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Joaquín Rodríguez: «El placer de la lectura nunca se alcanza por imposición»

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La realidad histórica ofrece situaciones contradictorias en torno a las prácticas de lectura: desde ejemplos de redención y emancipación hasta formas de adoctrinamiento, adiestramiento y destrucción selectiva de las ideas contrarias. A lo largo de los siglos han convivido posiciones diametralmente opuestas: las que pretenden construir un ser humano autónomo y libre gracias a la lectura y la de quienes pretenden fabricar un ser humano dependiente y sumiso.

En la era digital hay que tener en cuenta cuestiones adicionales. La lectoescritura ya no ocupa el centro de las alfabetizaciones, sino que es una más entre todas las necesarias. Precisamos de un arsenal conceptual y competencial más amplio que el que nos proporciona la lectura. Es lo que Joaquín Rodríguez define como insuficiencia de una lectocracia. “No basta con saber leer y escribir para ser un ciudadano del siglo XXI”.

Doctor en Historia y Antropología, Rodríguez compagina su actividad editorial y educativa con la investigación y la escritura. En los últimos años ha reflexionado sobre las transformaciones derivadas de la revolución digital no sólo en la lectura y la educación, sino también en la creación literaria, la edición la gestión del conocimiento científico o la ciencia ciudadana. Su nuevo libro es “Lectocracia: una utopía cívica” (Gedisa).

Lectocracia para avanzar

La obra trata de responder a una pregunta fundamental: ¿Está la lectura en condiciones de cumplir todavía con su promesa de humanización y racionalización? “En contra de la opinión general, la lectura no nos hace automáticamente más inteligentes, ni más humanos o compasivos. Los regímenes autocráticos han coincidido en el poder de los libros y la lectura como una especia de ‘bombas atómicas espirituales’ cuyos efectos hay que utilizar o controlar. Los autócratas han intentado que prevalezca un solo libro y una sola lectura legítima de ese mismo libro. Es el caso de la Biblia”.

Con los ejemplos de uso perverso de la lectura “agolpándose en las estanterías”, Rodríguez alude a las teorías de pensadores como Peter Sloterdijk. “Sostienen que este fenómeno histórico bastaría para descalificar a la lectura como una antropotecnia válida para abundar en nuestro proceso de humanización. Abogan por la manipulación de otro alfabeto, el genético, para perfeccionarnos, sea eso lo que sea”.

En el lado contrario, el autor destaca en Lectocracia muchos ejemplos en los que la lectura ha encarnado un principio de esperanza desde el que cultivar el juicio autónomo y el pensamiento crítico de la sociedad. “Si hay que hacer balance apelaría a la herencia que nos dejó Gianni Rodari. Para él, la utopía no era un lugar imaginario, sino uno más de los sentidos constitutivos del ser humano. El papel de los cuentos, la lectura y la escritura era mantenerla viva mediante el escrutinio de las posibilidades infinitas que nos ofrece la realidad. Dicho esto, creo que las utopías son por definición inalcanzables. Se retiran cuando nos acercamos, pero marcan el sentido y la dirección de nuestras acciones”.

Por tanto, dentro de un contexto en el que la lectura se presta a una cosa y su contraria, la idea de una lectocracia es, según Rodríguez, “la del empeño serio y explícito, mediante políticas culturales y educativas promotoras de la lectoescritura, por alentar una actitud de compromiso cívico crítico”.

Wreaders y dejar de leer

Pero en este camino hay quien abandona. ¿Por qué los adolescentes dejan de leer? “Una razón tiene que ver con el capital cultural y educativo heredado”, argumenta Joaquín Rodríguez. “Cuando un joven nace en el seno de una familia con un capital mermado, tenderá a interiorizar muy tempranamente un conjunto de limitaciones que le abocarán regularmente al fracaso, al abandono escolar y al rechazo de cualquier práctica cultural que tenga que ver con ese universo. Además, la escuela no ejerce el equilibrio compensador que debería demandarle cualquier sociedad que se piense solidaria y equitativa”  

Un contexto en el que juegan un innegable papel las nuevas tecnologías. “Que nuestros hijos sean nativos digitales no significa que sean conscientes de las no siempre positivas consecuencias del uso de los dispositivos o las redes sociales. Sin embargo, por definición, todos son wreaders, personas que compaginan la lectura y la escritura, la recepción y la producción de manera natural y automática. Para ellos, el libro, sobre todo como forma discursiva, está desfasado o anticuado. Consumen y construyen argumentos y contenidos de manera multimodal”.

«Escalar ‘La Montaña Mágica’ exige haber trepado antes paredes más sencillas»

Todo lo anterior constituye un caldo de cultivo gracias al cual, los adolescentes tenderán a “relegar, rechazar o ignorar la lectura a no ser que intervengamos de algún otro modo”, asegura Joaquín Rodríguez. ¿Cómo cambiar el paso? “En primer lugar, la escuela debería ser inclusiva y radicalmente equitativa. Ha de compensar las diferencias sociales y culturales que lastran de por vida a muchos de sus alumnos y los convierten en no lectores. Cambiar hábitos y prácticas culturales requiere tiempo, atención y dedicación”.

El experto va más lejos. “La escuela debe renunciar a la imposición de cánones literarios que exponen a los alumnos a obras para las que no están preparados. Escalar “La Montaña Mágica” exige haber trepado antes pareces mas sencillas. Tenemos que escuchar sus intereses e implicarles en la selección de estas obras. La lectura puede ser uno de los placeres más inigualables del que podamos disfrutar, pero no se alcanza por imposición”.

Revolución digital, IA y creación literaria

“Leer, como práctica discursiva que toma un libro y se sumerge en el desarrollo de un argumento complejo, centrando la atención en su despliegue, sigue estando plenamente vigente, pero la digitalización hace que el formato del libro se desvanezca y que los textos se fragmenten y se hilvanen siguiendo intereses que no son los del autor original”, explica Joaquín Rodríguez.

El autor de Lectocracia añade que la inteligencia artificial juega ya un rol destacado “mediante la recombinación creativa de múltiples fragmentos, a generar textos originales, que pueden reproducir el tono, el estilo o la manera de una escuela, corriente o autor determinado”.

“Todo parece saltar por los aires, todo lo que constituía el fundamento de un campo literario bien asentado desde el siglo XIX, pero, aun así, la lectura sigue alumbrando ese lugar en el que, como decía Rousseau, pretendemos no ser juguete de la opinión de los demás y reclamar para nosotros la posesión plena de nosotros mismos”, concluye.