La decadencia de la naturaleza: un millón de especies en riesgo de extinción

Juan F. Calero

Hablamos con los investigadores españoles que han participado en el informe global de IPBES, un documento sin precedentes auspiciado por la ONU que urge a acometer cambios transformadores a todos los niveles. Aún no es del todo tarde

IPBES

El Informe de Evaluación Global sobre Biodiversidad y Servicios de Ecosistemas (elaborado por la plataforma independiente IPBES) es el documento que ha abordado el grave estado de salud del planeta del modo más completo hasta la fecha.  Desarrollado durante tres años  por 145 investigadores de 50 países, ha contado con la contribución adicional de 310 expertos más para evaluar cómo el desarrollo económico ha impactado en la naturaleza a lo largo de las últimas cinco décadas y prever escenarios futuros. Sus conclusiones son un cóctel de urgencia y esperanza y pese a que sus recomendaciones no son vinculantes, es también el primero de esta temática con carácter netamente intergubernamental, con la participación de los 130 estados que desde 2012 conforman IPBES.

El informe estima que alrededor de 1 millón de especies animales y vegetales están ahora mismo en peligro de extinción; cifras y riesgos a unos niveles nunca vistos. Como advertía hace unas semanas el presidente del IPBES, Sir Robert Watson, “la salud de los ecosistemas de los que dependemos, junto con todas las demás especies, se está deteriorando más rápido que nunca. Estamos erosionando los cimientos de nuestras economías, medios de supervivencia, seguridad alimentaria, salud y calidad de vida en todo el mundo. No es demasiado tarde para actuar, pero solo si empezamos a hacerlo ahora en todos los niveles, desde lo local hasta lo global".

IPBES cinentificos españoles
Arriba, Victoria Reyes y Unai Pascual. Debajo, a la izquierda, Ignacio Palomo, y Álvaro Fernández-Llamazares (*).

Para invertir el declive, el documento habla del papel prioritario que hay que otorgar a los cambios transformadores, o fundamentales, teniendo en cuenta factores tecnológicos, económicos y sociales “incluso en términos de paradigmas, objetivos y valores”.

Después de casi 20 años trabajando en Londres –la mitad de ellos como profesor en la Universidad de Cambridge- Unai Pascual ha vuelto a Bilbao. Economista ambiental, es Profesor Ikerbasque en el equipo científico del BC3 (Basque Centre for Climate Change) y, antes de incorporarse como autor a IPBES, pasó de 2015 a 2018 en las ‘cocinas’ de la plataforma, dentro de un panel multidisciplinar integrado por 25 representantes de todo el mundo y encargado de armar el “andamiaje técnico-científico” de la misma.

“No podemos esconder la realidad” -explica Pascual- “lo que hemos hecho con el informe es un diagnóstico que refleja dónde estamos y eso es lo que la gente tiene que saber. Aportar datos es fundamental para contribuir a la democratización del conocimiento, pero también es crucial para la toma de decisiones y la búsqueda de soluciones”. Y advierte de una realidad tangible: “Si mantenemos este modelo, el planeta no va a aguantar. Hemos de cambiar el paradigma de lo que significan progreso y desarrollo; o nos chocamos contra el iceberg o desviamos el barco y, con la inercia que llevamos, es difícil cambiar el rumbo de un transatlántico. Hoy vivimos en una doble insostenibilidad: ética y biofísica”.

La vigente utilidad del saber ancestral

Basado en una revisión sistemática de aproximadamente 15.000 referencias científicas y fuentes gubernamentales, el informe también se basa (por primera vez en una escala de este tipo) en el conocimiento indígena y local, y aborda temas particulares relacionados con estos pueblos.

Doctor en Ciencias Ambientales por la Universidad Autónoma de Barcelona, Álvaro Fernández-Llamazares es en la actualidad investigador postdoctoral en la Universidad de Helsinki. Le gusta definirse como “etnoecólogo” y su participación en el informe ha tenido que ver con el análisis del abanico de opciones políticas para abordar la “alarmante” pérdida de biodiversidad que atraviesa el planeta.  

Fernández-Llamazares ha evaluado los factores que explican que unas áreas protegidas sean más efectivas que otras, y las formas de gobernanza que fortalecen las contribuciones de los pueblos indígenas y las comunidades locales a la conservación de la biodiversidad. Análisis espaciales en los que el investigador ha participado demostraron que en torno a un 35 % de las zonas naturales que quedan en la Tierra coinciden con territorios habitados por pueblos indígenas.

Mujeres malgaches de la etnia Vezo pescando.
Mujeres malgaches de la etnia Vezo pescando. Imagen: sunsinger/Shutterstock.com.

