“¿Sabes lo qué es una molécula?”, pregunta el químico francés Jean-Pierre Sauvage (1944) nada más empezar la entrevista. El ADN lo es. Y el azúcar. Con un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno se consigue una molécula de agua, por ejemplo. Pero al Premio Nobel de Química del 2016 no le han interesado nunca –o no tanto– las moléculas naturales. Su contribución a la ciencia ha girado sobre las moléculas artificiales: antes de sus investigaciones se creía que estas solo podían ser estáticas. Hasta que el “salvaje” Sauvage las convirtió en sistemas dinámicos con capacidad de moverse con gran amplitud.
Junto a Ben Feringa y Fraser Stoddart, diseñó y sintetizó las máquinas moleculares. Moléculas creadas como un motor lineal que lleva una unidad de una parte a otra a lo largo de un eje; o un motor rotario, en el que se contraen como músculos. Incluso a veces pueden actuar como compresores –un pistón–, entre otros ejemplos. “Este era un campo desconocido que nunca se había explorado, hasta nuestra llegada”, admite orgulloso.
El concepto es innovador: moléculas que pueden comportarse como motores que trasladan información. Además, ya hay aplicaciones comerciales de nuevos materiales moleculares dadas sus características. “En estos materiales encuentras una gran flexibilidad y la gente, en Japón y Corea sobre todo, utilizan estas películas, porque son materiales que no se pueden arañar, se reparan solos y se pueden plegar muchas veces sin romperse nunca. Se han usado para proteger smartphones, pantallas de televisión, etcétera”.
Sauvage cree que su investigación es interesante, pero no revolucionaria, al igual que estas aplicaciones. Sin embargo, hay un campo de exploración que, como siempre, despierta la curiosidad de todos los hombres: la postergación de la muerte, el estiramiento de la vida, la llegada de la inmortalidad. La medicina. “Creadas como nanomáquinas –explica emocionado–, estas ‘ultrapequeñas’ moléculas pueden inyectarse en la sangre, y la diana serían las células malignas, con el objetivo de matarlas. La máquina molecular liberaría otra molécula que atacaría a las células cancerígenas y las destruiría”. Ya ha habido trabajos en este campo, aunque no se usan moléculas, sino partículas. De todos modos, Sauvage cree, cómo no, que con moléculas este problema se resolvería mejor. Sería más eficaz.
Si la vida y la muerte pueden depender de la química, ¿se puede ser químico y a la vez religioso? “Yo no creo en Dios. Para mí, Dios es el Big Bang. Y eso es todo. Aunque puedo elaborarlo más, si así lo deseas”. Sauvage explica que, en la década de los años 50, en EEUU, se desarrolló un experimento muy importante, conocido como Experimento de Miller, en el que, en un sistema de vidrio, Stanley Miller y su jefe –˝un premio Nobel que ahora no recuerdo”, apunta el químico– [Harold Urey], introdujeron amoníaco, agua y gases muy comunes que muy probablemente existían en la atmósfera de la Tierra primitiva. Al someterlos a radiación ultravioleta, asemejando los aparatos eléctricos de una tormenta, descubrieron que, al cabo de unos días, aparacían muchos aminoácidos naturales de los que forman parte de la vida.
“Vida. Y eso fue solo el comienzo. Desde entonces se ha avanzado mucho. Lo que quiero decir es que el rector de mi universidad es un sacerdote católico, y eso es algo interesante, sin duda. Es un muy buen amigo mío… con otro discutiría, pero con él no tengo ningún problema. Por lo menos, en estos temas”.