘Inteligencia artificial, impacto en el ser humano y la sociedad’, celebrado la pasada semana y organizado por la Cátedra de la Industria Conectada adscrita a la Escuela Técnica Superior de Ingeniería (ICAI) de Comillas ICAI-ICADE, ha querido contribuir a que la industria española aproveche las enormes oportunidades que para la industria ofrece el uso intensivo de las nuevas tecnologías digitales. Para ello, han colaborado con varios expertos que han intentado arrojar luz sobre la IA: su pasado, su presente y su futuro.
“El estudio de la inteligencia artificial, dentro de las actuales ciencias del computador, está íntimamente conectado con la lógica matemática. Puede que quizá se encuentren resultados que nos ayuden a esclarecer la naturaleza y los límites de la inteligencia humana. Parece que puede plantearse aquí una cuestión de nombre sobre qué clase de conocimiento se le designa a la palabra inteligencia. También pueden plantearse, convenientemente, al parecer, en conexión con el hecho de la inteligencia artificial, numerosas cuestiones, por ejemplo, la formación de conceptos; la naturaleza de las condiciones del conocimiento, a priori sensible; y la naturaleza de la conciencia”. Estas palabras fueron escritas por el padre Alberto Dou, profesor de la Universidad Pontificia ICAI-ICADE Comillas. Matemático, ingeniero de caminos y teólogo en el año 1972, como ha indicado Bernardo Villazá, director de la Cátedra de Industria Conectada.
Según él, los conceptos por la inteligencia artificial, la preocupación por la relación con la conciencia y la inteligencia y, en último extremo, las preguntas básicas de la condición humana del “¿por qué estamos aquí? ¿Hacia dónde vamos?” ya llevan presentes más de 45 años en publicaciones científicas, en este caso, la Revista Internacional de Filosofía, en su número de septiembre del año antes citado. Pero antes también hubo conatos de explicación décadas antes.
“Hablar de IA está de moda, hay muchas etiquetas, pero quiero dar una perspectiva diferente. El concepto se inventó hace mucho tiempo, aunque no con este nombre. Y fue con una mujer, la hija de Lord Byron [Ada Lovelace], que en 1942 escribió los fundamentos de la computación en su comentarios a la calculadora mecánica de Charles Babbage, La máquina analítica”, ha explicado Elena González Blanco, doctora en Filología Hispánica CEO en CoverWallet, experta en la tecnología lingüística y en Humanidades Digitales, y responsable de Producto en Minsait, de Indra.
Aun así, para González Blanco, el origen más natural es el de Alan Turing en su Test de Turing, en 1950. “Escribió un artículo fundamental llamado Computing machinery and intelligent, donde plantea si las máquinas pueden pensar como el hombre. Aquí plantea un reto. Según él, si una máquina es capaz de engañar al hombre haciéndole creer, hablando con él, que es un humano, cuando en realidad no, será más inteligente. Esta piedra angular ha sido algo que muchos científicos han intentado llevar a cabo, Algunos, incluso creen que ese momento ya ha llegado. Y es que ya hay una gran cantidad de datos estructurados y no estructurados disponibles y creciendo exponencialmente en la nube (el 90% de ellos, por cierto, creados en el último año. En 2020 se espera alcanzar los 44 zettabytes de datos almacenados en la nube sin coste y con acceso instantáneo para el usuario. Además, podemos decir que ha llegado su momento por los algoritmos, ya que ahora existen unas herramientas que, desde el punto de vista computacional, no solo son baratos, sino que se han puesto al servicio de los investigadores”, ha explicado.
Por otro lado, Mario Castro, que desarrolla su actividad investigadora en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería (ICAI) en sistemas complejos y propiedades emergentes, con aplicaciones en la nanociencia de materiales, la medicina o la biología molecular, ha querido dar otra visión. “Esto de la complejidad es complejo. Hay una diferencia entre complejo y complicado, y es que complicado es un examen de ingeniería, y complejo es un sistema en el que la suma de las partes es distinta. Cuando hay un número de elementos que interactúan entre sí, aparecen estas propiedades emergentes que no se pueden explicar a través de las individuales. Un ejemplo sencillo está en el tráfico: cuando uno se saca el carné de conducir, uno aprende el código de circulación y el código de funcionamiento del coche. Esas son las reglas del individuo. Sin embargo, el tráfico es una cosa distinta. Se forman atascos (ya no son las mismas reglas un domingo temprano que un lunes a la salida del trabajo). Eso son las propiedades emergentes, algo que no se puede explicar aun teniendo todos los ingredientes. El propio cerebro es otro ejemplo. Hay células conectadas que conocemos, pero cuando se conectan de una manera compleja surge algo tan interesante como la inteligencia. No podemos ser muy ingenuos y pensar que estas tecnologías van a estar siempre bajo nuestro control. Puede darse la situación, como en cualquier novela de ciencia ficción, que aparezcan propiedades emergentes que no preveamos”, ha declarado.
Por último, Luis Barrios, investigador del Grupo de Regeneración Neuronal en el Instituto Cajal, perteneciente al Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), cree que es interesante el tema de la singularidad. “El mito de la sustitución de las máquinas para el trabajo o la inteligencia ya se planteó en los años 80 con la robótica. La inteligencia humana van mucho más allá. Esas máquinas todavía no han llegado. No tienen tanta autonomía, no son independientes, no son capaces de regenerarse, como los cuerpos de los animales… Está bien plantearse ese futuro, plantearse ese problema ético. Puede que un día lleguen esos problemas, pero no todavía. Ha habido booms, y también decepciones y parones en su desarrollo. Bien es cierto que las grandes multinacionales están muy interesadas en su evolución”.