Perspectiva de género, multidisciplinariedad, ecologismo. Izaskun Chinchilla (Madrid, 1975) percibió antes que otros que la arquitectura tenía pendiente mirar de frente cuestiones olvidadas hasta la fecha. Aunque su padre hizo todo lo posible para que estudiara medicina –“lo consiguió con mi hermana”- y la suya fuera una vocación “intuitiva”, siempre sintió predilección tanto por las ciencias y la tecnología como por las disciplinas humanísticas.
“La arquitectura reunía ambos mundos. Además, en clase disfrutaba de los retos en los que podía alterar un poco las normas. Tenía afán constructor; era proactiva y creativa. Estas características las he reconocido después en colegas de profesión y en otros oficios más ambiguos, menos deterministas”, explica Chinchilla, para quien la carrera en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid tuvo dos caras.
Por un lado, fue “una época muy feliz que implicó un enorme crecimiento personal”. Sin embargo, la arquitecta constató lo alejado que estaba el mundo académico de sus objetivos e inquietudes. “Tuve 38 asignaturas y sólo un par de mujeres me dieron clase. Por otro lado, el principal anhelo de los profesores era que nos dedicáramos a la gran obra pública, mejor aún si era cultural. Además, la arquitectura era concebida como una materia aislada del resto. No se hablaba para nada de su anclaje con la innovación, el emprendimiento, la pedagogía o, por qué no, la cocina”.
Piensa en verde
También la ecología y la sostenibilidad estaban fuera del debate. Si Izaskun Chinchilla ya era considerada “una niña terrible”, su proyecto de fin de carrera estuvo a la altura de su fama. “Una semana antes de entregarlo pensaba que me suspenderían”, apunta la arquitecta, que finalmente fue calificada con matrícula de honor, reconocimiento que ningún alumno había recibido en 20 años y que se sumó al de contar con el mejor expediente de su promoción.
Con aquel trabajo corrió riesgos. Decidió no poner el foco en un gran proyecto. “El ideal era, por ejemplo, diseñar un museo de arte contemporáneo en Copenhague”. Se quedó en ‘casa’ y analizó desde una perspectiva nueva y a la vez realista el papel de uno de los emblemas urbanísticos de Madrid: el Parque de El Retiro. “Es una joya, pero tiene muchos elementos de obsolescencia. Le toca renovarse, no sólo en lo tangible. Es posible mejorar el estado de las especies que lo habitan, y también su uso social”.
Izaskun Chinchilla dibujó un plan de acción a 50 años que contemplaba la rehabilitación progresiva de todas las áreas del parque. Contó con la ayuda de biólogos, urbanistas y sociólogos. “Entonces parecía muy friki hablar de economía circular o de peatonalización, pero no olvidemos que cumplir con los mandatos de Europa implica reducir el tráfico en un 50 %. El Retiro puede ser más relevante en la oxigenación de la ciudad o en la reducción del ruido. Debería salir de sus límites e ‘invadir’ el barrio de Salamanca, Chamberí, Chueca…Cuando saquemos los coches de la ciudad sentiremos una enorme liberación”.
Arquitectura, errores y derecho a la belleza
En sus obras, Izaskun Chinchilla aúna el rigor técnico y la belleza estética. Su propuesta es parte de un plan que conlleva un sólido análisis teórico que se nutre de otras áreas imprescindibles para entender los mecanismos de la vida contemporánea. También trata de dejar atrás errores pasados.
Uno de ellos se produce después de la Segunda Guerra Mundial cuando el Movimiento Moderno, tendencia arquitectónica imperante en la época, “con el apoyo de los gobiernos socialistas y muy buenas intenciones”, acercó la arquitectura de calidad estructural a la clase obrera. “El problema”, apunta Chinchilla, “es que pensaron que esas gentes no necesitaban más que lo mínimo; redujeron las obras a los aspectos funcionales. No podemos obviar la dimensión sociológica y antropológica de la arquitectura”.
En su opinión, la belleza es una aspiración legítima para los zares de Rusia y para un campesino que vive en una cabaña a la orilla de un río. “Y además es factible satisfacerla. De paso, evitaremos el desarraigo”, añade. Pero la veterana praxis de la arquitectura homogeneizada sigue vigente. “Tiene que ver con los mandatos del mercado. Es un modelo cómodo para promotores, constructores y técnicos. Acorta los plazos. Si no te importa el efecto del color en la psicología del usuario, ahorras el coste de investigar sobre ello. A veces, nuestro estudio gasta el presupuesto íntegro de un proyecto en comprender sus aspectos multidisciplinares. Es un punto clave”.
¿Cómo cambiar la tendencia? Izaskun Chinchilla confía en el poder del usuario. “Los consumidores ya han revolucionado otros sectores. La arquitectura está tan conectada a nosotros que, quien la viva de una manera distinta, podrá transmitir las ventajas de darle la vuelta al modelo actual. También son necesarias administraciones comprometidas”.