“Se basan en conocimientos transmitidos de generación en generación durante miles de años, lo que explica su adaptación exitosa a las condiciones ecológicas de cada lugar”, explica Fernández-Llamazares, para quien un buen número de las prácticas culturales de estos pueblos son, no sólo compatibles con la biodiversidad, “sino que en muchos casos la promueven y protegen de manera proactiva”.

En esta línea, la antropóloga Victoria Reyes García, profesora de investigación ICREA en el ICTA-UAB, explica cómo la alianza con los pueblos indígenas “abre una posible vía para salir del camino destructivo en el que nos encontramos”. La investigadora ha estudiado cómo estos grupos entienden y se relacionan con la naturaleza, alejados de la pretensión de establecer valoraciones económicas de la biodiversidad. “Ellos reconocen el derecho de los ecosistemas a existir, reproducirse y prosperar”. Reyes ejemplifica este argumento con casos concretos como las constituciones ecuatoriana y boliviana, en las que la Madre Tierra tiene derechos como sujeto colectivo.

Pese a las evidencias positivas, estos territorios se enfrentan a un doble problema:  por una parte, están sometidos a las presiones del desarrollo y, en paralelo, la voz de sus reivindicaciones y soluciones no es transmitida por el altavoz adecuado. Según Fernández-Llamazares, “tenemos que crear espacios en los que líderes y representantes indígenas puedan participar activamente en procesos intergubernamentales y de las grandes convenciones ambientales. Necesitamos su sensatez ante tanta demagogia y populismo barato”. “Rara vez se les reconoce, ni en la investigación, ni en los foros políticos”, añade Victoria Reyes. “Una de sus principales reivindicaciones es su derecho a la tierra y a la autodeterminación, y ningún gobierno, o muy pocos, está dispuesto a negociar este punto con ellos”.

Para tener en cuenta estas valoraciones a escala local, Unai Pascual se remonta a dos generaciones atrás, “la de nuestros abuelos”, y advierte del peligro que supone que los ciudadanos estemos perdiendo “la conexión, el conocimiento y la experiencia más básicos” con nuestro entorno.

Especies que desaparecen y el nivel de implicación

Desde el año 1900, el número de especies locales en la mayoría de los grandes hábitats terrestres ha disminuido en al menos un 20% como promedio. Más del 40% de las especies de anfibios, casi el 33% de los arrecifes de coral y más de un tercio de todos los mamíferos marinos están amenazados. En el caso de los insectos, una estimación provisional habla de un 10% de especies en peligro. Al menos 680 especies de vertebrados han desaparecido desde el siglo XVI y más del 9% de todas las razas de mamíferos domesticadas utilizadas para la alimentación y la agricultura habían desaparecido en 2016, y otras 1.000 están bajo amenaza.

Tortuga Carey
Una tortuga carey nada en un arrecife de coral en Maldivas. Imagen: Andrey Armyagov/Shutterstock.com.

Para aumentar la relevancia política del informe , sus autores clasificaron por primera vez los que consideran que son los cinco impulsores que tienen mayor impacto sobre la naturaleza (en orden descendente): cambios en el uso de la tierra y el mar, explotación directa de ciertos organismos, cambio climático, contaminación y especies exóticas invasoras. “Deben primar el largo plazo y el interés colectivo”, apunta Victoria Reyes, quien puntualiza que el informe está destinado a los tomadores de decisiones, “que en definitiva somos todos y cada uno de nosotros. Si en lo individual somos incapaces de reducir nuestra huella de carbono, ¿cómo vamos a pedirle al país que lo haga?”.

Junto a Unai Pascual, otro investigador del BC3, Ignacio Palomo, ha participado en el informe. Miembro fundador de la Academia Joven de España, Palomo ha sido parte del programa Fellows del IPBES, que promueve la equidad intergeneracional con la integración de científicos jóvenes. En su opinión, es necesario evolucionar hacia un mayor conocimiento acerca de cómo nuestras acciones afectan a la naturaleza y cómo ésta es fundamental para nuestro bienestar. “Entender la influencia de cómo nos movemos o de los patrones de consumo -¿por qué no utilizar aceite de girasol en lugar de aceite de palma que implica la deforestación de las selvas tropicales en Indonesia?- y, en un mundo cada vez más urbanizado, ser conscientes de los beneficios físicos y psicológicos que supone el contacto directo con la naturaleza”.

Las actuales tendencias negativas que afectan a la biodiversidad y los ecosistemas provocarán, según señala el informe de IPBES, el incumplimiento del 80% de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (35 de 44); especialmente aquellos relacionados con la pobreza, el hambre, la salud, el agua, las ciudades, el clima, los océanos y los suelos (ODS 1, 2, 3, 6, 11, 13, 14 y 15). “La pérdida de biodiversidad es, por lo tanto, no solo un problema ambiental, sino también un problema relacionado con el desarrollo, la economía, la seguridad, la sociedad y la ética”, añade el documento.

