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Jara Pérez (ICTAN-CSIC): “Comemos peor de lo que creemos”

En el libro ‘Los superalimentos’, la investigadora explica las propiedades reales y los efectos sobre la salud de estos productos además de incluir recomendaciones para detectar bulos en alimentación
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Las bayas de goji contienen cantidades similares de polifenoles a frutas tan comunes como la ciruela. (Imagen: CSCI).

“El objetivo principal del libro es desmentir las muchas informaciones falsas que circulan en torno a los superalimentos, empezando por el propio término, sobre el que no existe ningún consenso científico”. Al otro lado del teléfono, la investigadora Jara Pérez atiende a Innovaspain pocos días después de que hayan tocado a su fin las fiestas navideñas. Comienza uno de los periodos por excelencia para que campeen las dietas milagro. Toca anunciar los beneficios casi mágicos de semillas, aceites o extraños frutos. “Mucha gente cree que la clave para una alimentación saludable es incorporar estos alimentos exóticos (y caros) desligados del conjunto de su dieta. Pretendo corregir esa tendencia”.  

Doctora en Ciencia y Tecnología de los Alimentos y científica titular en el Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos y Nutrición (ICTAN-CSIC), Pérez acaba de publicar ‘Los superalimentos’, el nuevo título de la colección ‘¿Qué sabemos de?’ (CSIC‐Catarata). En el texto queda claro que no hay que ir muy lejos para localizar alimentos con excelentes propiedades. “Las lentejas son tan ‘súper’ como la semilla de origen más remoto. Gran parte de los alimentos tradicionales conocidos por todos nos aportan los nutrientes que necesitamos”.

Pero la investigadora insiste: tampoco conviene considerar individualmente este tipo de producto más habitual. “No hay por qué tomar un kiwi a diario simplemente porque sea bueno. Los mismos beneficios nos reportan las naranjas o las peras”. Jara Pérez añade que no basta con ser ‘sano’ una vez al día. “Es relevante todo lo que comemos a lo largo de la jornada. Hemos de incidir en la importancia de considerar la dieta con una perspectiva amplia y hablar de grupos de alimentos. Pongamos ahí el foco. Es bueno tomar cierta cantidad de verduras. De acuerdo, pero si es puerro, calabaza o berenjena da un poco lo mismo. Vayamos a un balance general del conjunto donde prime lo vegetal”, detalla la investigadora.    

Una oferta más amplia y ciudadanos formados no evita que, a su juicio, exista un déficit de conocimiento importante en torno a lo que nos llevamos a la boca. “Es importante acudir a las informaciones que facilitan organismos oficiales como la Agencia Española de Seguridad Alimentaria o al material didáctico proporcionado por la Agencia de Salud Pública de Cataluña. A la hora de informarse, hacerlo a través de medios fiables y huir de aquellos cuyo titular destacado hable de perder 20 kilos en tres semanas”.

La investigadora del ICTAN-CSIC percibe que la mayoría de los ciudadanos están huérfanos de información de calidad y lanza una propuesta de calado. “Defiendo la incorporación del dietista-nutricionista a la sanidad pública, al igual que ocurre con otras muchas áreas de nuestra salud, es importante una figura que asesore y despeje incertidumbres desde el rigor”.

Razones no le faltan. Jara Pérez opina que comemos peor que años atrás. “Pensamos que comemos mejor de lo que lo hacemos en la práctica. No hay más que echar un vistazo a los índices de obesidad infantil en España, entre los más altos de Europa. Vivimos de las rentas de la dieta mediterránea, como si todo lo que comemos estuviera en esa categoría, incluyendo una sangría al lado del mar… Es un error. Sufrimos un exceso de grasas, de azúcares, de harinas refinadas e ingerimos menos alimentos frescos de los que deberíamos. La falsa percepción no ayuda en nada”, sentencia.    

¿Vienen las aplicaciones móviles de lectura de etiquetado a arrojar algo de luz entre tanto desconcierto? “No, aunque unas son más rigurosas que otras”. Un rigor que la autora de Los superalimentos relaciona con la transparencia en el momento de dejar claro cómo está diseñado su algoritmo. “Las hay que son ambiguas en este sentido, o incorporan conceptos erróneos, como penalizar a los aditivos, cuando su seguridad está fuera de duda. Sin embargo, incluso las mejor construidas apuestan por el alimento específico y no por el conjunto”.

Jara Pérez recomienda seguir el viejo consejo de comer de todo, pero con moderación, caprichos incluidos. “Si me llevo a casa las galletas más sanas según la aplicación y me como todo el paquete en un día, será mucho peor que comer un par de mis galletas preferidas, aunque sean de mantequilla. Tomemos lo que nos apetezca sabiendo que hay productos cuyo consumo ha de ser esporádico. Las aplicaciones son una ayuda en determinadas circunstancias, pero no deberían guiar nuestro consumo”.

Entre los bulos recientes, llama la atención de la investigadora el boom del aceite de coco, “mucho más caro que el mejor aceite de oliva”. “Lo suelen promocionar destacando supuestos beneficios sobre el colesterol. Es lógico que las poblaciones que lo consumen habitualmente tengan el colesterol bajo porque son prácticamente vegetarianas. El aceite de coco les proporciona el aporte de grasas saturadas que necesitan… pero nosotros vamos sobrados de grasas saturadas”. Algo parecido ocurre con la sal rosa del Himalaya. “No la traen de una expedición aventurera, sino de una enorme mina. Hablamos de sal. Da igual de dónde venga. Su contenido mineral es mínimo. Son historias llamativas, atractivas, pero, si rascamos un poco, la realidad es muy diferente”.

En este momento, el grupo de investigación que Jara Pérez dirige en el ICTAN-CSIC está inmerso en un proyecto financiado por el ministerio de Ciencia e Innovación para el estudio de los polifenoles, compuestos presentes en alimentos de origen vegetal. “Identificamos alimentos ricos en polifenoles, qué ocurre en nuestro cuerpo cuando los ingerimos y qué efectos tienen sobre nuestra salud”. Con el actual proyecto quieren profundizar en los efectos del compuesto a la hora de mitigar las alteraciones que sufren las personas diabéticas después de las comidas. “No pretendemos curar la diabetes, pero sí ayudar a regular esos ‘subidones’ o retrasar la incorporación de determinados medicamentos a los tratamientos de la enfermedad”, concluye.  

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