Por Emilia Aragón - Esta columna fue publicada originalmente en el blog Ciudades Sostenibles del BID.
El crecimiento de áreas metropolitanas y ciudades intermedias en América Latina está generando un cambio de paradigma en cuanto a nuestra visión como región, y nos invita a cuestionarnos cómo podemos acoplarnos a los nuevos estándares urbanos sin perder nuestra identidad. El auge del arte urbano en América Latina en la última década, es en gran parte el producto de nuestra sociedad frente a esta transformación, donde la intervención del espacio ya no es sólo un acto rebelde, sino una apropiación desesperada del entorno a fin de luchar contra la homogeneidad impuesta por la urbanización moderna.
Los nuevos murales que se ven actualmente en las grandes urbes latinoamericanas —que gracias a su carácter pictórico-decorativo son parcialmente aceptados por la sociedad—han aumentado en popularidad y demuestran que la región busca rescatar su esencia cultural y cómo quiere ser vista ante el mundo.
Otras formas de arte urbano, como los TAGS, Stickers, Scratches, Tiles, etc. no tan afamados como los murales, también han proliferado. En particular su carácter vandálico, esencial en el grafiti, los hace aún más notorios, ya que su forma visual contrarresta con la limpieza del escenario metropolitano actual. Adicionalmente, lo más relevante del grafiti latinoamericano moderno es que ha transformado su mensaje. Ya no solo vemos textos de rechazo ante la autoridad, de oposición a los gobiernos o invitaciones a participar en grupos revolucionarios, sino también encontramos un mensaje de repudio ante la estética de nuestras ciudades, que para muchos de estos artistas atenta contra la libre expresión y el desarrollo de la identidad.
Así como en los setentas Filadelfia y Nueva York vieron un incremento en el arte callejero que luchaba contra la hegemonía de los anuncios publicitarios, en América Latina el escenario urbano ya no es solo un espacio de expresión, sino que se ha convertido—indirectamente—en objeto de crítica. En la Bienal Internacional de Arte, 2016, en Asunción, Paraguay; la exhibición de grafitis sobre el impacto que tienen las ciudades en el medio ambiente, se une a las expresiones de otros movimientos de arte urbano a nivel mundial, las cuales usan la ciudad como lienzo para visualizar problemáticas referentes al cambio climático.
En Valparaíso, Chile, el abandono patrimonial en ciertas áreas de la ciudad ha dado lugar al surgimiento de zonas artísticas urbanas intervenidas con murales, transformándola en una ciudad de gran atractivo turístico y desmintiendo la idea que los grafitis son sinónimo de zonas peligrosas. En México, la transformación de espacios urbanos en lugares de contemplación—como lo son las intervenciones de Carlos Alanis. Seudónimo: Sego y Ovbal, inspirados en la flora y fauna de Oaxaca—por medio de la intervención pictórica de imágenes iconográficas, folclóricas y místicas, ha demostrado que es posible una interacción entre la cultura tradicional y el escenario urbano moderno, cambiando la idea que los grafitis pertenecen solamente a espacios aislados de la ciudad.
En otras ciudades, el aumento de grafitis ha generado un efecto contrario y una fuerte oposición ante este tipo de arte urbano. En São Paulo, Brasil, grafitis y murales fueron pintados con un solo tono por la alcaldía, acción que ha tomado el nombre de marea gris. En Bogotá, Colombia, ocurrió algo similar cuando la administración local decidió borrar gran parte de los grafitis de la calle 26, desatando no sólo un debate político-urbano, sino revelando una dicotomía sobre la visión de ciudad que tienen los bogotanos.
El auge del arte urbano latinoamericano, no sólo demuestra que estamos en un periodo de transición en la región, sino que también revela qué tipo de ciudades hemos construido. De cierta manera, las respuestas de las instituciones locales, ante este tipo de expresiones artísticas demuestran qué tan tolerantes somos. Así como el muro de Berlín sirvió como referente de esa ciudad—donde el lado oeste cubierto de grafitis se convirtió en un símbolo de una sociedad libre y abierta a diferentes posiciones ideológicas, mientras que el lado oeste del muro era reflejo de una sociedad oprimida—la forma en la que América Latina responda ante estas intervenciones también revelará en un futuro cómo se construye como sociedad y cuál será su modelo de identidad urbano.