Detrás de la sal yodada que compramos en el supermercado, se esconde una tenaz historia de investigación llevada a cabo por Gabriela Morreale. “Una mujer luchadora, pionera en su campo, brillante científica y una gran persona. Un referente científico de primera magnitud que condicionó muy favorablemente el desarrollo” del Instituto de Investigaciones Biomédicas "Alberto Sols", de Madrid, centro mixto del CSIC y la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), donde desarrolló casi toda su carrera. Así consta en la página web de esta institución
Y es que Gabriela Morreale, que acaba de fallecer, tiene el mérito de ser una de las fundadoras de la endocrinología moderna en España. Nacida en Milán en 1930, de padre diplomático, la doctora Morreale creció en España.
Licenciada en Química por la Universidad de Granada en 1955 con matrícula de honor y Premio Extraordinario, acapara casi todos premios científicos que se otorgan en nuestro país: Premio Nacional de Medicina (1977 y 1997), Premio Severo Ochoa (1982), Premio de Investigación Reina Sofía (1982), Premio de Investigación Médica Gregorio Marañón (1997) y Premio Jaime I a la Investigación Médica (1998); aparte de galardones internacionales de sociedades científicas, como el European Thyroid Association (1985).
El motivo: durante décadas se dedicó al estudio del papel del yodo y las hormonas tiroideas en el desarrollo del cerebro fetal e infantil. Algo crucial, pues la carencia de este elemento de la tabla periódica origina en los recién nacidos un retraso mental conocido como cretinismo.
Ella misma explicaba a ABC, en 1994, con motivo de su ingreso en la Real Academia de Medicina, la importancia de prevenir esta deficiencia: “Las consecuencias de la deficiencia de yodo van desde el cretinismo hasta el retraso mental menos profundo. Y estas deficiencias de yodo no afectan solo al Tercer Mundo, en Europa y en España hay muchas zonas con carencias de yodo. En Madrid, el 18% de la población consume menos yodo del recomendable, y en todas las regiones estudiadas se han detectado carencias. El problema es de tal magnitud que la OMS dictó una resolución que ha sido apoyada por 129 países, entre ellos España, por la cual se insta a erradicar las carencias de yodo en todo el mundo antes del año 2000”.
Varias décadas antes de su ingreso en la Real Academia de Medicina, Gabriela Morreale, junto con su marido, Francisco Escobar del Rey, había iniciado “la cruzada de sal yodada”. En su tesis doctoral, realizada en la Universidad de Granada en la década de los cincuenta, Morreale había demostrado, bajo la dirección de Enrique Gutiérrez Ríos, catedrático de Química Inorgánica, que la incidencia de bocio en las Alpujarras estaba estrechamente ligada a la deficiencia de este elemento, mediante determinaciones precisas de yodo en agua y orina. Después llevó a cabo la primera encuesta nutricional de yodo en España junto a su marido.
Ambos iniciaron la medida rutinaria de las hormonas tiroideas en sangre del talón de recién nacidos, con el objetivo de prevenir la deficiencia mental por hipotiroidismo congénito, causa de retraso mental. Unos años después, UNICEF adoptó la prueba del talón y comenzó a aplicarla en todo el mundo, mientras que desde 1990 la Organización Mundial de la Salud (OMS) recoge como derecho el consumo de yodo durante el embarazo y la primera infancia.
Calificada como una Marie Curie a la española, Gabriela Morreale explicaba así la necesidad del suplemento de iodo en la sal y de esta famosa prueba de talón en los neonatos: “S la tiroides de la madre funciona con normalidad, el cerebro del feto no se lesiona, porque la hormona tiroidea de la madre es suficiente para protegerlo hasta el nacimiento. Si nada más nacer se detecta el hipotiroidismo y se aplica un tratamiento, el niño alcanzará, casi siempre, un desarrollo mental normal. Pero más numeroso que el grupo de personas con alteraciones en la glándula tiroidea, es el de individuos con deficiencias de yodo en la alimentación. La OMS calcula que entre ochocientos y mil millones de personas viven en zonas deficiente en yodo”
La ingesta de yodo necesaria se obtiene consumiendo pescado marino dos o tres veces a la semana y sustituyendo la sal refinada por sal yodada, explicaba Morreale. “Sin embargo, la legislación española sólo se refiere a la yodación de la sal de mesa, dejando fuera a la sal gorda, la única que se emplea en algunas zonas, precisamente las más deficitarias en yodo, y la sal destinada al ganado. Si los animales tomaran sal yodada como suplemento, el yodo estaría presente en el consumo de alimentos como la carne y la leche. Muchos creen que la sa marina resuelve el problema, pero hemos analizado lotes de sal que no contienen yodo. Añadir yodo a la sal no es añadir medicamentos, es simplemente restituir un elemento que la sal pierde durante el secado”
Una medida sencilla hoy al alcance de todos, que previene importantes secuelas: “Las lesiones cerebrales que ocasionan las deficiencias de yodo son irrecuperables. Por ello es muy importante normalizar su ingesta en la alimentación. La carencia de yodo en el embarazo es más grave aún para el feto que el hipotiroidismo congénito, pues por un lado no le llega la tiroxina de la madre, y por otro, el tiroides del bebé no puede fabricar tiroxina al no disponer de yodo. En consecuencia su cerebro queda desprotegido y presenta graves secuelas”.
Una historia tenaz la de Gabriela Morreale, una figura oculta detrás del consumo de sal yodada y la prueba del talón a los recién nacidos.