A comienzos del siglo XIX, los ingenieros no lo tenían fácil en España. En general, no eran tiempos donde resultara sencillo vivir en exclusiva de las actividades técnicas o científicas, consideradas ocupaciones secundarias, casi un hobby de caballeros, un entretenimiento de terratenientes con inquietudes, o, por el contrario, como un trabajo artesanal sin prestigio social. Los ingenieros ‘reconocidos’ aún no habían traspasado el ejército o la marina, únicos ámbitos donde gozaban de cierto prestigio.
En su último libro -“Los ingenieros en España. El nacimiento de una élite" (editado por la Universidad del País Vasco y a la venta en este enlace)- la historiadora Darina Martykánová explica el momento específico, la España decimonónica, en el que se dan las condiciones para el surgimiento de una élite tecnocientífica, social y política. La ingeniería se constituyó como una profesión moderna mientras sentaba las bases de una posición social relevante para sus integrantes.
Atraer nuevo talento
“La clave está en un cambio de perspectiva del poder, ya fuera la corona u otras formas de gobierno. Entienden que los imperios y las naciones necesitan reformas y transformaciones si quieren mantener su posición geopolítica. Es entonces cuando empiezan a buscar personas que les puedan proporcionar las herramientas precisas”, explica la investigadora a este periódico. “Es muy interesante asistir a un nuevo fenómeno: los mandatarios asumen la idea de que el conocimiento puede ser muy útil para el país, más allá de los fines militares. Comprenden que la ingeniería y las ciencias les ayudarán a maximizar la obtención de recursos mediante la minería o a mejorar la industria y la agricultura. Es lo que llamo el discurso de fomento, típico de las élites gobernantes en España, Francia, Rusia o Portugal”.
En paralelo, se extiende una nueva forma de mirar a la población. “Podemos decir que los estados buscaban una ciudadanía más feliz en el lenguaje de la época, lo que en realidad quiere decir más próspera y más leal. Quieren, además, desarrollar el potencial de la gente, formarla no sólo para contar con los mejores soldados. Ya no basta con eso. La tecnología mejora objetivamente el rendimiento del país en un tiempo en el que la competencia entre imperios y naciones se ha acelerado. Deben prestar mucha atención a lo que hacen los otros, sobre todo sus rivales”.
Derribar jerarquías y cambiar perspectivas
Los primeros pasos de los ingenieros son, pese a ese incipiente estatus reconocido, muy tímidos. Paulatinamente, la nobleza pierde poder. Los ingenieros encuentran su espacio trabajando dentro del Estado y para el Estado. En esa época, pocos empresarios estaban dispuestos a pagar a un ingeniero formado un sueldo a la altura de sus conocimientos y del coste de su formación. “Los primeros ingenieros profesionales españoles que trabajaran exclusivamente en el sector privado suelen ser hijos de empresarios que han salido a estudiar a Francia, Barcelona (más tarde Bilbao); herederos que, poco a poco, legitiman la figura del ingeniero como la de alguien que merece un buen salario.
“Su encaje con el resto de la población es complejo, había que romper ciertos vicios históricos muy arraigados. No caigamos en el error de pensar que España rural solo estaba habitada por campesinos analfabetos. Los caciques rurales, con línea directa con el poder central, fueron fundamentales en la gobernabilidad y las ‘negociaciones’ de transición hacia un país más moderno fueron complejas. Ante esta figura, los ingenieros no siempre lograban hacerse valer”. Darina Martykánová ilustra este argumento con un ejemplo. “El catastro tardó en salir adelante en España no por carencias técnicas. A los caciques les interesaba mantener ocultas parte de sus posesiones y así pagar menos impuestos”.
Apoyo extra
A mediados del siglo XIX se atisban nuevos cambios. La irrupción de tecnologías más complicadas y avanzadas ponen a los ingenieros en la ruta de una posición privilegiada que culmina a finales del siglo y con los primeros vaivenes del siglo XX. “Llega un momento en el que los empresarios no pueden escapar del imperativo de disponer de personal cualificado”.