La visión de Unai Pascual sobre la construcción de estas barreras tiene un agente protagonista. “Los países que tienen la sartén por el mango no ven el problema. Necesitamos una revolución mental o cognitiva para saber que podemos vivir mejor cuando cambiemos a otro tipo de modelo. Tendemos a pensar que todos los ODS se pueden lograr, pero muchas veces hasta que no alcancemos un objetivo no podremos conseguir otro. Incluso cambiando de modelo productivo, tenemos que determinar cómo priorizamos el cumplimiento de unos objetivos sobre otros porque todos a la vez no se pueden conseguir”.

cruce de Shubuya
El famoso cruce de Shibuya, en Tokio, transitado cada día por 2,5 millones de peatones. Imagen: Thomas La Mela/Shutterstock.com.

“Hasta ahora, la descoordinación ha sido el gran lastre para el futuro de la biodiversidad, que no conoce fronteras y que no debería ser un campo de batalla ideológico. Más que nunca hay que apostar por la cooperación internacional y el multilateralismo”, apunta Álvaro Fernández-Llamazares, para quien los políticos deben acabar con el cortoplacismo, empezar a pensar en las generaciones futuras y blindar la política ambiental con pactos internacionales apoyados por todas las fuerzas políticas de cada país. “El planeta no está en venta. No podemos legitimar con instrumentos económicos a los que destruyen la naturaleza”.

Desde el positivismo, Ignacio Palomo menciona el Acuerdo de París, firmado en 2016 –ratificado entonces por 185 países entre los que ya no está EE.UU.- como ejemplo del vigente compromiso internacional con el cambio climático. “La Unión Europea está dando pasos importantes en materia ambiental, y las últimas elecciones muestran el crecimiento de los partidos verdes, especialmente en países como Alemania y Francia. Pero para sentar las bases de un cambio transformador necesitamos, además de una legislación y fiscalidad verdes desde los gobiernos, un mayor compromiso social, al que se incorpore la ciudadanía y el sector industrial, que tiene que transformarse para adaptarse a los retos ambientales”, añade el investigador.

Como apunta el profesor Eduardo S. Brondízio, "para comprender mejor y, lo que es más importante, abordar las principales causas del daño a la biodiversidad y las contribuciones de la naturaleza a las personas, debemos comprender la historia y las interconexiones globales que existen entre los factores indirectos complejos; los cambios demográficos y económicos, así como los valores sociales que subyacen a ellos".  Según el experto, estos factores tienen que ver con el aumento de la población y el consumo per cápita, la innovación tecnológica –“cuyo daño a la naturaleza ha disminuido en algunos casos para aumentar en otros”-, y “sobre todo”, asuntos de gobernabilidad y rendición de cuentas.

Los residuos en playa de Bali
Los residuos mandan en esta playa de Bali. Imagen: Maxim Blinkov/Shutterstock.com.

En días en los que ocupa la primera línea de la actualidad el debate en torno a las restricciones al tráfico en grandes ciudades para mitigar la contaminación, el informe recuerda además que, desde 1980, las emisiones de gases de efecto invernadero se han duplicado, provocando que las temperaturas promedio mundiales aumenten en al menos 0,7 grados centígrados. El cambio climático ya está afectando a la naturaleza, desde el nivel de los ecosistemas hasta el de la diversidad genética. Experto en la materia, Unai Pascual detalla que el objetivo es que el planeta se caliente no más de 1,5 o 2 grados. “Es decir, el calentamiento global ya está asegurado, es un punto de no retorno imposible de llevar a cero”.

El futuro depende de nosotros

El informe concluye que las dinámicas negativas continuarán hasta 2050 y más allá en todos los escenarios explorados, excepto en los que proponen los citados cambios transformadores. El texto presenta una batería amplia de acciones y trayectorias favorables al desarrollo sostenible en agricultura, ecosistemas marinos, ecosistemas de agua dulce, zonas urbanas, energía o finanzas, y destaca la importancia de adoptar una visión integrada y enfoques intersectoriales así como que los sectores financieros abandonen el actual paradigma de crecimiento económico ilimitado. “IPBES proporciona a los responsables de políticas una base científica sólida, conocimiento y opciones estratégicas para el análisis”, afirma la Dra. Anne Larigauderie, secretaria ejecutiva de IPBES.

