El estado del bienestar tiene tres facetas principales: sanidad, justicia y educación. Desde luego, si falta alguna de estas tres cosas es difícil disfrutar de cierta calidad de vida en un país. De entre ellas, la educación es fundamental por razones de cultura tecnológica y desarrollo que explicaré más adelante. Pero también es notorio que sin educación es casi imposible que haya justicia. De hecho, a algunos profesionales de esta se les llama precisamente “letrados” y la gente debe saber que tiene derechos y obligaciones, y que la justicia les ampara. Igualmente, la sanidad es inviable sin educación.
Sin embargo, hay un pedestal absolutamente necesario del estado del bienestar que sin duda ayuda a sustentar las tres facetas descritas. Este pedestal es la industria innovadora. Entendida en su sentido más amplio, abarca el sector secundario, incluyendo la transformación de producción agrícola, ganadera y minera con valor añadido (que es casi sector primario) y, por el otro extremo, la producción de intangibles industriales, en la frontera con el sector terciario. No se trata de denostar los servicios, sino de que sin una industria potente, sin ese sector secundario articulador, la economía en su conjunto languidece. La cuestión es la producción de bienes que tienen un valor y que son competitivos y demandados.
Se dice comúnmente que hemos cambiado industria por conocimiento. Claro, ¿cómo se puede tener industria mínimamente competitiva sin conocimiento? Pero, ¿para qué sirve el conocimiento si no puedes aplicarlo a una industria o a una producción? Imaginemos a un gurú en la India sentado debajo de un árbol, disfrutando intensamente de su propia sabiduría, ensimismado, inmóvil y rara vez llevándose algo a la boca. Sin despreciar en ningún caso valores espirituales, algunos de los cuales son intrínsecos a nuestra cultura occidental, hoy en día necesitamos una industria productiva intensiva en conocimiento e innovadora que nos permita mantener nuestro nivel de bienestar.
La desindustrialización es un cáncer que daña gravemente la economía y la sociedad europeas desde hace décadas. Cambiar la industria por dinero es como vender el campo y luego no tener pan. La economía financiera es un ingrediente esencial de la producción, pero por sí sola no produce nada. Es como la sal en la gastronomía, ¿quién se alimenta exclusivamente de sal? Cambiar economía productiva por economía exclusivamente financiera no es sostenible, sino que debe revertir en innovar en la propia industria de forma continua.
Es llamativo que los salarios de la industria, particularmente si esta es innovadora, son generalmente más elevados, y que los sectores industriales tienen mayores tasas de contratación laboral indefinida. Como consecuencia, regiones más industrializadas han demostrado una mayor resistencia frente a las crisis económicas, manteniendo mayores niveles de renta y de empleo en circunstancias adversas. Las economías fuertes y desarrolladas tienen industria potente, innovadora y con tradición. Países como Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Rusia o China son economías potentes porque tienen una industria potente que se renueva. Uno puede tener preferencias por los modelos de estado, pero todos ellos tienen una industria fuerte e innovadora como características propia y, a pesar de las crisis económicas o demográficas, siguen liderando el mundo.
Al final del día, la producción industrial genera la riqueza que paga los impuestos para sufragar la educación, la justicia y la sanidad. Los recortes sociales no son tanto la consecuencia de incremento de gastos e inflación en demandas sociales, sino de la caída de ingresos por caída de producción fundamentalmente industrial. Necesitamos más industria, que sea más innovadora, y esto no es un capricho nacional, sino que vamos a remolque de Europa, que es donde pertenecemos, y si en Europa se ha fijado como objetivo que la industria incremente su contribución al PIB enarbolando la bandera de las KETs (Key Enabling Technologies), Internet de las cosas e Industria 4.0, aquí hay que hacer lo mismo. Estamos integrados en la economía europea y es el destino principal de nuestras exportaciones. ¿Cómo podemos crecer y mantener nuestro estado del bienestar si no producimos más y mejor? ¿Cómo pretendemos reducir nuestros altos niveles de endeudamiento si no es con incrementos de producción o de valor de la misma?
Además, hay un factor importante relativo a la I+D+I. Las actividades de investigación están fuertemente ligadas a la industria, y si la industria se desplaza el desarrollo tecnológico se deslocaliza, con lo que se pierde competitividad y capacidad de innovación, quebrándose el pedestal. Ha sido un error gravísimo externalizar actividades manufactureras pensando que se podría retener el valor de su diseño y desarrollo técnico, cuando el valor añadido intangible está totalmente integrado en el bien material producido.
Sabemos lo que hay que hacer para desarrollar nuestra industria. Hay que tener una política industrial clara, determinante y en línea con Europa. La política industrial es intencionada y dirigida, es consistente con la legalidad y tiene que evitar los errores y excesos del pasado. Debe ser objeto de medida y evaluación continuas y el consenso político sobre su importancia hará, sin pactos explícitos, que sea una política de estado. Los autores son los políticos, en particular los que gobiernan, que la ejecutan estableciendo los mecanismos legales y estructurales que permitan el desarrollo de una industria innovadora y que incentiven a emprender proyectos industriales con entusiasmo. Lo hacen junto con los técnicos de la administración, ya sea estatal, autonómica e incluso local, porque no hay nada que más desee un ayuntamiento que tener producción generando empleo y renta para sus vecinos. Lo demás, solidaridad, cultura, servicios, viene por añadidura.
Si no somos capaces de tener una industria productiva potente e innovadora, se nos terminará el crédito, no podremos pagar la sanidad, la justicia ni la educación, el estado del bienestar quedará reducido a una mínima expresión, y nuestro confort dependerá del carácter simpático de nuestras gentes y de la meteorología.