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José Carlos Otero: “Sería posible un mundo sin humanos, pero no sin insectos”

Los insectos poblaron el planeta 350 millones de años antes que los humanos. Hoy existen 12 millones de especies de insectos sobre la Tierra. Si miramos hacia el futuro y hacemos casos a los expertos no hay muchas dudas: los supervivientes serán un grupo de animales que han podido corretear, casi inalterables, durante todo este tiempo.

“Han debido de hacer muchas cosas bien. Su forma, función y adaptación, junto con algunas dosis de buena suerte explican por qué han superado las cinco grandes extinciones”, indica José Carlos Otero, autor de "La vida secreta de los insectos" (Plataforma Editorial), Doctor en Ciencias (sección Biológicas) y profesor de la Universidad de Santiago de Compostela.

En su nueva publicación, Otero ha querido poner en valor la vital importancia de estos animales para nuestra supervivencia. Si la suerte de la especie humana está relacionada con el correcto funcionamiento de los ecosistemas y por tanto de los organismos que los habitan, “su conservación es algo más que una obligación bioética o una acción romántica”, explica Otero, para quien ese sentido práctico se resume en pocas palabras. “Mantener la biodiversidad no es otra cosa que conservar los insectos con los que, para bien o para mal, compartimos planeta, hábitat, nicho, casa, cama y plato”.

El libro se divide en dos grandes bloques, “Compartiendo el planeta” y “Compartiendo recursos”. Los insectos participan en la ejecución de las funciones ecológicas desarrolladas por los ecosistemas. Así, fitófagos, saprófagos, descomponedores, depredadores o parasitoides son los responsables del reciclaje de más del 20% de la biomasa vegetal terrestre o actúan como el motor de los ecosistemas de plantas con flores, que proporcionan el 90% de la alimentación humana. “Sin esta función, estaríamos obligados a alimentarnos de la caza, de la recolección de frutos silvestres y de una ganadería reducida”. Según Otero, sin ellos nunca habríamos alcanzado una población de 7.500 millones de habitantes, pues no habría comida para tantas bocas que alimentar.

Aparte de ser el bastión que nos ha mantenido en pie durante todo este tiempo, Otero destaca que los insectos han servido para obtener conocidos pero no siempre valorados bienes y servicios prácticos. “Nos dan productos como la miel (“que para hombre primitivo fue igual que descubrir el fuego”) y la seda (“los gusanos han sido criaturas domésticas desde tiempos inmemoriales”); son un recurso directo, como los artrópodos en la elaboración de medicamentos o indicadores biológicos ente problemas como la contaminación o el cambio climático”.

Respecto este último punto, el profesor es de la opinión de un buen número de entomólogos, que señalan cómo la distribución de insectos está cambiando en el hemisferio norte siguiendo pautas desconocidas hasta la fecha. “Muchos trabajos advierten que, debido a las alteraciones climáticas, los insectos tienden a desplazarse hacia los polos y a lugares más elevados. Las regiones templadas sufrirán el grueso de las consecuencias de estas alteraciones”.

Mariposas de actividad diurna (ropaloceros) y abejas melíferas protagonizan parte de estos informes, y no faltan las evidencias de la rotundidad de los cambios. De 35 especies analizadas en Reino Unido, 26 adelantaron su vuelo primaveral en las últimas décadas, conclusiones similares a las extraídas tras analizar el comportamiento de 19 especies de mariposa en el Parque Natural de Aiguamolls de l’Empordà.

ESPAÑA

En España hay descritas unas 47 mil especies de insectos (frente a las 34 mil de Francia o las 38 mil de Italia) muchas de ellas autóctonas, lo que constata la riqueza de la biodiversidad ibérica. Sin embargo, la cotidianeidad de este universo no difiere apenas de lo vivido en otros rincones del planeta. “Un grupo de insectos actúa como reciclador de la materia orgánica. Los basureros de la naturaleza entierran las heces y los cadáveres de micromamíferos e insectos y otros, los herbívoros, como consumidores primarios, se alimentan de plantas y obtienen de ellas nutrientes y energía que, a su vez, pasa a los carnívoros y de estos a los descomponedores”.

Un flujo de energía complejo conocido como red trófica donde importa el papel de otros actores. “Los árboles viejos, enfermos o muertos sufren el ataque de una multitud de microorganismos –fitófagos, defoliadores, perforadores, xilófagos- por lo que la presencia de restos leñosos es un elemento destacado para mantener la biodiversidad en los bosques.

INNOVADORES Y FUENTE DE INSPIRACIÓN

Nuestras cosechas dependen de la polinización y, gracias a los insectos, “verdaderos laboratorios con patas” el hombre ha dispuesto, por ejemplo, de la goma laca en joyas, prótesis dentales, en la protección de las páginas escritas en Braille o en el tratamiento final de superficies de madera en muebles e instrumentos musicales. El carmín de ciertos maquillajes y pintalabios proviene de la cochinilla, y antes de eliminar determinados insectos de nuestro jardín conviene investigar si están cumpliendo con una labor que desconocemos.

Lucanus cervus (ciervo volante).

Otero añade que, dado que los insectos son pequeños, tienen ciclos de vida cortos y se pueden cultivar en laboratorios en grandes cantidades con un relativo fácil manejo. “Son útiles para estudiar procesos fisiológicos, evolutivos o de dinámicas poblacionales parecidos entre las especies animales. Estudios en nutrición, fisiología neuromuscular y hormonales que han contribuido a un mejor entendimiento de su función en el ser humano y otras especies”.

“La naturaleza lleva más de 3.800 millones de años de experiencia creando formas de vida que se adaptan a todos los ambientes así que, antes de diseñar una nueva solución, preguntémosle al planeta”. El profesor invita así a aprender de insectos como las termitas y sus termiteros “sostenibles”, que mantienen una temperatura estable con la que se crean las condiciones para cultivar el hongo del que se alimentan. Esta solución se ha traducido en el proyecto TERMES, una iniciativa de la Universidad de Loughborough (Inglaterra). Mediante el escaneo de un termitero se obtuvo una imagen tridimensional de su estructura, revelando métodos de construcción susceptibles de ser replicados en el diseño de edificios. Estas construcciones biomiméticas son ya una realidad. Es el caso del Eastgate Centre, un centro comercial y complejo de oficinas en Harare, la capital de Zimbabue que se ha convertido en el primer edificio del mundo en utilizar refrigeración natural de un modo tan sofisticado, lo que supuso para sus propietarios un ahorro energético de 3,5 millones de dólares.