Desde el Banco Mundial se pusieron en contacto con él por correo electrónico. “Casi lo borro”, afirma sonriendo al recordar que pensó que se trataría de un mail fraudulento tipo phishing en los que suplantan la identidad de entidades bancarias. “Lo tenía clasificado en la bandeja como spam hasta que lo leí y vi que tenía sentido”, señala José Francisco Monserrat, el catedrático de la Universitat Politècnica de València (UPV) que se ha convertido en el nuevo asesor de la organización multinacional especializada en finanzas y asistencia para un informe relativo al 5G.
Para el Banco Mundial ya trabajan muchos expertos en transporte y también grandes profesionales en transformación digital. ¿Por qué se interesaban entonces por el perfil de Monserrat? “Lo que necesitaban era la convergencia de ambos mundos”, afirma el investigador español, una referencia internacional en el campo del coche conectado.
Informe europeo
Él trabajará con un equipo integrado por otros diez expertos de Estados Unidos y tres de Corea del Sur en la elaboración de su informe sobre el despliegue de la tecnología 5G en países en vías de desarrollo. Su elección se debe a que, junto al equipo del Instituto de Telecomunicaciones y Aplicaciones Multimedia (iTEAM) de la UPV, José Francisco Monserrat lideró el último informe sobre automoción y 5G de la Comisión Europea.
Lo que evaluaron entonces fue el coste del despliegue de una red de soporte del coche conectado en las principales carreteras europeas. Las conclusiones reflejaban que era necesaria “una inversión alta” –cada punto de transmisión son unos 7.000 euros y es necesario uno en cada kilómetro–, así que la pregunta que hay que hacerse es “quién pagara todo esto”. La Unión Europea está buscando ahora un modelo que permita soportar estos gastos, por ejemplo, a través de peajes abonados por los usuarios de las vías a modo de autopista. El informe realizado señalaba que la inversión se podía recuperar en un periodo de 5 a 8 años.
Tres meses de trabajo
“Fue precisamente a raíz de este informe cuando recibimos la petición del Banco Mundial para elaborar un nuevo estudio para ellos –explica el investigador de la UPV–. Con él, quiere analizar hasta qué punto la 5G puede contribuir al bienestar e impulso de los países en vías de desarrollo, cuál sería su impacto y estimar la inversión necesaria para desplegar esta tecnología”.
Monserrat ha participado a finales de enero, en la sede del Banco Mundial, en Washington, en el primer encuentro del equipo que a lo largo de los próximos tres meses elaborará el estudio –se quiere entregar en abril–. En él, analizarán el potencial, retos y oportunidades de la implantación de esta tecnología en cuatro áreas: energía, ciudades inteligentes, agricultura y transporte.
“No está decidido aún, pero parece que nos vamos a centrar en un solo país, en vías de desarrollo pero con potencial económico –de momento estamos hablando de Malaui–, y sobre ese caso de uso todos vamos viendo las distintas dimensiones de lo que la 5G puede suponer en el impacto del retorno de la inversión”, dice el catedrático.
Tecnología contra la pobreza
En su caso, analizarán tres casos de uso concretos relativos al área de transporte, cada uno de ellos relacionados con un sector: infraestructura de comunicaciones vehiculares, logística en el movimiento de mercancías y coche autónomo.
El objetivo es “incentivar el despliegue tecnológico” para que estos países salgan de una “situación estancada de pobreza”, afirma Monserrat. “Esto es como lo de la caña de pescar y el pescado –explica–. Necesitan pescado, porque se mueren de hambre, pero también necesitan cañas. Y el Banco Mundial invierte en cañas”.
“Aunque no lo parezca, a veces hacer una carretera que conecte un puerto con un centro industrial genera mucha más riqueza y futuro que repartir un millón de toneladas de maíz –continúa–. Pensamos que la movilidad y la mejora del transporte puede ayudar a equilibrar el reparto justo de la riqueza entre los distintos países”. “Hay que invertir en ello porque si estos países se quedan atrás serán más pobres aún”.
Una realidad en 2030
Volviendo al contexto europeo, José Francisco Monserrar recuerda que para 2025 está regulado el uso del coche autónomo en la UE. “Funcionará de manera más o menos normal en cuatro o cinco años”, asegura, recordando que “ya todos los fabricantes serios tienen un coche autónomo testado”.
A pesar de ello, reconoce que es necesario “mejorar un poco la seguridad” y contar con una infraestructura y una conectividad que eviten “ciertas situaciones que dan miedo a la gente”. “Hace falta un pequeño empujón, pero el objetivo sería tener todos los coches conectados (autónomos o conducidos) en 2030 y, lo que es más importante, cero accidentes porque se podrán prever”, afirma.
“Necesitamos, como sociedad, digerir esa tecnología y eso nos llevará una década y media; pero llegará el 2030 y la gente lo considerará lo más normal del mundo: nos subiremos a un coche y el coche nos llevará y estaremos contentos porque el tráfico será más fluido y habrá menos accidentes”, concluye.