Romper esquemas
Por la parte que les toca, en el estudio de Izaskun Chinchilla se han mantenido fieles a un ideario cuyo desmarque ha demostrado no ser erróneo. En este momento abordan “el proyecto más exigente de la última década” con la construcción de un camping al principio de la mítica ruta malagueña de ‘El Caminito del Rey’.
“Esta vez lo ecológico es parte de la idiosincrasia del proyecto. Es un reto brutal que nos obliga a pensar en clave de economía circular, a trabajar sólo con materiales orgánicos y a aprender sobre incendios o regeneración efectiva del paisaje”. Izaskun Chinchilla añade que se trata de que 300 personas convivan con el entorno desde una nueva perspectiva basada en la empatía ecológica. “Estamos estudiando el comportamiento de las aves de la zona para integrarlo en la experiencia del turista y en el diseño de los alojamientos. Por otro lado, es preciso enriquecer las ofertar turísticas locales”.
No es su primera experiencia con la economía circular. En 2015 construyeron un pabellón temporal en Nueva York con paraguas, trípodes, taburetes, ruedas de bicicleta y neumáticos. “Durante tres meses recorrimos la ciudad con una furgoneta recogiendo todo el material. Nos demostró lo poco conscientes que somos de todo lo que hemos de cambiar para aplicar nuevos esquemas económicos. No es un asunto que dependa del apartado creativo. Es todo: regulación, tramitaciones, procesos. El aprendizaje fue brutal”.
«En el estudio somos defensores de la rehabilitación»
También es posible localizar su impronta en la España rural. La restauración del Castillo de Garcimuñoz, en Cuenca, les ha ocupado 13 años. “Somos defensores de la rehabilitación. En Europa ya tenemos los edificios, lo que cambian son las necesidades. El trabajo es de adaptación”. En un pueblo de menos de 100 habitantes redujeron la brecha digital. El edificio cuenta ahora con una mediateca, un cine al aire libre y una sala de reuniones para asociaciones. Además es sostenible. Estas instalaciones y los tres euros que cuesta la entrada turística sirven para pagar dos sueldos y el mantenimiento del castillo.
Recientemente, Izaskun Chinchilla ha acometido el diseño de la tienda turística que el Ayuntamiento de Madrid ha abierto en la antigua Casa de la Panadería, en la Plaza Mayor de la capital. Inspirada en las corralas, los mantones de Manila, los barquilleros y el carácter aperturista y vivo de Madrid, la tienda se aleja del concepto global de este tipo de establecimientos y apuesta por ofrecer una cuidada selección de productos artesanos locales.
Brecha de género y arquitectura. Mucho por hacer
En las facultades de arquitectura hay más presencia femenina que masculina. Un espejismo que acaba por desmoronarse después. “Sabemos que muchas ejercen en los primeros cinco años, tras acabar los estudios. Con el tiempo disminuye su actividad. Lo constata el maldito techo de cristal. Sucede en la universidad (más de 440 catedráticos de arquitectura en España frente a dos catedráticas) y en la administración pública”.
En la esfera privada apenas hay las mujeres dirigiendo estudios de prestigio. Izaskun Chinchilla habla de la situación de mujeres que quedan relegadas a puestos medio-bajos, más compatibles con la maternidad. “Es un sector retrógrado y machista”. La arquitecta habla de una perversidad añadida. “Hay mujeres que ejercen junto a sus maridos. A las reuniones previas acuden los dos, pero la exposición pública del proyecto es cosa del hombre”.
«Trabajamos por la diferenciación, no por la competitividad»
Esta realidad tiene que ver con “el gran problema” del sesgo de género. “Cuando alguien encarga un trabajo de arquitectura tiene en mente a un arquitecto que ronda los 50, sofisticado, moderno pero sobrio… cuanto más te alejes de ese estereotipo más difícil será que te contraten”. Chinchilla admite que desde el principio optó por un enfoque propio, por su propio ‘océano azul’. “Trabajamos por la diferenciación, no por la competitividad. Hacerlo me ha permitido existir, aunque he pagado el peaje durante años”, apunta la arquitecta, para quien su lucha feminista no tiene que ver con un deseo de igualdad, sino con el reconocimiento del derecho de la mujer a ser diferente.
De este modo, el estudio reivindica expertise femeninos menospreciados a lo largo de los siglos, como el interiorismo –“la importancia del color, la luz, los materiales o el mobiliario”- o las tareas de las mujeres. “¿Qué hacían realmente? Cocinar, cuidar, leer, educar… Reivindicamos ese patrimonio femenino infravalorado frente a la heroicidad del hombre. Por fortuna cada vez más firmas e instituciones se identifican con nuestra filosofía”, concluye Izaskun Chinchilla.