Según Ignacio Palomo, si observamos algunos indicadores, “podemos concluir que somos más conscientes de la importancia de la sostenibilidad”. Para el investigador, el reto está ahora en pasar de esa mayor conciencia a la acción,  “y la ciencia se está centrando cada vez más en preguntas dentro de este ámbito. Es decir, investigar no sólo sobre los impactos de la actividad humana en la naturaleza, sino también en cómo poner en práctica soluciones que mitiguen esos impactos”.

Otra señal positiva tiene que ver con la diferencia entre la destrucción de la naturaleza que expone el IPBES y la acumulación de carbono en la atmósfera que presenta el IPCC y con que, según Victoria Reyes, en el caso de los ecosistemas, determinadas medidas, todas ellas profundas, aún pueden revertir “significativamente” la tendencia. “Invertir en restauración de ecosistemas, desincentivar actividades agrícolas y pecuarias que dañan la naturaleza, frenar la deforestación, y otras medidas que promueve el informe pueden tener efectos en un plazo mucho mas corto. Si actuamos ahora,  en el 2050 podemos haber dado la vuelta a algunas de las tendencias negativas que destruyen la base de la naturaleza sobre la que se desarrolla la vida humana en el planeta”.

Y para que esta tendencia no flojee, advierte de lo importante que es prestar la atención justa a las noticias negativas. “Se empieza a hablar de la ‘ansiedad del clima’, que puede llevar a un nihilismo generalizado, agravando así la crisis ecológica. Confío en que la especie humana no va a ser tan estúpida como para no hacer algo. Al fin y al cabo, es nuestra única oportunidad, y la tenemos ahora”.

Unai Pascual también aboga por el optimismo realista. “Sí, estamos a tiempo, pero la ventana de oportunidades se está cerrando. El problema de la biodiversidad respecto a, por ejemplo, el cambio climático, es que cuando se pierde una especie se pierde para siempre. No podemos rebobinar la cinta y volver a empezar.  Lo que hay que hacer es rebajar drásticamente y cuanto antes ese nivel de amenaza de los ecosistemas. Algunas especies se seguirán perdiendo porque no podemos pisar el freno automáticamente. Cuanto más tardemos peor”.

Sería una terrible irresponsabilidad caer en la apatía y el pesimismo”. Pese a que el escenario que tenemos por delante “no es muy alentador”, Álvaro Fernández-Llamazares llama a “mantener el optimismo a flote y ser proactivos”. Confía en que si la restauración de la catedral de Notre Dame movió lo que movió en un par de días, estamos en condiciones de cumplir al menos con algunos objetivos de la Agenda 2030 aunque “nos tenemos que poner desde ya, sin mirar en otra dirección”.

España, a mitad de camino

El anteproyecto de Ley del Cambio Climático y Transición Energética, la derogación del impuesto al Sol, la apuesta pública y privada por las renovables y la descarbonización… Los investigadores confirman que en España se están tomando medidas importantes para abrir la vía del cambio. El país es además el estado miembro de la Unión Europea que más contribuye a la Red Natura 2000, con un 27% del territorio protegido aunque, como advierte Álvaro Fernández-Llamazares, algunas de estas zonas “son meros parques de papel que figuran en leyes y decretos pero que a veces quedan relativamente desprotegidos ante amenazas como la especulación urbanística”. El investigador de la Universidad de Helsinki recuerda también que contamos con uno de los porcentajes más bajos del PIB dedicado a fiscalidad medioambiental o un trágico historial de desastres naturales como el Prestige, Aznalcóllar o los constantes incendios forestales… “Tenemos mucho trabajo por delante”.

Madasgascar
Madagascar. Deforestación causada por la agricultura de tala y quema. Imagen: Dudarev Mikhail/Shutterstock.com.

Fernández-LLamazares se muestra crítico ante la falta de atención de la clase política española respecto a muchas de estas cuestiones. “En las últimas elecciones presidenciales en Finlandia, los candidatos expusieron públicamente sus políticas y compromisos en materia de cambio climático y medioambiente. En España, la política ambiental, ¡no digamos ya la biodiversidad!, está del todo ausente en las campañas electorales. Los políticos nórdicos han identificado antes a una masa crítica de ciudadanas y ciudadanos para los que afrontar esta crisis debe ser la gran prioridad política de nuestro tiempo”.

“Países como el nuestro deberían tener políticas públicas para volver a reconectar con la naturaleza”, añade Unai Pascual. “Los temas sociales, medioambientales y económicos están interrelacionados por definición”. Según el representante del BC3, convendría modificar la organización de la Administración pública “para que el medio ambiente sea algo transversal y no cuestión de un solo ministerio; con la energía sucede exactamente lo mismo”.

(*) La imagen de Álvaro Fernández-Llamazares es obra de Jonathon Hanks.

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