La incapacidad para lograr una solución que garantice el crecimiento futuro de la denominada economía global desde los puntos de vista o teorías más clásicas está provocando una enloquecida carrera para innovar. Decir enloquecida no es negativo; es lógico y esperado cuando hay conciencia de que los límites pueden ser sobrepasados, entre otras cosas porque los estamos pasando.
En una reciente colaboración de Domingo Senise, la frase que abría su post era de Ludwig Wittgenstein y no era casualidad. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, escribió el filósofo austriaco, quizá el que mejor supo ver por donde evolucionaba la mente humana en los últimos tiempos, a pesar de morir en el comienzo de la era dorada del desarrollo de la tecnología, es decir, 1.951, el año que inauguraba la segunda mitad del siglo XX. Efectivamente, no es casualidad y por ese camino vamos.
Todo lo que pensamos y somos capaces de expresar, que para eso existe el leguaje, lo creemos posible. Hemos llegado a una situación que no pensarlo ya asegura un retroceso de la sociedad. En esas circunstancias, la reacción al miedo nos lleva a buscar salidas que, sin recurrir a las guerras, solucione los problemas.
Sería mucha casualidad que coincidiera esta inquietud en todo el mundo y no sólo el desarrollado. Que Davos certificara la situación es un dato más, pero no el más importante. Sí que lo es, sin embargo, la proliferación de post, artículos, conferencias, jornadas de todo tipo o grupos de trabajo que hablan y estudian, no solo soluciones, sino como dar forma a un lenguaje que tiene por característica la supresión de los límites. Son esos momentos de ansiedad colectiva los que marcan los inicios de nuevas épocas e, igual que antes todos se apuntaban para ir al frente, ahora necesitamos pensar en innovación. Y este sentimiento es también global.
Y no hablamos de innovación tecnológica sólo, sino mental. Ahí es dónde nace la Inteligencia Artificial, esa materia que propone un nuevo mundo donde las máquinas estarán dotadas para reflexionar sobre un determinado problema y buscar la mejor solución posible para resolverlo. Nuestras páginas están llenas de ejemplos. Todos los días contamos algo que está encaminado en esa dirección y no hay vuelta atrás. De ahí la carrera existente.
Ya no queremos esa pequeña máquina que con unas determinadas evoluciones es capaz de ayudar a quitar el polvo del suelo; queremos la máquina que sepa cuando tiene que actuar porque hay polvo en el suelo y vamos en esa dirección. Es el nacimiento de una sociedad algorítmica paralela a la humana. Ya casi todo empieza a arreglarse a distancia. Los ordenadores ya nos avisan y toman medidas para solucionar problemas que surgen. Afortunadamente, nosotros no tenemos que dedicarnos a abrir el aparato.
Pensamos en lo que hace nada era impensable y a ese robot de cocina que ahora programamos le pediremos que se programe él mismo. Solo esperará a recibir la orden que le daremos desde un Smartphone a 150 kilómetros de distancia para que tenga preparada la comida que dejamos en su interior cuando nos marchamos por la mañana. Y al robot que circula por el suelo limpiando lo mismo. Es esa sociedad conectada de la que hablamos. No hay límites en el pensamiento y en eso consiste la carrera de la innovación por la innovación.