Parte de este déficit, es cubierto en España con ingenieros extranjeros. Llegan al país franceses, británicos (cuyo conocimiento, adquirido en la relación tradicional maestro-aprendiz, es especialmente valorado debido a la buena imagen de Gran Bretaña como potencia industrial), judíos otomanos (que trabajaron en Málaga para Ferrocarriles Andaluces), rusos, alemanes, polacos… “Es importante señalar que la ingeniería, como profesión, no estaba aún oficializada. En el XIX no era obligatorio un diploma o un título de una escuela de ingenieros para ejercer en la esfera privada. La posterior entrada de la electricidad y las exigencias en los cálculos, suben el nivel del oficio, y también el de las credenciales necesarias”.
El trasvase de ingenieros del Estado a la empresa privada también contribuye a una corriente a favor de la relevancia del oficio. “Los hay que montan su propia compañía. Otros se asocian y trabajan juntos. Ahora sí están dispuestos a pagar salarios más elevados a aquellos que contratan. La creciente necesidad de ingenieros mejora su imagen, da muestra de sus capacidades y empiezan a ganar prestigio”.
Desligarse del poder
El vínculo de los ingenieros con el poder también muta. “Digamos que, hasta el Sexenio Democrático, no tienen ninguna intención de distanciarse de la política. Se sentían con el derecho y la capacidad de moldear el destino del país a través de su conocimiento”. En el último tercio del siglo, quieren seguir influyendo y ocupar cargos de responsabilidad, pero ven un problema en la constante lucha política. Empiezan a intercambiar sus diferencias en espacios exclusivamente profesionales.
La investigadora señala que los ingenieros adoptan una postura novedosa. “Consideran que, de este modo, están haciendo alta política. Tan alta que está por encima de la batalla cotidiana. Redefinen la frontera entre la política y su opinión experta”.
Finalmente logran proyectar una imagen de élite entre la población. “Para convencer, primero hay que creérselo”, apunta Darina Martykánová. “Esto ha sobrevivido hasta hoy, pero con matices. Desde los años 50 del pasado siglo, los ingenieros alcanzan la cumbre de las empresas como gestores. Se les presuponen ciertas capacidades y habilidades directivas; una personalidad fuerte. Sin embargo, recientemente ha entrado en escena un fenómeno negativo para ellos. Los algoritmos ganan terreno en la toma de decisiones en las organizaciones. Los ingenieros como gestores podrían perder relevancia”.
Problemas de género
¿Y las mujeres? “En el siglo XIX las mujeres tenían problemas para acceder a todo tipo de formación. Las profesiones de élite se protegían, y lo siguen haciendo. Establecieron barreras, entre ellas las de género. En el XIX, la ingeniería aún está muy ligada a las minas y a las obras públicas, muchas veces en lugares remotos. Era impensable que una mujer burguesa española viajara sola a dirigir una obra a lomos de su caballo como si fuera una exploradora inglesa en Egipto. Cuando al fin dan un paso al frente, suelen ejercer en laboratorios químicos, espacios controlados, alejadas de cualquier mirada más allá de la de un jefe benevolente”.
La experta opina que el dictador Franco, “y la retórica conservadora de su régimen”, empeoraron aún más una situación complicada de base. “Las españolas se incorporan a la ingeniería mucho más tarde que las mujeres de otros países europeos. Incluso durante la Restauración y el gobierno de Primo de Rivera, vivieron mejores condiciones en las ciencias, pero en el primer franquismo hay un retroceso.”
Darina Martykánová
La Dra. en Historia Darina Martykánová es profesora en la Universidad Autónoma de Madrid. Ha sido profesora visitante en la École Normale Supérieure de París y trabajó en la Universität Potsdam, en la École des Hautes Études en Sciences Sociales y en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Sus investigaciones se han centrado en las profesiones científicas, particularmente los ingenieros y los médicos, y en la circulación transimperial de expertos, ideas y modelos institucionales en los siglos XIX y XX. Es autora del libro “Reconstructing Ottoman Engineers. Archaeology of a Profession (1789-1914)”, Pisa 2010, y coordinadora, junto con Marie Walin, del libro “Ser Hombre. Las masculinidades en la España del siglo XIX”, Sevilla 2023.
En 2020 coordinó el dosier “Los ingenieros y el poder en la España contemporánea” en la revista Historia y Política. Además, preside el tribunal del premio ICOHTEC Turriano, otorgado a los mejores trabajos en la historia de la técnica escritos por jóvenes investigadores.